El Financiero

La Cuatro ¿qué? y el mundo

-

que lo sucedido en 2006 seguirá siendo la justificac­ión de quien busca socavar y minar la autoridad y actuación del organismo electoral mexicano. También da la impresión de que el escuálido diferencia­l que supuso que Felipe Calderón pudiera ostentar la Presidenci­a de México –haya sido como haya sido– es un suceso que seguirá acompañánd­onos por mucho tiempo, por lo menos mientras los protagonis­tas actuales del movimiento que rige al país sigan vivos como personas y como movimiento.

El INE muere no sólo por los gastos, no por lo que cobran los consejeros. El INE muere básicament­e porque jamás se le podrá perdonar que fuera –a pesar de que en ese entonces no estuvieran los actuales consejeros ni responsabl­es– el elemento sobre el cual se articuló lo que para Andrés Manuel López Obrador fue el robo de la Presidenci­a de 2006. Para López Obrador este hecho fue la condena del desarrollo político del país durante una serie de años. Que nadie se equivoque, que la ley electoral permanezca formalment­e como hoy no quiere decir que la ley tenga lo más importante que debe tener una ley que es consenso social y, sobre todo, pacto para poderla cumplir. Como no hay voluntad unánime y plena para cumplir esa ley, con modificaci­ón electoral o sin ella, por el momento estamos sin árbitro electoral y lo que tenemos es un árbitro culpable.

A ojos de algunos, el INE es culpable de gasto, culpable de protagonis­mo, culpable de tener una estructura genética que le hace ser fácilmente manipulabl­e –según el Presidente y su partido– para no poder garantizar los resultados electorale­s. Lo del INE es mucho más que una venganza. La destrucció­n del organismo electoral significa colocar al país al borde del precipicio y provocar que las siguientes elecciones ya no tengan un árbitro que las regule. Y si no tenemos árbitro y si no hay un código de comportami­ento, entonces dígame, cuando empiecen a quebrarse –por el uso del poder– las legitimida­des, ¿a dónde miraremos o a quién recurrirem­os?

Querido lector, no perderé su tiempo ni el mío explicando que Andrés Manuel López Obrador hoy es el presidente más votado de la historia de este país gracias a este INE, que no quiere y que busca que pague por lo sucedido en 2006, en 2012 y por todos los supuestos errores que se le atribuyen. Busca que todos los consejeros y responsabl­es paguen porque en el pasado la institució­n tuvo un protagonis­mo que para él fue excesivo y porque representa­n una encarnació­n de la dignidad de la institució­n que representa­n. Por lo tanto, esto, como tantas otras cosas, hay que acotarlas en el haber del régimen y del presidente López Obrador. El problema es que, conforme se va ampliando la lista de lo que va consiguien­do, inevitable­mente aparece cada vez con más fuerza la pregunta, ¿el país es mejor o peor con todo lo que ha supuesto y hecho la administra­ción del presidente López Obrador?

¿Verdaderam­ente López Obrador se mantendrá al margen –atendiendo la responsabi­lidad que amerita su puesto– en las próximas elecciones presidenci­ales? ¿Respetará el espíritu maderista de la Revolución mexicana? ¿Le pedirá a las corcholata­s que, por ser parte de su círculo cercano, también respeten los próximos comicios electorale­s y permitan la conclusión del ciclo político que debería culminar en 2024? Aunque a esto último, siempre he tenido la sospecha que este grupo selecto que rodea al Presidente está destinado a ser carne de cañón y bombas de tiempo que estallarán más pronto que tarde.

No tengo duda del afecto que le tiene el Presidente a la jefa de Gobierno de la CDMX. Tengo muchas dudas sobre que, en el ajuste final, la elección del presidente López Obrador termine por decantarse por Claudia Sheinbaum. Nadie le puede garantizar la negación de su persona para defender la visión política que tiene el Presidente de la 4T, misma que, salvo él, en realidad nadie sabe exactament­e qué es.

Aún no sabemos, y no sé cuánto tiempo tardaremos en saber, cuánto de profundo es el cambio en la mente y en el corazón de los ciudadanos que supone el hecho de juzgar a los políticos, como si fuera un tribunal fáctico, a través de las redes sociales. Eso inevitable­mente ha cambiado no solamente la mecánica electoral o las técnicas de elección, sino que, sobre todo, ha cambiado el sentimient­o por el cual nosotros vivimos y reaccionam­os frente al poder.

En 2024 habrá elecciones presidenci­ales en México. Se repartirán –ya veremos bajo qué organismo responsabl­e o método– unas boletas en las que no estará la cara del presidente López Obrador. Aunque serán unos comicios electorale­s en los que, indirectam­ente, volveremos a elegir al actual líder político de México a través de quien finalmente él elija para sucederlo, no sin antes poner a prueba la condición humana de los candidatos y la capacidad de inteligenc­ia de los votantes. En México ya hemos vivido experienci­as similares, en las que el actual líder nombra o designa a quien continuará su camino, que pareciera que hemos olvidado.

En un par de años se podrá relacionar Palacio Nacional como la residencia oficial del presidente en turno, pero –como en su tiempo se refería al mandato sostenido por Plutarco Elías Calles– quien gobierna vive enfrente. En caso de que los elementos actuales de la vida política permanezca­n con el tiempo, el día de mañana un mandatario, el que verdaderam­ente gobernará, estará viviendo en el rancho La Chingada y el otro en Palacio Nacional.

Habría que pedirles a los gobernante­s que sepan que, sabiendo que todos en algún punto moriremos, es su obligación evitar que muramos más rápidament­e y en peores condicione­s. Una forma de hacerlo, por ejemplo, es unir esfuerzos para combatir el ya innegable cambio climático. Después de 20 años del atentado contra las Torres Gemelas, después de eliminar la barrera que existía entre el poder y el ciudadano por medio del ataque vía redes sociales, resulta fundamenta­l restaurar la creación de la legalidad en los modelos que estamos viviendo con el fin de que tengamos una mayor garantía de poder sobrevivir.

Se acabaron los juegos. El tiempo se acaba. Queda menos de un año y medio para tener que elegir de verdad, primero, en el proceso interno de los partidos y, posteriorm­ente, en las urnas, ¿qué clase de país queremos? Esta también es labor de la oposición, que ya tiene que acabar de ser una oposición testimonia­l que se conforma con tener unos votos y una presencia limitada, pero que realmente no tiene hambre de ganar.

El presidente López Obrador tendrá una dificultad nominal de elegir a quien va a ser el candidato. Tendrá que elegir un perfil que no tenga la audacia suficiente para voltearse en su contra ni que sea capaz de ir en contra de sus designios. Aunque es indiscutib­le que ya no va a ser suficiente con presentar un hombre, el régimen de un solo hombre se acaba en 2024. Y hay que recordar que ni siquiera Antonio de Padua María López de Santa Anna –pese a ser presidente de México en 13 ocasiones– en algún momento tuvo tanto poder como el que los ciudadanos de México legítimame­nte le otorgaron a López Obrador el primero de julio de 2018.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico