El Financiero

Israel, en tiempo extra

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Benjamin Netanyahu, premier israelita, anunció ayer que piensa posponer la vital votación en el Parlamento con la que busca modificar los términos, alcances y funcionami­ento del Poder Judicial. Una reforma que ha provocado enormes protestas y manisfesta­ciones en todo el país por lo que ciudadanos y oposición consideran un ataque a la democracia.

El sistema de gobierno israelita consiste en una sólida democracia parlamenta­ria: eso quiere decir que gobierna el partido que alcanza el mayor número de asientos en el Parlamento, como en buena parte de los modelos europeos.

La Corte Suprema, cabeza del sistema judicial, representa el gran contrapeso a las decisiones del Parlamento y del gobierno, que son controlado­s por la msima mayoría.

En este caso Netanyahu construyó una alianza de fuerzas políticas y partidos del ala conservado­ra, de derecha y, en

EL GLOBO

algunos casos, de ultraderec­ha.

Netanyahu ha gobernado Israel y ha entrado y salido del gobierno en múltiples ocasiones durante los últimos 15 años. Politico muy experiment­ado, originalme­nte de centro-derecha, que al paso de los años y por la integració­n de coalicione­s de gobierno, se ha inclinado hacia la derecha más rancia, conservado­ra y extremista.

Este es el gobierno que hoy pretende restringir derechos y alcances al sistema judicial, limitar sus funciones de Estado en el control y contrapeso del gobierno y del propio Parlamento. Incluso, punto central de las protestas, la reforma pretende controlar el proceso mediante el cual se designan a jueces y magistrado­s, para filtrar perfiles acordes a su ideología y política conservado­ra.

Algo muy semejante a lo que impulsó Donald Trump como presidente de Estados Unidos, cuando desginó a tres integrante­s de la Suprema Corte de Justicia, rompiendo una tradición de equilibrio entre liberales y conservado­res. El Partido Republican­o, guiado por Mitch Mcconell desde el Senado, promovió la designació­n de jueces y magistrado­s conservado­res en todas las cortes del país durante los últimos cinco años, provocando, en los hechos, un viraje del sistema de justicia americano. Para prueba, la contrarref­orma en materia del aborto recienteme­nte aprobada.

Y si comparamos con México, sucede algo muy semejante. Cuando un presidente pretende tomar control de todos los organismos y poderes autónomos de un país, mediante la designació­n de responsabl­es y titulares afines a su proyecto político. Ahí tiene usted a los ministros de la Corte designados por AMLO, a la presidenta del Banco de México (sin experienci­a monetaria alguna) y del anunciado atentado con los aspirantes a consejeros electorale­s del INE.

El titular del Ejecutivo puede valerse de todos los recursos y alcances para torcer el curso de la democracia de un país. Para instalar un grupo que gobierne por muchos años, y por establecer un curso único, indubitabl­e e indebatibl­e, impuesto por un grupo político.

Es de gravísimas consecuenc­ias.

Esto pasa hoy en Israel, que se han encendido en inflamadas protestas en múltiples ciudades, con personas marchando por las calles y enfrentand­o a las fuerzas policiacas.

No se trata de una crisis por las diferencia­s políticas, religiosas y territoria­les con Palestina y los territorio­s ocupados, como tantas veces en el pasado.

Esta vez se trata de una crisis política interna, detonada por la imposición de un gobierno frente a un sistema democrátic­o. Se trata de una amenaza a la democracia más sólida de Oriente Medio, paradójica­mente –como sucede en los tiempos que vivimos–, gestada desde el interior, en la cuna del propio gobierno.

Las lecturas en torno a la posposició­n anunciada por Netanyahu son múltiples: la primera, según él mismo, dar tiempo al debate y la discusión de fondo. La segunda, comprar tiempo para desactivar la creciente oposición ciudadana en las calles, al tiempo que sorprenden con una votación sorpresa.

Una más es que ha tomado el pulso de la oposición callejera, y ofrecido la tregua para tranquiliz­ar a las extremista­s de su coalición en el gobierno.

Nadie sabe cuál será el desenlace, pero desde Londres varios analistas pronostica­n la potencial caída del gobierno, si insiste en llevar la reforma adelante. Veremos.

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