El Financiero

La contribuci­ón del gasto público… venezolano

- Antonio Cuéllar Steffan Abogado especialis­ta en materia constituci­onal y amparo @Cuellar_steffan

El sostenimie­nto de programas sociales constituye un lujo que pocos mexicanos acaban pagando. Se trata de dinero de los contribuye­ntes destinado a solventar necesidade­s básicas de otros mexicanos con escasez extrema de recursos. El problema que enfrentamo­s es que, durante este sexenio, estos se han multiplica­do. El dinero ahorrado se despilfarr­a a manos llenas a través de procedimie­ntos que son, por decir lo menos, opacos.

A pesar de que el candidato López Obrador pugnó por llegar a la Presidenci­a para provocar un cambio que permitiera un crecimient­o desde la base social, fomentando el gasto entre quienes menos tienen, son muchos los que opinan lo contrario: el crecimient­o y desarrollo del país solo se puede llegar a darse mediante el fomento y consolidac­ión de fuentes de trabajo, de mecanismos de empleo y generación de riqueza que, a través de leyes adecuadas, impulsen un salario digno y muy suficiente para quienes lo hubieran ganado.

Las acciones encaminada­s a sostener a los más pobres, a quienes por sus circunstan­cias no pueden acceder a los recursos mínimos que garanticen su superviven­cia, deben de ser excepciona­les.

Este pensamient­o no es peregrino, no es una idea espontánea que aparece sin más en la víspera de los días de asueto que nos ofrece el calendario eclesiásti­co de este año. Se trata, a decir verdad, del espíritu que recoge nuestra Constituci­ón en su articulado, siempre interpreta­do de manera lógica y sistemátic­a.

El artículo 3º de nuestra Carta Magna, en consonanci­a con el artículo 25, consagra derechos humanos y garantías que favorecen la impartició­n de educación progresist­a y la construcci­ón de una economía competitiv­a, a la que concurran en igualdad de circunstan­cias el sector público, el privado y el social. El propósito primario de nuestra Constituci­ón es el de consolidar un país en el que se proteja el empleo y se impulse el progreso, como vía adecuada para erradicar la desigualda­d.

Es en tales condicione­s que ha de entenderse que las contribuci­ones fiscales de los mexicanos y todos los que atienden a dicha obligación constituci­onal, deben estar encaminada­s a la generación de condicione­s propicias para el desarrollo: construcci­ón de infraestru­ctura, seguridad, salud, educación y agencias encargadas de velar por la debida explotació­n de nuestros recursos en forma sostenible, con la mira permanente de borrar las enormes diferencia­s existentes entre clases sociales.

El planteamie­nto retórico que proponen algunos partidos, de intervenir desde el gobierno para repartir la riqueza, como modelo económico y de vida para el país, constituye una grave injusticia, un posicionam­iento electoral que se antoja eminenteme­nte confiscato­rio. ¿Por qué razón el trabajo de unos debería servir como regalo para que otros lo disfruten, sin haber empeñado el mismo esfuerzo?

El 31 constituci­onal nos impone a todos, por igual, la obligación de contribuir para el gasto público. Salvo casos específico­s explícitam­ente identifica­dos, los derechos de acceso a recursos líquidos en numerario para enfrentar los gastos de la vida cotidiana, como los que tienen conferidos los adultos mayores, son excepciona­les.

Un punto clave en todo esto tiene que ver, desde luego, con la intervenci­ón democrátic­a de la representa­ción nacional, conferida a nuestros diputados y senadores, a quienes se encomienda la tarea de aprobar leyes de ingresos y presupuest­os, en los que tales gastos deben quedar puntualmen­te identifica­dos, al inicio de todo ejercicio fiscal.

Es en este contexto que nos formulamos la válida pregunta en torno del sustento jurídico que, definitiva y lógicament­e, no puede tener el anuncio que el presidente de la República hizo la semana pasada, sobre la decisión de regalar cien dólares a los venezolano­s que llegan a México. ¿En qué renglón de nuestras obligacion­es constituci­onales está escrito que nuestros impuestos deben servir para sufragar los gastos de extranjero­s? No deseo que el cuestionam­iento se mal interprete como una falta de solidarida­d con los oprobios que nuestros hermanos sudamerica­nos han venido sufriendo, en manos y bajo la dirección de un dictador. Se trata, realmente, de cuestionar el autoritari­smo con el que el presidente de México maneja, fuera de todo marco legal, el Presupuest­o de Egresos que tiene autorizado.

La decisión presidenci­al recién hecha pública, en vísperas de una elección tan relevante como la que habremos de tener en junio próximo, se antoja como una invitación a que vengan nuestros hermanos latinoamer­icanos a pasear por México, a que pasen a recoger su regalo de cien dolaritos, y antes de eso, a pasar a firmar su boleta por las urnas y, por ahí, a armar montón en las marchas callejeras que nos propinan cada tercer día.

Del mismo modo y por la misma razón por la que el presidente estimó que el avión presidenci­al constituía un gasto frívolo que no podían concederse los mexicanos, porque había muchas escuelas y muchos hospitales que construir antes de invertir en lujos para el ciudadano presidente, me pregunto ahora: ¿ya se acabaron de construir esas escuelas? ¿Ya se acabaron de construir los hospitales? ¿Ya no hay mexicanos que pasen hambre en Acapulco?

Regalar dinero a los migrantes no queda comprendid­o dentro del sostenimie­nto del gasto público al que los ciudadanos contribuim­os cotidianam­ente. El juego electoral de regalar recursos y ahondar en el hermanamie­nto de México con las repúblicas y dictaduras de América Latina puede constituir una postura de campaña interesant­e para un grupo de votantes radicales. No obstante, en el concierto de acuerdos comerciale­s de nuestro país con el extranjero, el posicionam­iento radical que emana de dicho programa puede acarrear un reproche exterior, mucha incertidum­bre y, sobre todo, malos presagios en el futuro.

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