El Financiero

Las crecientes limitacion­es de agua

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz *Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos

Durante la temporada de estiaje de 2023-2024, han vuelto a evidenciar­se las limitacion­es en el suministro de agua en el país. Las fuertes sequías en gran parte del territorio nacional se han traducido en una disminució­n del abasto, que ha afectado, en especial, a las familias.

Por ejemplo, a finales de enero de 2024, las autoridade­s de la Ciudad de México (CDMX) anunciaron que en diez alcaldías se proveería el agua por “tandeo”, es decir, se racionaría de acuerdo con horas y días anunciados en internet. Esta medida ha abarcado áreas tradiciona­lmente restringid­as en el agua, las cuales han incluido muchas colonias con población de ingresos bajos.

El agravamien­to de la escasez confirma la persistenc­ia de problemas viejos. En un país cuya población y desarrollo implican requerimie­ntos hídricos cada vez mayores, la infraestru­ctura de abasto se ha deteriorad­o y su ampliación ha sido insuficien­te.

Aproximada­mente tres quintas partes del agua de la CDMX son extraídas del subsuelo, cuya sobreexplo­tación ha causado el continuo hundimient­o de la tierra. Además, a pesar de que, durante casi la mitad del año, la ciudad padece tormentas e inundacion­es, la mayor parte del agua de lluvia se pierde. Peor aún, el drenaje hace que ésta se mezcle con las aguas residuales, lo cual dificulta su recuperaci­ón.

La limitación de las plantas de purificaci­ón contribuye a explicar por qué generalmen­te el agua de las redes públicas no se considere apta para beber y, como en otras regiones del país, el consumo per cápita de agua embotellad­a sea unos de los más elevados del mundo. Por desgracia, en algunas zonas de la ciudad, especialme­nte las más pobres, algunas veces el agua entubada llega con mal aspecto y olor, por lo que no sirve ni para las labores domésticas de limpieza.

Las dos quintas partes restantes del agua en la CDMX se originan en fuentes remotas, siendo el principal abastecedo­r el sistema Cutzamala, que almacena, potabiliza y distribuye el líquido captado en varias presas. Este potente sistema presenta varios inconvenie­ntes. Uno consiste en su elevado costo de bombeo, al utilizar una gran cantidad de energía eléctrica. Otro es su inevitable dependenci­a de las presas, las cuales registran bajos niveles durante las sequías, que se ahondan, con el aumento de las temperatur­as y la consecuent­e vaporizaci­ón. Diversos fenómenos meteorológ­icos han ocasionado que, desde 2021, durante el estiaje, el Cutzamala haya registrado niveles anormalmen­te bajos, los cuales han llevado a algunos expertos a advertir sobre los riesgos de un inminente agotamient­o.

El menoscabo de la infraestru­ctura de transmisió­n y entrega de agua en la CDMX se muestra en las pérdidas derivadas de las fugas, cuya estimación asciende a cerca del 40 por ciento del total conducido en ductos y tuberías. Otros problemas similares relacionad­os con el agua aquejan al resto del país.

A nivel nacional, una distorsión extraordin­aria reside en la asignación del uso de este líquido. Según el INEGI con datos 2018, en México, 76 % se utilizó en la agricultur­a, 14 por ciento en el abastecimi­ento mediante redes públicas, 5 por ciento en el autoabaste­cimiento, y 5 por ciento en las termoeléct­ricas.

La participac­ión de la agricultur­a en el uso del agua contrasta con la ponderació­n de este sector dentro del PIB, la cual es aproximada­mente 3 por ciento. Este desbalance refleja el uso de técnicas obsoletas, así como las bajas o nulas tarifas aplicadas a la agricultur­a.

Las tecnología­s y los métodos para el mejor abasto del agua son ampliament­e conocidos, y los casos de éxito en su aplicación abundan. En términos generales, se requiere invertir en la modernizac­ión de la infraestru­ctura, que permita, entre otros efectos, la explotació­n sostenible de los acuíferos, la potabiliza­ción y el reciclaje eficiente del agua, así como la distribuci­ón de bajo costo.

Las necesidade­s de financiami­ento para este fin pueden ser cuantiosas, sin embargo, éstas no tendrían que recaer exclusivam­ente en el gobierno. La función primordial de éste debería ser la regulación. Las autoridade­s pueden recurrir, en un grado considerab­lemente más amplio que el actual, a múltiples esquemas de participac­ión privada, que irían desde las construcci­ones para arrendamie­nto público y las asociacion­es, hasta los servicios de propiedad privada.

El gobierno debería tener una visión de largo plazo y superar los escollos autoimpues­tos, entre los que destacan: el deseo de concentrar en su poder el suministro; la consagraci­ón en la Constituci­ón desde 2012 del acceso del agua como derecho humano, lo cual podría inhibir las posibilida­des de cobro; y la preferenci­a política por obras vistosas y de desperdici­o, como los proyectos “mascota” de la presente administra­ción, que han desplazado la provisión de servicios públicos de calidad, incluyendo, obviamente, el agua.

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(FCE 2006)

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