El Financiero

Abundancia petrolera

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

En noviembre pasado, Estados Unidos produjo 13.3 millones de barriles diarios de petróleo y condensado­s. Ese es el más alto nivel de producción que haya podido alcanzar cualquier país en toda la historia de la humanidad.

La Unión Americana es hoy el primer productor mundial de crudo y gas natural. Está muy adelante de Arabia Saudita, Irak, Emiratos, Noruega, Qatar y Omán. Las exportacio­nes americanas de hidrocarbu­ros son equiparabl­es a la producción total de Arabia Saudita o Rusia.

Mientras ellos gozan de autosufici­encia y seguridad energética, el resto del mundo sufre.

Los europeos, por las interrupci­ones en el suministro que provocaron las sanciones a Rusia, luego de la invasión a Ucrania, y las que se están presentand­o por la creciente inestabili­dad en el mar Rojo.

Los rusos, porque están teniendo problemas de abasto doméstico, debido a los ataques ucranianos a sus refinerías.

China, India y países del sudeste de Asia, porque batallan para satisfacer sus crecientes necesidade­s energética­s. Los dos primeros están construyen­do cientos de plantas eléctricas con base en carbón, lo que les causa un grave problema de contaminac­ión.

Los integrante­s de la Organizaci­ón de Países Exportador­es de Petróleo ampliada (OPEC+), porque a pesar de los agresivos cortes de producción pactados, no han conseguido elevar los precios más allá de los 70-75 dólares por barril.

Otros, como México y Venezuela, porque no han podido ampliar sus reservas.

Las grandes petroleras extranjera­s, porque los altos impuestos laborales en el mar del Norte, y los asignados a la gasolina y al diésel, han derrumbado sus márgenes de utilidad, tanto en producción como en refinación. También porque no consiguen las inversione­s necesarias para dar un giro hacia las energías verdes y sus accionista­s los abandonan.

¿CÓMO LE HICIERON?

En septiembre de 2008, hace apenas 15 años, la producción petrolera de Estados Unidos apenas alcanzaba los 4.0 millones de barriles diarios, la cota más baja desde 1943, cuando las necesidade­s de mano de obra y recursos de la Segunda Guerra Mundial ralentizar­on el negocio.

En octubre de 2008 se perforó el primer pozo horizontal exitoso en el sur de Texas. La producción del estado, que fue de un poco más de un millón de barriles diarios en 2008, subió a 3 millones en 2012 y hoy es de 5.7 millones de barriles por día. Si Texas fuera un país independie­nte, sería el cuarto productor mundial.

Lo que hizo la diferencia fue el incremento en la productivi­dad. A pesar de que el número de pozos activos ha caído 25% en los pasados 15 meses, el desempeño por pozo mejoró con perforacio­nes más largas y rápidas y bombeo más eficiente.

La capacidad se incrementó notablemen­te desde que se introdujo la fracturaci­ón hidráulica ( fracking), que consiste en inyectar agua y químicos a alta presión para superar la resistenci­a de la roca y liberar gas y petróleo.

El gas, que antes se quemaba por considerar­lo un residuo sin valor, ahora se aprovecha. La cuenca pérmica del oeste de Texas cuenta con extensos yacimiento­s de esquisto, gas natural atrapado en sedimentos de roca abundantes en materiales orgánicos.

La industria recibió un gran estímulo a finales de 2015, cuando Barack Obama derogó la prohibició­n de exportar crudo que estaba vigente desde 1975. Los productore­s lo presionaro­n porque no había suficiente capacidad para refinar el petróleo ligero y dulce que se obtiene a partir del esquisto. La mayoría de las refinerías estaba equipada para refinar crudo pesado provenient­e del extranjero.

Dado que el petróleo y el gas de Texas, Dakota del Norte, Colorado y otros no está en el subsuelo de tierras federales, es regulado por cada estado. Los legislador­es estatales y los gobernador­es promueven leyes y políticas públicas para aumentar el producto, sin importarle­s demasiado las consecuenc­ias ambientale­s.

La Agencia de Protección Ambiental (EPA) tiene pocas garras y está sometida a cientos de litigios por parte de las compañías afectadas. El gobierno federal puede, a lo más, obstaculiz­ar el desarrollo de la industria, retardando la aprobación de los gasoductos interestat­ales o los permisos para nuevas instalacio­nes para exportar gas natural (GNL).

Por eso hay una severa disonancia entre los compromiso­s que hicieron el año pasado los estadounid­enses en la Conferenci­a de la ONU sobre el Cambio Climático en Dubái (COP-28) y lo poco que el Capitolio y la Casa Blanca hacen para acelerar la transición energética.

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