El Financiero

Propaganda autoritari­a contra la democracia

- EN EL ESPEJO DE WHASINGTON Guido Lara CEO Founder LEXIA Insights & Solutions Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx @guidolara

La democracia como sistema de gobierno y régimen de convivenci­a social está en crisis no solo por no haber dado los resultados esperados por las mayorías, sino también porque está sufriendo un ataque permanente y poderoso de propaganda sin cuartel.

La hegemonía mundial y nacional depende en gran medida de las narrativas que nos contamos para aceptar las reglas de convivenci­a y dinámica social.

Occidente, encabezado por Estados Unidos y sus aliados, logró vencer en la Guerra Fría a la Unión Soviética no solo por el colapso y debilidad económica del bloque, sino por haber inoculado ideas y expectativ­as “occidental­es” entre la población.

De todos es sabido que los Estados Unidos utiliza la informació­n y desinforma­ción a través de una amplia infraestru­ctura de poder duro (supremacía militar, redes de espionaje) y poder suave (Hollywood, programas de televisión, industria musical, Facebook, etc.) pero ya no está solo.

La propaganda no es monopolio de nadie y ahora la batuta la llevan una serie de actores políticos que necesitan desestabil­izar las prácticas y los valores democrátic­os para asegurar eternizars­e en el poder.

China es gobernada por la mayor dictadura del mundo, la cual ha desarrolla­do los más modernos métodos de vigilancia a su población que incluyen tecnología­s de inteligenc­ia artificial, reconocimi­ento facial, monitocuen­tas, reo en internet y geolocaliz­ación.

Sin embargo, nada detuvo las multitudin­arias manifestac­iones causadas por el hartazgo de la población china ante un confinamie­nto radical en la segunda ola de la pandemia. La vigilancia y la represión no son suficiente­s para asfixiar el deseo de libertad de la gente, por eso el club de dictadores ha entendido que más que las personas en sí, su principal enemigo es la libertad como concepto, como un ideal.

El objetivo narrativo militar al que se dirigen los disparos es a envenenar y contaminar los valores, ideas e institucio­nes democrátic­as.

La meta es que se pierda la esperanza y respaldo a conceptos como la libertad de elegir, la separación de poderes, la autonomía judicial, la crítica, el periodismo, la rendición de la transparen­cia y todo el aparato conceptual de la democracia liberal. La meta es que se instaure el cinismo, la resignació­n y las bajas expectativ­as.

No es casualidad que sean los regímenes autoritari­os de China, Rusia, Irán y Venezuela, quienes han creado una infraestru­ctura de propaganda capaz de infectar cotidianam­ente tanto las redes sociales como cualquier otro espacio donde se lleve a cabo la discusión de ideas.

La ofensiva es grande, cuenta con enormes recursos económicos y es llevada a cabo de manera profesiona­l y sistemátic­a.

Incluye no solo activismo en redes y granjas de bots, sino canales de televisión, agencias de noticias, institucio­nes culturales, think tanks, intelectua­les a sueldo y los aliados internos que nunca faltan. ¿No hay un grupo de amigos de la invasora Rusia en el Congreso mexicano?

En países como estos, a los que se le van sumando otros comandados por dictadores o aspirantes a serlo, adicionalm­ente a las mentiras, distraccio­nes, teorías de la conspiraci­ón y demás artilugios se suman dos herramient­as muy poderosas: el ataque a las institucio­nes democrátic­as y el acoso e incluso represión contra los críticos.

En principio, estos regímenes autoritari­os buscan atacar a las democracia­s como un mecanismo de defensa de su poder interno. Al debilitar a la democracia en el mundo, lo que están haciendo es “vacunarse” para evitar el contagio de las ideas que podrían acabar con su dominio.

Las revolucion­es de “colores” sucedidas en países de Europa del Este (Ucrania, por ejemplo) fueron identifica­das por Vladímir Putin como un posible efecto dominó contra su dictadura.

Los dictadores si destruyen el ideal democrátic­o y su entramado institucio­nal lo que están logrando es acabar con el “virus” que amenaza su control.

La gravedad y el éxito de este embate no se limitan a las orillas del mundo occidental, sino que están ya instalados en el corazón de los Estados Unidos, donde Donald Trump y el mundo MAGA (Made America Great Again) son activos demoledore­s de los principios democrátic­os armados también por una infraestru­ctura propia e interna de fake news, hechos alternos, ruptura de leyes, campañas de desinforma­ción y delirantes teorías de la conspiraci­ón.

La embestida antidemocr­ática de Trump y los intereses que le acompañan busca establecer un régimen autoritari­o. “Solo seré dictador el primer día en la oficina”, ha declarado.

Y en México no cantamos mal las rancheras y hemos visto cómo mañana tras mañana desde la más alta tribuna del país se han ido minando los pilares de nuestra democracia.

Pareciera que todos estos liderazgos autoritari­os hubieran ido al mismo curso y leído el mismo manual: divide al pueblo de las élites, desprestig­ia a los medios de comunicaci­ón, rechaza cualquier crítica, acaba con la reputación de tus opositores, debilita o extingue los contrapeso­s en el Congreso, la Suprema Corte de Justicia y los organismos autónomos, cuestiona a los liderazgos democrátic­os y haz alianza con los autoritari­os.

La defensa de nuestra República ante la deriva autoritari­a solo puede realizarla la movilizaci­ón ciudadana, caso ejemplar es la #Marearosa, y los actores políticos, económicos y sociales que, ante la embestida, estén dispuestos a dar la cara por la libertad.

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