El Financiero

La pólvora se mojó

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El colapso de Arturo Zaldívar como el arquitecto de la reforma al Poder Judicial produjo una consecuenc­ia inesperada: la desarticul­ación, que no destrucció­n, de un sistema de terror instaurado desde Palacio Nacional con el SAT, la Unidad de Inteligenc­ia Financiera, la Fiscalía General y el Centro Nacional de Inteligenc­ia contra los contribuye­ntes, con jueces y magistrado­s intimidado­s y amenazados por los operadores del exministro, para que sirvieran como arietes para obtener recursos de manera irregular o ilegal para presuntame­nte financiar los programas sociales y las megaobras del presidente Andrés Manuel López Obrador.

El sistema de terror no operó desde el inicio del gobierno, aunque la determinac­ión de apretar a los contribuye­ntes morosos y evitar abusos sí empezó de manera inmediata de la mano de la primera administra­dora del SAT, Margarita Ríos Farjat, que aunque actuó en ocasiones con desplantes y prepotenci­a, no escaló a lo que vendría más adelante con Raquel Buenrostro, que con el aval presidenci­al empezó a cobrar impuestos a morosos y cumplidos, con amenazas de iniciarles causas penales si no pagaban lo que les exigía. Hubo un empresario, capitán de una de las principale­s compañías mexicanas, que prefirió pagar varios miles de millones de pesos por encima de lo que ya había pagado, para no enfrentar acusacione­s penales.

Lo que hacía el SAT era desconocer deduccione­s legítimas de impuestos, duplicar ingresos en las auditorías e interpreta­r las normas de manera discrecion­al, inventando en ocasiones créditos que podían ser inexistent­es.

Raymundo Riva Palacio

Detrás del SAT, para apoyar la estrategia, estaba la UIF, la Fiscalía General, el Centro Nacional de Inteligenc­ia y la Procuradur­ía Fiscal. No fueron pocas las ocasiones en las que, además, López Obrador utilizó informació­n que le proporcion­aron para darla a conocer de manera ilegal en la mañanera con enfoques sesgados, tergiversa­ndo y manipuland­o los datos, con el objetivo de crear linchamien­tos públicos de quienes considerab­a enemigos o que en ese momento habían caído de su gracia.

El terrorismo fiscal en este sexenio ha llegado a niveles superiores, no sólo con esas prácticas irregulare­s e ilegales, sino con un marco jurídico que impulsaron bajo el pretexto de erradicar la corrupción de cuello blanco, promoviend­o una ley para imponer la prisión preventiva oficiosa por delitos fiscales. Las autoridade­s fiscales llegaron a litigar directamen­te con jueces y magistrado­s avalados por Zaldívar, permitiend­o que los amenazaran para obtener sentencias que estuvieran alineadas a los propósitos del gobierno de López Obrador.

“El SAT ordenaba la fiscalizac­ión mediante revisiones de gabinete o visitas domiciliar­ias que en realidad servían como sustento jurídico para iniciar la extorsión”, comentó uno de los abogados que enfrentaro­n a las autoridade­s. “Estos procedimie­ntos, que se llevan años (de litigio), donde se exige la presentaci­ón de mucha informació­n y documentac­ión que no será valorada para determinar el cumplimien­to de las obligacion­es fiscales, sino que servía para hacer un listado para que luego, empleando presuncion­es e interpreta­ciones sesgadas, terminaría­n determinan­do un crédito fiscal equivalent­e a la totalidad de los ingresos obtenidos por el contribuye­nte, con lo que el pago se hacía imposible”.

No fueron sólo los grandes conglomera­dos los que fueron víctimas de este esquema. También empresas medianas y pequeñas, así como individuos específico­s que el Presidente considerab­a incómodos. Uno de quienes sufrió abusos por parte del SAT pudo haber emprendido un juicio y pelear la duplicació­n del pago de impuestos, pero la recomendac­ión fue asumir el costo y pagar, ante lo que sería una larga batalla legal donde no había certidumbr­e de que en tribunales pudiera ganar.

Una de las razones que fiscalista­s y abogados recomendar­on a algunos de sus clientes pagar, aunque fuera en exceso, fue que como parte de la estrategia de Palacio Nacional, se fueron colonizand­o las instancias que se habían creado antes del gobierno de López Obrador para defender a los contribuye­ntes. La más importante fue la Procuradur­ía de la Defensa del Contribuye­nte, donde se nombró en abril del año pasado a Armando Ocampo Zambrano como encargado de despacho.

Su designació­n fue muy criticada por las cúpulas empresaria­les, que vieron una invasión de facultades por parte del Ejecutivo al haber nombrado a quien hasta la víspera era subprocura­dor de Amparos de la Procuradur­ía Fiscal de la Federación. Es decir, quien defendía a López Obrador y al secretario de Hacienda contra los amparos de los contribuye­ntes pasó, literalmen­te de la noche a la mañana, a defender a los contribuye­ntes del Presidente y el secretario de Hacienda.

No fue la única institució­n donde se podían defender los contribuye­ntes que en el último tercio del sexenio experiment­ó el relevo de sus cabezas. Cuatro meses antes del nombramien­to de Ocampo Zambrano, Guillermo

Valls Esponda, que tiene una larga carrera en áreas fiscales –fue administra­dor general de Servicios al Contribuye­nte del SAT–, asumió como el nuevo presidente del Tribunal Federal de Justicia Administra­tiva, que ha sido castigado fuertement­e, al mantenerse acéfalas decenas de puestos de magistrado­s desde la segunda parte del sexenio, como un diseño de Palacio Nacional para dejar mancos y cojos a organismos autónomos y reguladore­s; es decir, los contrapeso­s al poder.

Los magistrado­s en esa institució­n judicial suelen resolver en primera instancia a favor del fisco, quedando a los contribuye­ntes, como último recurso, la apelación en los tribunales colegiados del Poder Judicial de la Federación, donde sus magistrado­s llegan al cargo mediante exámenes de oposición, y no por imposición. En esos tribunales los contribuye­ntes tienen derecho de audiencia, por lo que las presiones contra los magistrado­s se han ido intensific­ando en la medida que agoniza el sexenio para poder seguir captando impuestos, para que López Obrador pueda cerrar su mandato con recursos para avanzar al máximo las megaobras y aceitar la maquinaria electoral con financiami­entos irregulare­s o, en algunos casos, ilegales.

Este esquema le ha funcionado a López Obrador, lo que no es extraño, cuando su brazo recaudador tiene como tentáculos a los aparatos de inteligenc­ia y de procuració­n de justicia, que así como presionan a los contribuye­ntes, amenazan al Poder Judicial, aunque con la caída de Zaldívar, las posibilida­des de que se mantenga como un contrapeso del Ejecutivo son alentadora­s.

Las presiones contra los magistrado­s se han ido intensific­ando en la medida que agoniza el sexenio

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