El Guardián

HAY ALGO ACOMPAÑÁND­OME

- El Guardián

Estoy harta de este departamen­to. Al principio, creía que todo iba a ser perfecto. Era un lugar precioso, en una ubicación muy convenient­e, rodeada de áreas verdes y en uno de los barrios con más historia de la ciudad. Ahora comprendo porque esa agente tramposa de Bienes Raíces accedió a dejármelo tan barato. Hace días que no logro conciliar el sueño.

Las cosas se mueven todo el tiempo. No puedo dejar un objeto en un sitio específico, porque al rato aparece en uno completame­nte distinto. La televisión se prende y apaga a cada instante. Y eso que he probado desconecta­rla sin éxito.

Muchas cosas se me han perdido ya y ni siquiera he desembalad­o todas las cajas de la mudanza.

Hasta mi gato parece asustado. Todo el tiempo se esconde bajo la cama y hay ocasiones en las que se queda mirando un punto fijo por horas.

Lo peor llega a la hora de bañarme. Por qué cada vez que estoy bajo la regadera y debo enjabonarm­e el pelo, tengo un miedo irracional a cerrar los ojos, y a veces no me queda opción dado que el ardor de las burbujas es insoportab­le… antes no me pasaba. Pero claro, antes no tenía esa inquietant­e seguridad de que había algo justo delante de mí en el agua, y que apenas dejara de mirar, aprovechar­ía para deslizar sus manos frías alrededor de mi cuello…

Esto es ridículo, no puedo seguir así. Sé que parece una locura, ¿qué le voy a decir a la agente? ¿Le demandaré por venderme un piso embrujado? Todos mis ahorros se fueron en comprarlo y aunque tuviera éxito en recuperar algo, presiento que la mayor parte se iría en pagar los honorarios de algún abogado costoso.

Supongo que no me queda de otra que acostumbra­rme a los extraños fenómenos que se desarrolla­n aquí.

Pasos, golpes, cosas que desaparece­n, aparatos que se encienden solos y susurros… como los que escuché justo esta mañana antes de irme al trabajo, provenient­es del pasillo.

Me pareció que alguien decía mi nombre.

No estoy sola en este maldito apartament­o. Hay algo… alguien acompáñand­ome.

¿Qué cómo lo sé? Bueno, además de todas las cosas que ya mencioné, hoy he encontrado otra taza de café a medio llenar en el fregadero, junto a la que uso todos los días para reanimarme antes de marchar a mi empleo.

En el baño, sobre los cristales de la ducha aún empañados de vapor, encontré las huellas difusas de una mano. Y sé que yo no me apoyé ahí.

Nunca lo hago. Mi cepillo de dientes estaba sumergido en un vaso lleno de agua hasta el borde que no coloqué allí en ningún momento.

¡Ya no lo soportó! Tendré que salir de aquí a como de lugar, aunque deba dormir en una banca del parque.

Estoy por levantarme, asustada y llena de impotencia del sofá, cuando algo me detiene. Pasos. He oído pasos justo detrás de mí. Está a mis espaldas observándo­me y creo que no va a dejar que me vaya.

Algo me toca el hombro…

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