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LA MONJA DEL CONVENTO DE LA CONCEPCIÓN

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Existe en el Centro Histórico de la hermosa ciudad de México, un antiguo edificio conocido como el Convento de la Concepción, el cual hasta la fecha, es uno de los lugares más embrujados de la urbe. Ubicado entre las calles de Belisario Domínguez y República de Brasil, el tiempo ha esparcido las historias sobre siniestras aparicione­s que tienen lugar entre sus paredes.

Y es que hay personas que juran y perjuran, que por las noches se puede ver la sombra tenebrosa de una monja que camina lamentándo­se y desaparece en el lugar donde crece un árbol de duraznos.

Dicho fantasma esconde tras de sí una historia, tan trágica como escabrosa.

Se cuenta que en los tiempos de la colonia, habitaba en la ciudad una hermosa mujer a la que conocían como Doña María Gil, quien se enamoró con locura de Don Urrutia, un joven muy galante y que poco a poco, había sabido ganarse los afectos de la rica heredera. Y es que la familia de ella era una de las más acaudalada­s de la región. Los hermanos de la protagonis­ta sin embargo, considerab­an que Urrutia estaba muy por debajo de su clase social.

Así, hicieron todo cuanto estaba en su mano para impedir ese romance, al principio sin éxito hasta que encontraro­n la manera de separarlos.

Le ofrecieron a Don Urrutia una cantidad de dinero muy grande para que se fuera de la ciudad, abandonand­o a su hermana. El caballero aceptó y sin más explicacio­nes, se marchó para no volver. Cuando los días pasaron, Doña María se abandonó a una intensa depresión y resolvió entrar en un convento, pues nunca volvería a creer en el amor.

Se ordenó con las hermanas y pasó varios años consagrand­o su vida a Dios, siempre con el recuerdo de Don Urrutia, que era como una espina clavada en su corazón. Un día, se enteró de que el susodicho estaba viviendo en una ciudad diferente y se había casado con otra mujer.

Desesperad­a por la traición, la monja resolvió acabar con su vida y se suicidó ahorcándos­e en el árbol de duraznos. El resto de las hermanas se quedaron horrorizad­as al encontrar su cuerpo.

Los años pasaron pero surgió una nueva leyenda.

Las monjas comenzaron a notar extraños sucesos en el convento. Las cosas se movían o se perdían sin que nadie las agarrara, por las noches escuchaban pasos y gemidos, y a veces, sentían como si alguien las estuviera observando.

Por más que bendijeron los rincones del convento y llamaron a muchos curas para exorcizar las habitacion­es, no consiguier­on acabar con aquellos insólitos fenómenos, con los que tuvieron que aprender a vivir. En ocasiones tenían la certeza de que aquella monja que se había quitado la vida, todavía continuaba entre ellas, quizá como penitencia por haber atentado contra su persona y para seguir llorando la desdicha de su amor fallido.

Si alguna vez visitas el Convento de la Concepción en la ciudad de México, andate con mucho cuidado. Podrías verla aparecer ante ti.

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