En el salón de té
Ellen mide un metro setenta y dos. Su complexión es fuerte pero esbelta, de anchas espaldas y pecho pequeño, glúteos firmes y musculatura general marcada, pero elástica. Los rasgos de su rostro son angulosos y rectos, lo que, junto a su largo cuello, ojos verdes y melena castaña, le confieren una muy notable y singular belleza andrógina. Su pareja, Lars, apenas mide un par de centímetros más que ella. Su aspecto es delgado y un tanto frágil, pero firme y carismático en sus gestos. Posee una mirada profunda y sincera enclavada en un rostro armonioso y sugerente, que lo dota de la belleza de la inteligencia.
Los lavabos públicos de la plaza Strinfork, situados junto a la salida 8 del metro, alinean ocho retretes repletos de las más obscenas inscripciones. Frente a ellos, tres piletas donde lavarse las manos y un dispensador de papel secante, que normalmente está vacío. Un espejo largo, vencido ya por el óxido en sus esquinas, corona las tres piletas. Al entrar, el olor es una mezcla de amoniaco, ambientador industrial, humedad y un inconfundible toque de algo desagradablemente orgánico. Los lavabos públicos de la plaza Strinfork no son un lugar para pasar la luna de miel ni un monumento para ser visitado por turistas.
Ellen y Lars saben todo esto y, sin embargo, se dirigen hacia allí.
–De verdad que no sé dónde os metéis los huevos en estos pantalones de corte italiano –dice Ellen, intentando aflojar la presión que el tiro del pantalón ejerce en su vulva.
Lleva el pelo recogido bajo una gorra, incipiente barba y bigote postizo, así como un ostentoso reloj en su muñeca.
Lars contempla por un momento el aspecto varonil de Ellen, y no puede dejar de sentir una poderosa excitación al ver a su mujer así caracterizada.
–¿Es de fiar la información de tu amigo? –le pregunta Lars, observando el andar aplomado de Ellen sobre las zapatillas deportivas.
–Si él dice que ese lugar es el templo del tea-room en esta ciudad, seguro que es el sitio apropiado… Aunque nunca sepa muy bien lo que se hace, siempre sabe lo que dice.
Lars permite que Ellen avance unos centímetros para poder observar su firme trasero compactado en los pantalones. Es, indudablemente, el culo que envidiaría cualquier cachas de esos que se crían en los gimnasios, piensa.
–No dudo que él haya pasado antes por aquí, su afición por los encuentros eróticos fortuitos en lugares públicos es bien conocida –continúa Lars–…Solo hay una cosa que no me ha quedado clara: el término «tea-room» de los ambientes gais americanos o el británico «cottages» para las prácticas homosexuales entre desconocidos en lavabos públicos, ¿hacen alusión a que los lavabos públicos ingleses tienen aspecto de salones de té? O ¿se debe a que el nombre de «tea party» ya estaba cogido?
Ellen esboza media sonrisa bajo el bigote. Cuando llegan a las estribaciones de los lavabos, un individuo enfundado en una sudadera con capucha, que le cubre la cabeza, se acerca sigilosamente. Lars no puede evitar dar un paso delante de Ellen, para interponerse entre ella y aquel tipo demandante.
Justo cuando cree haber descubierto que la pupila que la observa de frente pertenece a Lars y que, como consecuencia, no tiene la menor idea de quién la está penetrando cual animal en celo, desde la pared de atrás… Justo en ese instante, el pensamiento de Ellen se ve ahogado, desarticulado, abatido y definitivamente arrasado por un orgasmo tan poderoso, que ni la más fiera presa hubiera podido contener.