El Guardián

LA CAJA DE MÚSICA

- El Guardián

Ami tío siempre le ha gustado colecciona­r todo tipo de cosas antiguas. Radios pesadas, muñecas que tienen más años que mi abuela, espejos de ensueño e instrument­os rarísimos. A veces bromeó diciéndole que perfectame­nte podría poner su propia tienda de antigüedad­es y él me responde que se lo va a pensar. Aunque sé de sobra que no lo haría: le cuesta demasiado deshacerse de todas esas cosas.

Admito que al principio me parecía un poco raro pero si eso lo hacía feliz, ¿quién era yo para juzgarlo?

A pesar de que cada vez le faltaba más espacio en la casa para aquellos cachivache­s, no hacía daño a nadie y está tan solo… creo que por eso no puedo dejar de compadecer­lo, ni de visitarlo.

El tío es ya un hombre viejo. Nunca se casó ni tuvo hijos, le hace mucha ilusión que todavía me acuerde de él. Tanto como la que siente cada vez que se consigue un trasto nuevo.

—He conseguido una caja de música preciosa —me dijo aquella tarde, mientras pasaba a su casa y me servía un poco de té—, es una auténtica reliquia del siglo 19. Se conserva en perfecto estado, ¡cuando la veas te va a fascinar tanto como a mí!

Sonreí. A veces parecía un niño pequeño cuando hablaba de sus queridas antigüedad­es.

Bebimos el té y hablamos un poco sobre mi trabajo. Luego trajo la caja de música. Era grande y de madera fina, Tenía una palanca que se giraba en uno de los laterales para producir la melodía y por dentro, se encontraba revestida de plata pura.

—¡Debió haberte costado una fortuna! —le comenté con impresión.

Mi tío simplement­e se limitó a sonreír con malicia.

—Para nada, la conseguí en una pequeña tienda de nostalgia cerca de la carretera. El vendedor casi la estaba rematando —me dijo—, si no fuera por qué realmente es una maravilla, diría que estaba intentando deshacerse de ella. Que tonto, ¿no? No sabía realmente lo que tenía en sus manos.

Lo vi aferrar la manivela y antes de girarla, se detuvo. Parecía haber cambiado de opinión.

—Venga, hazlo tú —me dijo, entregándo­me la caja—, quiero que la pruebes primero. A ver que tal suena.

Tomé la pequeña palanca y lentamente, comencé a darle vuelta. Una triste melodía salió de la caja inundando la sala de estar. Era hermosa pero también muy melancólic­a. Sin saber por qué, una inmensa angustia se apoderó de mí. Y a medida que la música avanzaba, se ponía peor. Entonces escuchamos pasos fuera de la habitación.

Miré con miedo a mi tío. —¿Hay alguien más en la casa? —No —contestó él, pálido. Una silueta estaba de pie al otro lado del pasillo. Intenté detener la manivela de la caja, pero era imposible, siguió girando y girando, y conforma giraba aquella silueta parecía estar cada vez más cerca.

—¡Tío! —exclamé con terror. Puso sus manos sobre las mías e intentamos hacer fuerza para parar la caja, en balde. Lo último que vi antes de morir, fue aquella figura encorvándo­se sobre mí.

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