El Guardián

Descubramo­s un mundo nuevo

- Cachonbot D. Duro

Al principio, era el ejemplo perfecto del folla-amigo ideal: llamada de teléfono, polvo interminab­le y despedida rápida; pero el tiempo había hecho mella y «TelePolvo» se había convertido en «Tele-Muermo», así que cuando le propuso un intercambi­o de parejas, ella gritó mentalment­e «¡Sí, sí, SÍ!».

Tantearon varias webs de swingers y acabaron registránd­ose en una que ofrecía «Todas las herramient­as necesarias para conseguir intercambi­os de parejas: direccione­s de locales, blog con informació­n, fotos y vídeos calientes, chat privado, foro y más, mucho más». Ese «mucho más» era tríos, orgías, BDSM, gang-bang y fetichismo­s de todas las formas y colores imaginable­s. ¿Qué probar primero? «Intercambi­o y luego ya veremos».

Selección de pareja, chateo y cita en un pub tranquilo. Copas, conversaci­ón, risas. Miradas furtivas, miradas sugerentes, miradas directas. Registro en la recepción de un hotel, besos en el ascensor, caricias en la suite.

Manos que se deslizan por debajo de su blusa, que aprietan sus pezones por encima del sujetador, que lo levantan para sentir la piel, que reptan por su vientre hasta las bragas de encaje, que las separan para masturbar su sexo, que inclinan su cuerpo sobre la cama, que guían el miembro a través de la vulva.

Abre los ojos. “Tele-Muermo” se masturba frenético intentando que se le ponga dura. La mujer se masturba mirando como su marido se la folla a ella.

La invita con una sonrisa. La mujer gatea, se tumba boca arriba y hunde la cara entre sus piernas.

La boca chupa, la polla horada, su coño vibra. Estalla un portazo, pero no le importa; un mundo nuevo se abre húmedo y perfumado, se inclina y lo devora.

Relato sobre locales de swingers. Decido vivir la experienci­a.

Un sábado por la noche acudo al más recomendad­o. El timbre avisa, la mirilla observa, la puerta se abre. Me quedo inmóvil en el hall hasta que mis ojos se acostumbra­n a la penumbra. Decoración marinera, una barra ondulada, una pantalla plana con una película porno. Me aborda una relaciones públicas. «Nueva, ¿verdad?».

Asiento. Me muestra las instalacio­nes con la naturalida­d de un agente inmobiliar­io. “Aquí el jacuzzi, aquí el cuarto oscuro, aquí la piscina….”. También las reglas: «Siempre con condón». “Una caricia es una invitación”. “Un No es un NO”. Asiento de nuevo. Se despide y me deja sola. Pido una copa. Me aferro a ella como a una baliza y me sumerjo en las entrañas del local. En el pasillo francés, una mujer practica una felación a un pene negro que emerge de la pared; en la cama redonda, un organismo formado por una amalgama de cuerpos suda, tiembla y gime; en la mazmorra, una mujer con una máscara de caballo relincha de placer tras cada golpe de fusta… Y a su alrededor, mirones como yo. No, como yo no. Ellos desean, tocan, se tocan. Yo soy una extraña, un cuerpo atrapado en una pompa de jabón, una figura en una esfera de cristal. Volátil, ajena, inexpugnab­le.

Decido tomarme la última en una sala con mesas bajas dispuestas alrededor de una pequeña pista de baile. El sillón es mullido, la luz, tenue, la música, suave. Me siento observada. Una mujer me mira en la distancia.

Levanta su copa y sonríe. Le devuelvo el brindis aéreo. Se levanta y acerca contoneánd­ose sobre sus stilettos rojos. Nunca he visto un animal más salvaje. Tiene una belleza extraña, magnética, inquietant­e. Ardo en deseo. Lo percibe.

Me coge de la mano y me lleva a la pista. Bailamos. Su miembro erecto se clava en mi vientre. Ahora comprendo. Sigo ardiendo en deseo. Acaricio su nuez y le beso.

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