El Guardián

EL PERRO DEL INFIERNO

- El Guardián

Cuentan que en cierto vecindario ocurrió un hecho insólito que hasta el día de hoy, sigue poniendo a temblar a las personas que viven ahí. Este barrio, ubicado en una ciudad de la cual se desconoce el nombre, era como cualquier otro que te puedas imaginar. Casas de clase media, bien cuidadas y con jardines pequeños. Tiendas desperdiga­das por uno y otro lado. Y un parque que era el epicentro de todo cuanto sucedía allí.

Cada día, este lugar se llenaba de personas que iban a pasar el rato. Niños que jugaban, adolescent­es que patinaban o paseaban tomados de la mano, ancianos que leían su periódico… pero los que más acudían, eran los sujetos que hacían ejercicio y llevaban a pasear a sus perros.

Ya sea que salieran a correr o solo caminaran, sus fieles mascotas iban con ellos muy animadas. Por eso era normal escuchar ladridos y aullidos a cierta hora del día.

Hasta que en una ocasión, sucedió lo que dio origen a la macabra leyenda.

Cerca de las seis de la tarde, el sol estaba a punto de ponerse, cuando los ocupantes del parque escucharon un aullido profundo y muy tenebroso, como nunca se había oído antes. Había algo sobrenatur­al en aquel sonido, tan malsano como lastimero.

Debido a esto, muchas personas se empezaron a retirar y llamaron a sus perros, sin reconocer al que pudiera emitir aquel chillido que les puso los pelos de punta.

De pronto, algo se movió en medio de unos arbustos y todos se quedaron paralizado­s. A continuaci­ón de ahí un perro negro, tan grande, que casi parecía un lobo. Tenía un pelaje muy largo y que desprendía un intenso olor a azufre, como si se estuviera quemando. Sus pupilas eran rojas y unos filosos colmillos asomaban entre sus fauces mientras gruñía.

Pero lo que más aterrorizó a los vecinos, fue ver que conforme el animal caminaba entre ellos, debajo de sus pisadas dejaba un rastro ardiente y que su hocico, que se encontraba salivando, estaba completame­nte manchado de sangre. No se explicaban a quien o a que podía haber mordido, ni querían averiguarl­o.

A varios metros de allí, escucharon que un hoyo se abría en el suelo y para gran horror suyo, vieron que surgía una mano oscura y enorme, que le hacía señas al animal para que corriera hacia ella.

El perro emitió un poderoso ladrido y fue hasta su amo, provocando que los testigos gritaran de horror. Acto seguido, se internó dentro del orificio hasta las profundida­des y este se cerró detrás de él haciendo temblar la tierra. La gente del vecindario llegó a la conclusión de que aquella bestia era la mascota del demonio y más valía no interponer­se en su camino.

Desde entonces, el mismo día de cada semana y a la misma hora, la gente evitaba estar en el parque, pues ya sabían que le tocaba paseo al perro del diablo. Y si alguien acaso osaba interrumpi­rlo, pobre de él, porque podía no vivir para contarlo.

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