Del acarreo al QR
EEn memoria de Nacho Marván y de “El Chale” Jorge Martínez, dos grandes.
l asunto no es el mapacherío; el problema es lo premoderno. En Quintana Roo, las huestes del Partido Verde fueron más eficaces. Repartieron un código QR a los potenciales votantes donde previo envío de la fotografía de su voto deberían registrarse para pasar a cobrar a una casa de seguridad entre 500 y cuatro mil pesos por voto, según la zona, la importancia, el calibre.
Obvio para eso se necesita dinero y dinero en efectivo. Pero en eso, El Niño Muerde (Jorge E. González) se las gasta solo. La compra del voto con QR, como, según las denuncias públicas, lo hizo el Partido Verde en Quintana Roo, evita intermediarios, acarreadores, supervisores. Evita las aglomeraciones, las peleas a pie de urna, la gritería.
Morena va detrás. No es que sea mal aprendiz sino que su naturaleza es diferente. ¿Un QR? Eso es de fifís. Morena, como se sabe, es tumulto. Sus decisiones son en bola. Se vota en la plaza o se hace mayoría como se pueda y si no salen las cuentas llaman refuerzos.
En ocho años, Morena ganó la Presidencia del país, 22 gubernaturas, unas 500 alcaldías, un titipuchal de diputaciones; acumula un poder político inmenso atado esencialmente por el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador.
Aunque el movimiento específico tiene casi 25 años desde que AMLO dirigió el PRD, obtuvo la Jefatura de Gobierno capitalina y le dotó desde ahí el contenido esencial y básico de lo que mueve a los morenistas: gobiernos que redistribuyen el presupuesto, amplían bases sociales de apoyo y asumen un discurso tradicional de la izquierda con la hegemonía de un partido-gobierno que en realidad ha sido un partido modelado desde el aparato gubernamental.
La inyección de pragmatismo que se autoinfligió Morena para ganar la elección de 2018 le permitió arrastrar a grupos conservadores y convertir al movimiento político electoral en un amasijo de intereses disímbolos que apabullaron los resortes de programas de la izquierda.
El gobierno de la 4T ha terminado por engullir al movimiento político y lo que ahora serpentea en cada llamada a combate es una consolidada fuerza de beneficiarios que, en muchos casos, dará la vida por su causa mensual aunque en otros requerirá de amables invitaciones de los intermediarios políticos que ofrecen al mejor postor las enormes bolsas de apoyo.
Morena de todas formas tiene militantes que defienden causas variopintas de la izquierda pero su plataforma de desplazamiento poco tiene que ver con la retórica que defienden. Debe admitirse que la osadía de convocar a una elección abierta de sus congresistas no cualquiera la emprende.
Toda proporción guardada, a Morena le pasó lo mismo que al PAN entre 2000 y 2012. Aunque en el caso de los panistas fue devorada una tradición casi centenaria de hacer política. Por ejemplo, las elecciones para definir la candidatura presidencial entre Josefina Vázquez Mota y Ernesto Cordero fueron proverbiales no solo en las sofisticadas redes financieras que ambos grupos construyeron para solventar la compra del voto, el acarreo, la promoción mediática. El uso del aparato de gobierno para cachar los votos de esa contienda partidista marcó tremendamente la contienda. El PAN tuvo una historia hasta heroica en defensa del voto y de la libertad ciudadana. Sus prácticas de hace una década trituraron esa historia.
Por eso lo de Morena llama más por lo anacrónico que por el resultado. ¿Supone esto que ante sus bases el partido se debilita?
No necesariamente. Baste ver el hilo que ha comenzado a jalar la Fiscalía capitalina con la detención de uno de los operadores del cartel inmobiliario de los panistas. Si la hebra llega en sustento legal sólido a Jorge Romero, el coordinador de los diputados federales panistas, Morena tendrá dos desafueros con los cuales divertirse en el próximo septiembre, el de Alito y el del panista.
El asunto es que no deben andar por ahí diciendo que las elecciones y los institutos que las organizan son costosas y tramposas si no arreglan su propia transa.
La pachanga de Morena le exhibe y define. ¿Serán capaces de limpiar su “elección”?