El Heraldo de Aguascalientes

TEMPLO MAYOR

- F. BARTOLOMÉ

YA SOMOS 8 mil millones de personas en el mundo... y no hay una sola que haga entrar en razón a

Andrés Manuel López Obrador de que su proyecto de reforma electoral va contra la democracia y la Constituci­ón.

CUANDO tomó posesión como Presidente, el tabasqueño juró cumplir y hacer cumplir la Carta Magna, pero al parecer nomás lo dijo de dientes para afuera. Porque el anuncio de su “Plan B” para la reforma electoral en realidad significa tratar de brincarse la Constituci­ón, por la vía de las leyes secundaria­s, sin importarle en lo más mínimo la legalidad.

ES DECIR, Morena y sus chiquitine­s tienen los votos suficiente­s para aprobar en la Cámara de Diputados lo que ordene López Obrador. Falta ver si Ricardo Monreal se presta al juego en el Senado. Pero en caso de que así sea, invariable­mente esas reformas terminarán impugnadas en el ámbito judicial.

Y ESE, justamente, ha sido el sello de la 4T: imponer leyes, reglas, normas y decretos que, paradójica­mente, resultan ilegales y, por lo mismo, su aplicación termina siendo un embrollo por litigios, suspension­es y amparos. Alguien debería explicarle al Presidente que las elecciones deben ser inciertas en el resultado, ¡no en su organizaci­ón!

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ALGO RARO está pasando en Pachuca, pues Julio Menchaca no termina de acomodarse en la oficina del gobernador y ya tiene un operador incómodo. Se trata de Juan Carlos Martínez, un empresario que ayudó a aceitar la campaña y que, al parecer, ya quiere recuperar su inversión.

QUIENES saben pa’ dónde sopla el viento en la bella airosa cuentan que Martínez se ha convertido en una especie de poder dentro del Poder Ejecutivo, al grado de que varios nombramien­tos pasaron por su manos. Y no sólo eso: más de uno se queja de que el empresario pretende decidir quién puede ver y quién no al gobernador.

EL ASUNTO es que Julio Menchaca llegó a la gubernatur­a con la promesa de la transforma­ción de Hidalgo, pero el cambio no se ve muy claro, pues el cuestionad­o Juan Carlos Martínez resulta que también fue operador... ¡de Omar Fayad!

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¡QUÉ DECEPCIÓN! Cuando llegó al cargo, prometió un cambio, una transforma­ción y le creyeron. Pero sus decisiones fueron erráticas, sin mucha lógica y, al final, terminó apostando por el pasado y terminó sacrifican­do a las nuevas generacion­es. No pinta nada bien el panorama de México bajo las órdenes de Gerardo Martino. ¿O en qué otro “Tata” estaban pensando?

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