Una microciudad siempre despierta
La Central de Abasto puede considerarse un laboratorio social para plantear políticas públicas respecto al trabajo nocturno, pues aquí es una constante
Por su población de más de 90 mil personas, sus dinámicas de comercio y sustentabilidad, sus contrastes y hasta su vida nocturna, la Central de Abasto (Ceda) es una pequeña ciudad dentro de la Ciudad de México.
A pesar de la inversión de la actual Administración, de aproximadamente mil
251 millones de pesos desde 2019 a la fecha, además de los 600 millones para la instalación de una central fotovoltaica sobre el techo de 23 naves comerciales, la Ceda tiene pasillos oscuros, inaccesibles, con basura y sin infraestructura peatonal.
Ramiro Téllez, diablero desde hace más de seis años, prefiere trabajar de madrugada y sin descansos para aprovechar al máximo las horas de mayor movimiento. Llega a las 23:00 horas y, a veces, termina hasta después del mediodía.
“No me puedo dar el lujo de descansar”, explica,
“en una hora puedo hacer hasta dos o tres viajes para subir mercancía, en donde me puedo ganar hasta 300 pesos. Por eso mejor me la sigo hasta que baja la gente, me duermo un rato y sigo”.
Las jornadas maratónicas no son lo más difícil del trabajo de diablero, pues a fuerza de costumbre dice ya no resentirlas. Lo más complicado, reconoce, es lidiar con los patrones, con la vida al día, sin un ingreso seguro.
LA VIDA Y LA NOCHE
El centro de comercio mayoritario más grande de Latinoamérica también puede ser benevolente con sus habitantes: les da la oportunidad de exposición, tanta que muchos artesanos sólo producen para vender en las romerías de la Central.
Esmeralda Alonso y su familia tienen 25 años viajando desde Puebla a la Ceda para participar en la
Rodrigo Borras, de MexiColectivo
Una simbiosis pequeña, de al menos medio millón de personas al día, puede representar una realidad en todos los niveles a una ciudad tan compleja (como la CDMX)”.
Romería Navideña. Cultivan musgo para nacimientos, específicamente para venderlo ahí, sobre todo a comerciantes de mercados locales. Este año las ventas han sido bajas. Llegan desde el 17 de diciembre e instalan lo que se vuelve el punto de venta y su hogar hasta el 24: unos pequeños cuartos improvisados con lona y cuerdas en donde solo dormirán entre dos y tres horas, entre cada jornada de 24 horas.
“Lo más pesado son las desveladas, pero la mejor hora para las ventas siempre es en la madrugada. Nuestros clientes nos han dicho que este año no dieron muchos permisos para los mercados sobre ruedas, por eso las ventas han sido lentas”, comenta.
El caos ordenado de la Ceda empieza a aumentar su flujo a partir de las 03:00 de la mañana. Para entonces, las bodegas ya están llenas, los diableros esperan en las escaleras de las naves para cazar clientes y la basura se empieza a acumular.
El frío de la madrugada envuelve a la vida nocturna de la Central, microecosistema que ha servido para entender cómo una ciudad puede ser transitable y disfrutable, aún de noche.
Rodrigo Borras, director de MexiColectivo —organización que ha impulsado cambios legislativos en torno a la ciudad nocturna—, aseguró que la Ceda es un claro ejemplo de cómo se sobrevive a la noche.
“Queremos enfatizar cómo un mundo, una simbiosis pequeña, de al menos medio millón de personas al día, puede representar una realidad en todos los niveles a una ciudad tan compleja como es la Ciudad de México; podemos saber mucho de nuestra ciudad a través de esta Central”, asegura.