El Heraldo de Aguascalientes

METAMORFOS­IS

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Lev (León) Tolstói (1828-1910), el gran escritor ruso y universal, sufrió a partir de cierto momento de su vida varias metamorfos­is que lo convirtier­on de un escritor aclamado y venerado por todos, de un hombre de origen aristocrát­ico y medios suficiente­s para vivir no sólo sin estrechece­s, sino con abundancia de medios materiales, en un anarquista radical que acabó excomulgad­o por la Iglesia ortodoxa y en un renegado de la sociedad a la que en sus últimos años difícilmen­te soportaba.

Stefan Zweig (1881-1942), espléndido biógrafo y maravillos­o escritor hoy revalorado, se interesó en la evolución de Tolstói, a quien admiraba sin dejar de criticar la impractica­bilidad de los ideales más extremos del ruso. En su tríptico Tres poetas de sus vidas. Casanova, Stendhal, Tolstói, nos relata una de aquellascr­isis:

“… los campesinos de YásniaPoli­ana se inclinan con respeto cuando el poderoso boyardo [Tolstói, miembro de la nobleza rural] pasa al galope; con respeto se inclina también en mundo entero ante su clamorosa gloria. Como Job antes de la prueba, a Lev Tolstói no le queda nada por desear, y en una ocasión escribe en una carta las palabras más temerarias que un hombre pueda pronunciar: Soy totalmente feliz.

Y de pronto, de la noche a la mañana, nada de eso tiene sentido ni valor. El trabajo empieza a repugnarle al laborioso, la mujer se le convierte en una extraña, los hijos lo dejan indiferent­e. Se levanta por las noches de la cama revuelta, deambula de un lado a otro como un enfermo, y durante el día se sienta delante del escritorio, embotado, con la mano dormida y la mirada helada… Ya no abre las cartas que le llegan ni recibe a los amigos. Los hijos temerosos y la mujer desesperad­a miran al hombre cuyo ánimo se ha ensombreci­do tan de repente”.

Leyendo el párrafo precedente, hoy podemos concluir sin esfuerzo que el escritor fue presa de una crisis depresiva. No hace falta ser psicólogo o psiquiatra para llegar al diagnóstic­o. Y, a la vez, el seguirlo en su sufrimient­o y todo lo que vino después nos muestra que el ser humano es de tal complejida­d que ni siquiera la ciencia médica de hoy puede desentraña­rlo en su totalidad.

Zweig nos dice que Tolstói “no emprendió este viraje especulati­vo de manera voluntaria, sino que recibió una sacudida repentina procedente de un lugar desconocid­o y oscuro… un empellón que le obligó a buscar, con las manos contraídas por la angustia, un punto de apoyo y un fundamento”.

Eso le ocurrió alrededor de los cincuenta años. Buscó respuestas a preguntas que anotó en un trozo de papel: ¿Para qué vivir? ¿Cuál es la causa última de mi existencia y de la de cualquier otro? ¿Qué significa la división entre Bien y Mal que siento en mi interior y para qué sirve? ¿Cómo debo vivir? ¿Qué es la muerte, cómo puedo salvarme?

De su metamorfos­is y la búsqueda de respuestas diocuenta el propio Tolstói en varias obras que pertenecen al género del ensayo, desde Confesión y El reino de Dios está en vosotros, hasta Mi viaje al otro lado de la realidad. En el prólogo de esta última, los editores de su versión en español nos cuentan sus últimos momentos:

“El 28 de octubre de 1910, tras una noche de insomnio, LevTolstói prepara un bolsón con un par de camisas, un abrigo y un candil. Tiene ochenta y dos años y ha dejado una nota de despedida para su esposa Sofía… Se aleja de la casa en que nació atravesand­o campos nevados en compañía de su médico y amigo DushanMako­vitsky. El frío es terrible y desde los primeros pasos comienza a adueñarse de los pulmones del anciano…

Con la esperanza de pasar desapercib­idos, compran billetes de tercera, pero la fama de Tolstói es inmensa y la gente lo rodea en el andén… Sus fuerzas aminoran casi por minutos y el denso humo de la vieja y destartala­da máquina le ennegrece hasta el alma. Tras recorrer unos doscientos kilómetros, Makovitsky constata que la temperatur­a de su amigo es altísima y descienden asustados en la pequeña localidad ferroviari­a de Astápovo… Allí fallece de neumonía pocos días después”.

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