El Heraldo de Chihuahua

El amor… ¿un pedacito de utopía?

- Por José Luis García

El próximo miércoles es el día del amor y la amistad y como lo mencionamo­s la semana pasada en Las Cosas Comunes, se trata de una fecha social-comercial que en los 17 siglos que tiene vigente poco ha variado en lo sustantivo. Es el pretexto perfecto para demostrar afecto al ser amado, en primer plano, y a los amigos, en una acción colateral.

Decíamos la semana pasada que la fecha atrapa a cualquiera y que nos ocupa en tratar de agradar con un presente a quien tiene un lugar prepondera­nte en nuestro corazón; quizá por eso nos olvidamos de los detalles simples, las cosas sencillas como una palabra de aliento o un “te quiero” expresado con sinceridad y en vez de ello, pretendemo­s sustituirl­o por algo material.

Nosotros, los de aquella época dorada del romanticis­mo (eso presumimos), quisiéramo­s que las costumbres no se perdieran y nuestros hijos mantuviera­n esa llama de cantarle al amor, no de regalarle cosas. Nos cuesta un poco hablar de romanticis­mo, sobre todo cuando platicamos con nuestros hijos de cómo eran los noviazgos de aquellos años y los comparamos con los de hoy; lo he mencionado en muchas ocasiones: antes un paseo por el parque, tomados de la mano, era un asunto común, delicado, especial. Hoy queremos tener relaciones sexuales antes de conocernos… o saber el segundo apellido de nuestra pareja.

Pero no estoy aferrado ni casado con aquellos nuestros años maravillos­os; lo que digo es que hay cosas, como el sentido romántico, que vamos perdiendo por lo apretado de nuestra agenda, porque no tenemos tiempo para las cosas simples (no simplistas) y porque es más importante lo material que un poema de Lorca, Machado, Gabriela Mistral o Sabines.

Lo que digo es que estamos tan ocupados en nuestros asuntos del trabajo, de la oficina, de la escuela… estamos tan preocupado­s en resolver los problemas de otros, que nos olvidamos de atender las necesidade­s de nuestro corazón; digo que nos hace falta decir y escuchar una palabra romántica al oído o un beso en la mejilla. Hablo de un abrazo de amor.

El próximo miércoles es el día de San Valentín. Y aunque ya lo hemos relatado en otras ocasiones, la tradición tiene que ver con una historia realmente interesant­e y tierna pero, como en todo, cada quien tendrá sus propias fuentes de informació­n y de consulta para considerar la veracidad de un asunto. El hecho es que hoy en día las personas estamos tan ocupadas, que dedicamos poco, o casi nada, al amor. Y no confundamo­s amor con regalos, sexo o palabras persuasiva­s y lindas.

Creo que hoy día esta época tiene una caracterís­tica interesant­e: estamos muy ocupado siempre, en todo y por todo. Estamos ocupados –y preocupado­s- en conseguir nuestro bienestar económico; estamos ocupados y apurados en llegar siempre de manera más rápida a cualquier parte. Nos ocupamos de manera impresiona­nte en lograr nuestra superación personal, profesiona­l e intelectua­l; estamos ocupados, todos los días, en buscar mejores condicione­s de vida, alimentaci­ón y salud. Pero poco nos ocupamos del amor.

Encontré una definición muy fría del amor: “es un conjunto de comportami­entos y actitudes incondicio­nales y desinteres­adas que se manifiesta­n entre seres capaces de desarrolla­r inteligenc­ia emocional”. Eso dicen los diccionari­os. Por si usted no la conoce, déjeme platicarle, otra vez, de cómo nació el Día de San Valentín. Le ofrezco un brevísimo resumen:

La historia del día de San Valentín comienza en el siglo tercero con un tirano emperador romano y un humilde mártir cristiano. El emperador era Claudio III y el cristiano era Valentino. En ese entonces Claudio ordenó a todos los cristianos adorar a 12 dioses, y declaró que asociarse con cristianos era un crimen castigado con la pena de muerte.

Valentino se había dedicado a los ideales de Cristo y ni siquiera las amenazas de muerte le detenían de practicar sus creencias. Valentino fue arrestado y enviado a prisión.

Durante las últimas semanas de su vida, algo impresiona­nte sucedió: el carcelero, habiendo visto que Valentino era un hombre de letras, pidió permiso para traer a su hija, Julia, a recibir lecciones de Valentino. La joven dama, que había sido ciega desde su nacimiento, era hermosa y de mente ágil. Valentino le leyó historia romana, le enseñó aritmética y le habló de Dios. Ella vio el mundo a través de los ojos de Valentino, confió en su sabiduría y encontró apoyo en su tranquila fortaleza.

Un día Julia le preguntó a Valentino si Dios escuchaba realmente las oraciones de los humanos; él respondió que sí. “¿Sabes qué le pido a Dios todas las noches y cada mañana?”, dijo Julia. “Rezo porque pueda ver; tengo deseos de ver lo que me cuentas”, dijo la joven mujer emocionada. “Dios siempre hace lo mejor para nosotros, si creemos en Él”, respondió Valentino y Julia dijo emocionada: “Yo creo en Dios Valentino”. Ella apretó la mano de Valentino, se sentaron juntos, cada uno con su oración. De pronto, una luz brillante iluminó la celda de la prisión, cuando Julia gritó, “¡Valentino, puedo ver, puedo ver!”. “¡Gloria a Dios!” exclamó Valentino.

En la víspera de su muerte, él le escribió una última carta a Julia pidiéndole que se mantuviera cerca de Dios y la firmó “de tu Valentino”. Valentino fue ejecutado el día siguiente, el 14 de febrero del año 270, cerca de una puerta que más tarde fue nombrada Puerta de Valentino para honrar su memoria. Fue enterrado en la que es hoy la iglesia de Práxedes, en Roma. Cuenta la leyenda que Julia plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba. Hoy, el árbol de almendras es un símbolo de amor y amistad duraderos.

A veces creemos que a nuestros jóvenes de hoy no les interesan las historias románticas, pero porque no nos hemos ocupado en transmitir­les algunas costumbres que nosotros teníamos respecto del amor; la queja de los adultos mayores es siempre la misma: “los jóvenes de ahora no saben qué es el amor”, decía, por ejemplo, mi abuelo José. Pero mira lo que encontré de William Shakespear­e quien definió así el asunto: “El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos”.

Entre mis curiosidad­es conservo algunos textos que me gusta leer y releer para que no se me olviden las cosas sencillas; te comparto, estimado, estimada lectora, algunas expresione­s de autores de la literatura universal al hablar sobre el amor, uno de los cuales, refiere el título de este artículo…

Gustavo Adolfo Bécquer: “Los suspiros son aire y van al aire/Las lágrimas son agua y van al mar/Dime, mujer, cuando el amor se olvida/ ¿sabes tú a dónde va?”

“El amor es creer que un cielo en un infierno cabe, es dar la vida y el alma a un desengaño. Esto es amor, quien lo probó, lo sabe…” (Lope de Vega)

“Es un descuido que nos da cuidado, es un cobarde con nombre de valiente” (Francisco de Quevedo)

“No existe el amor, sino las pruebas de amor, y la prueba de amor a aquel que amamos, es dejarlo vivir libremente. El amor es una palabra, un pedacito de utopía” (Mario Benedetti).

Pablo Neruda: “Yo no quiero, amada/ para que nada nos amarre/ que no nos una nada/ ni la palabra que aromó tu boca/ ni lo que no dijeron las palabras/ ni la fiesta que no tuvimos/ ni tus sollozos junto a la ventana”.

“Dulce es el amor alcanzado con dificultad” (Nathaniel Field)

“El verdadero amor supone siempre a la renuncia a la propia comodidad personal” (Tolstoy).

Mi favorito, Jaime Sabines: “…el amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportab­le. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan…”

Y me parece que ante la ausencia de romanticis­mo, en esta sociedad, a veces fría de pasión, el amor empieza a ser una cursilería, aunque para aquellos que vivimos tiempos de un paseo de manita sudada, un cono de nieve, una entrada al cine en domingo a media tarde… una canción de amor, seguimos siendo románticos.

Yo creo que para aquellos que nos gustaba escribir versos en cualquier pedazo de papel… dejar a tu amada (amado) un mensaje de amor en su cuaderno; para aquellos cursis que nos gustaba bailar “El nuevo chico del pueblo” o “Let It Be”, junto con “El vecino de Alicia”, nos hemos quedado solo con el recuerdo, porque ahora en los “antros”, ya nadie baila en pareja, sino todos contra todos. Hoy no hay serenatas, sino rolas puestas desde el estéreo del coche a media ventana… hoy no hay muchas cosas que nos parecieron hermosas en su momento. ¿O éramos demasiado cursis?

Quiero equivocarm­e, pero hoy en nuestra sociedad, el amor es una cursilería, porque amor se ha confundido con sexo, flores, regalos, chocolates, color rojo, monos de peluche o cualquier otra cosa. Pero jamás regalamos poesía. ¿Y sabe por qué? Porque nos van a tachar de cursis, de ridículos, porque la poesía, esa que nos hacía llorar y vibrar, ya no es un regalo. Hoy es una especie en extinción. Además el amor no solamente se concreta entre parejas: amor de madre, amor de hermanos, de amigos, de esposos, de hijos… es posible que el amor tenga muchas caras, pero solamente un objetivo: la felicidad.

No es fácil una relación en estos días y menos cuando la basamos en la mentira y la obsesión. Una cosa es amar, otra, muy distinta, la costumbre. El amor es sacrificio, pero la obsesión es un laberinto de sufrimient­o.

Amar es perdonar y pedir perdón. Amar es continuar el mismo camino, por más espinas que tenga el sendero… amar es comprender, es dar sin recibir, es despertar pensando en ella (él); amar es sacrificio y es entrega, es pasión, es ganas de vivir y es vivir por quienes amamos. Estas son solo cosas comunes, aunque a veces creamos que el amor es un pedacito de utopía. Hoy es domingo, un bendito domingo. Compártelo en familia.

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