El Heraldo de Chihuahua

Literatura y periodismo

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com

Hace 40 años fue desapareci­do, pero su obra sigue viva. Sí, me refiero al legendario Roberto J. Walsh: el gran escritor argentino que se volcó desde la literatura para exponer la verdad oculta bajo la lobreguez de un sistema político en estado de putrefacci­ón.

Una prueba, su última epístola: dura, combativa, la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, en la que denunciaba ante la opinión pública, de cara a diarios locales y correspons­ales de medios extranjero­s, su profunda y total indignació­n por los atropellos de un régimen golpista que, a base de censura, tortura, persecució­n, desaparici­ones y asesinatos, se había hecho ilegítimam­ente del poder: “Quince mil desapareci­dos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrado­s son la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principale­s guarnicion­es del país virtuales campos de concentrac­ión donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacio­nal. El secreto militar de los procedimie­ntos, invocado como necesidad de la investigac­ión, convierte a la mayoría de las detencione­s en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamien­to sin juicio”. Era el 24 de marzo de 1977. Al día siguiente fue baleado, secuestrad­o y no se volvió a saber de él.

¿Valió la pena? Quien cree en la verdad se ofrenda a ella. Es con Operación Masacre, la novela que publicó por entregas en 1957 en las páginas del periódico Revolución Nacional y luego en las de la revista Mayoría, con la que inicia una larga exhibición sobre la cruenta realidad que sufría Argentina. Nacía así la novela de no ficción, novela testimonia­l, novela reportaje, años antes de que el propio Truman Capote –quien bautiza al nuevo género- publicara A sangre fría. Su eclosión en Walsh era producto de su obsesivo afán por llegar a la verdad. Verdad que en él emanó de recrear los hechos ocurridos la noche fatídica del 9 de junio de 1956, cuando una docena de hombres, cada uno con su muy particular historia de vida, coinciden para ver la transmisió­n de una pelea de box. No imaginaron que terminaría­n involucrad­os en una revuelta de la que eran ajenos todos menos uno -la fallida sublevació­n de los generales Tanco y Valle contra el gobierno que había depuesto al general Juan Domingo Perón-, detenidos antes de la entrada en vigor de la ley marcial y fusilados sin juicio. A su vez, lo que sus sicarios no imaginaron es que la mitad sobrevivió, uno en particular, Juan Carlos Livraga, que develó las atrocidade­s a las que fueron sometidos a un Walsh que, a partir de ese momento, no cejará de confrontar a los distintos actores: militares, jueces y testigos, buscando demostrar que nunca “se les instruyó proceso; no se averiguó quiénes eran; no se les dictó sentencia; y se los masacró en un descampado”. El caso llegó a los más altos tribunales. Nada se aclaró. Su fallo, a decir de Walsh, fue uno de los más oprobiosos. Un nuevo expediente abierto para la historia, del que no somos lejanos ni en tiempo ni en espacio.

De Walsh, Osvaldo Bayer dijo: “la conciencia es su musa”, mientras Ricardo Piglia señaló: “como muchos otros en nuestra historia, llevó al límite la noción de responsabi­lidad civil del intelectua­l”. Sin duda. Y ése fue el credo que el escritor argentino asumió hasta el final sin final de su vida, consciente que por denunciar, por encarar al poder y desnudar al Estado, pagaría un alto precio, un precio fatal. Por eso, entre muchas otras tantas razones, nos resulta imprescind­ible evocar su legado en un mundo en el que privan las ahora llamadas fake news, provenient­es lo mismo del seno social que emanadas de las entrañas del poder. Anti noticias que no solo tienen por objetivo incoar la desinforma­ción, sino también distorsion­ar conciencia­s y secuestrar voluntades a partir del engaño. Mentir es fácil porque es cómodo crear desde el artificio una realidad inexistent­e, a modo. Decir la verdad en cambio puede costar la propia vida.

Walsh fue uno de esos escritores genuinos que hizo, como el también desapareci­do Haroldo Conti y el poeta ejecutado Francisco Urondo, en términos de Julio Cortázar, “literatura de la verdad”, al presentar personajes, detalles y hechos de la vida real desde una visión literaria articulado­s desde un contexto de naturaleza político: literatura y periodismo engarzados en pos de la verdad, lo que hace de su obra, referente paradigmát­ico que cada día se engrandece más.

“Sé perfectame­nte –dijo- que en este país un jefe de Policía es poderoso, mientras que un periodista –obscuro por añadidura– apenas es nada. Pero sucede que creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea. Y creo en este libro, en sus efectos. Espero que no se me critique el creer en un libro –aunque sea escrito por mí– cuando son tantos más los que creen en las metralleta­s”.

Imposible descreer su verdad.

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