El Heraldo de Chihuahua

Leprosos fabricados

- MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA BELTRÁN

El evangelio de San Marcos nos presenta a un Jesús muy activo. Desde que comenzó su ministerio no ha dejado de luchar contra las fuerzas del mal que amenazan la vida y la dignidad del ser humano.

El primer milagro de la curación de un endemoniad­o parece que puso la tónica de que Jesús no pactaría nunca el proyecto de Dios sobre el hombre con las fuerzas perversas de este mundo: “¡Cállate, sal de él!” Ahora se enfrenta a una de las expresione­s más terribles del mal para todo judío.

La lepra era una enfermedad que causaba un impacto traumático en el pueblo de Israel, que era interpreta­da como un ejemplar castigo divino. La lepra nos hace pensar en “la hija preferida de la muerte”, que aqueja a los malvados: “La enfermedad, hija preferida de la muerte, le devora la carne poco a poco” (Job 18,13).

Sin duda que debió ser una experienci­a muy penosa, tanto para los familiares y amigos como para los enfermos, ver cómo el leproso se iba pudriendo en vida; eran unos sentenciad­os a muerte. Por cuestiones de salud es aceptable que se tomaran todas las precaucion­es, como el apartarlos de la convivenci­a social. Pero interpreta­r esta enfermedad como un castigo divino que provocaba y justificab­a el desprecio y la condena social, eso es otra cosa.

La situación de los leprosos se volvía más dolorosa y sin esperanza cuando era presentada como castigo divino, porque entonces se volvía un deber su exclusión. Tal vez se trate de un instinto de conservaci­ón legítimo, sobre el cual se hace una interpreta­ción religiosa discrimina­toria peligrosa. Aprovechar­se de lo sagrado para encauzar nuestros bajos instintos racistas o sectarios es un riesgo de siempre. ¿Cuántas cosas se andarán haciendo y diciendo en nombre de Dios que no lo son en realidad? No podemos atribuir nuestros “ascos” a Dios. La medida de la salvación no pueden ser nuestros nerviosism­os.

Pareciera que en lo profundo del corazón del hombre existe una orientació­n racista o discrimina­toria, con la intención de afirmarse a sí mismo. Hasta la misma religión puede querer someterse a esta dinámica de caminar hacia la raza superior. A diferentes escalas en el corazón de cada uno está el anhelo del superhombr­e, que se siente mejor que todos menospreci­ándolos. El superhombr­e no necesita de nada ni de nadie y por eso no puede tener compasión de los más débiles. Es cierto que sí existen los leprosos, pero muchos son fabricados por la vanidad humana. Los discrimina­dos por motivos religiosos, económicos, culturales, etc., son leprosos producto del egoísmo humano.

Existe el pecado, el mal, pero no debe ser este una oportunida­d para afianzarme a mí mismo, sino para entrar en los mecanismos de la misericord­ia de Dios, como lo hace Jesucristo. En Jesús queda de manifiesto cómo puede haber otra lectura de la vida de las personas que no abusa del sentimient­o de culpabilid­ad y de condenació­n. La misericord­ia requiere de un poco más de audacia, para suscitar en el leproso (pecador) la esperanza de vivir, para que se atreva al acto de fe y suplicar lo que parece imposible: “Si tú quieres, puedes curarme”. (CEDIC)

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