Leprosos fabricados
El evangelio de San Marcos nos presenta a un Jesús muy activo. Desde que comenzó su ministerio no ha dejado de luchar contra las fuerzas del mal que amenazan la vida y la dignidad del ser humano.
El primer milagro de la curación de un endemoniado parece que puso la tónica de que Jesús no pactaría nunca el proyecto de Dios sobre el hombre con las fuerzas perversas de este mundo: “¡Cállate, sal de él!” Ahora se enfrenta a una de las expresiones más terribles del mal para todo judío.
La lepra era una enfermedad que causaba un impacto traumático en el pueblo de Israel, que era interpretada como un ejemplar castigo divino. La lepra nos hace pensar en “la hija preferida de la muerte”, que aqueja a los malvados: “La enfermedad, hija preferida de la muerte, le devora la carne poco a poco” (Job 18,13).
Sin duda que debió ser una experiencia muy penosa, tanto para los familiares y amigos como para los enfermos, ver cómo el leproso se iba pudriendo en vida; eran unos sentenciados a muerte. Por cuestiones de salud es aceptable que se tomaran todas las precauciones, como el apartarlos de la convivencia social. Pero interpretar esta enfermedad como un castigo divino que provocaba y justificaba el desprecio y la condena social, eso es otra cosa.
La situación de los leprosos se volvía más dolorosa y sin esperanza cuando era presentada como castigo divino, porque entonces se volvía un deber su exclusión. Tal vez se trate de un instinto de conservación legítimo, sobre el cual se hace una interpretación religiosa discriminatoria peligrosa. Aprovecharse de lo sagrado para encauzar nuestros bajos instintos racistas o sectarios es un riesgo de siempre. ¿Cuántas cosas se andarán haciendo y diciendo en nombre de Dios que no lo son en realidad? No podemos atribuir nuestros “ascos” a Dios. La medida de la salvación no pueden ser nuestros nerviosismos.
Pareciera que en lo profundo del corazón del hombre existe una orientación racista o discriminatoria, con la intención de afirmarse a sí mismo. Hasta la misma religión puede querer someterse a esta dinámica de caminar hacia la raza superior. A diferentes escalas en el corazón de cada uno está el anhelo del superhombre, que se siente mejor que todos menospreciándolos. El superhombre no necesita de nada ni de nadie y por eso no puede tener compasión de los más débiles. Es cierto que sí existen los leprosos, pero muchos son fabricados por la vanidad humana. Los discriminados por motivos religiosos, económicos, culturales, etc., son leprosos producto del egoísmo humano.
Existe el pecado, el mal, pero no debe ser este una oportunidad para afianzarme a mí mismo, sino para entrar en los mecanismos de la misericordia de Dios, como lo hace Jesucristo. En Jesús queda de manifiesto cómo puede haber otra lectura de la vida de las personas que no abusa del sentimiento de culpabilidad y de condenación. La misericordia requiere de un poco más de audacia, para suscitar en el leproso (pecador) la esperanza de vivir, para que se atreva al acto de fe y suplicar lo que parece imposible: “Si tú quieres, puedes curarme”. (CEDIC)