El Heraldo de Chihuahua

El síndrome de Ulises

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Ulises, primer personaje migrante que la historia literaria de ficción nos ha dejado para la posteriori­dad, en uno de los pasajes de su vida enfrentada a la adversidad lejos de su familia, para protegerse del gigante Polifemo le dice: “Preguntas cíclope cómo me llamo... Mi nombre es Nadie, y Nadie me llaman todos”. Este “Nadie” puede ser hoy la metáfora perfecta para significar al hombre migrante: al sin papeles, sin nombre, sin hogar, sin trabajo...

Un psiquiatra ha utilizado el nombre de este personaje mitológico para describir los males que afectan o pueden afectar a las personas migrantes como consecuenc­ia de la separación forzada de los miembros de la familia, los peligros del viaje migratorio, el aislamient­o social, la sensación de fracaso, la lucha extrema por la superviven­cia...

Pues bien, a este “Nadie” es a quien el papa Francisco dedicó su mensaje y reflexión en la Jornada Mundial de la Paz de este año, asociando su vida a la búsqueda de la paz.

El fenómeno de la migración al que se ha unido últimament­e el de los refugiados que huyen de la guerra es uno de los desafíos más importante­s que tiene nuestra civilizaci­ón, y representa la manifestac­ión más sangrante de la desigualda­d, la injusticia y el empobrecim­iento del mundo actual. Considerad­o por unos como un problema, pues produce incomodida­d y llamada de atención para nuestras vidas instaladas en el confort; representa para otros, sin embargo, la clave para medir la estatura democrátic­a de un país.

Nuestra mirada a la emigración se alimenta de imágenes construida­s sobre un conjunto de tópicos que dificultan el afrontar con seriedad las verdaderas necesidade­s que plantea. Desde aquellos que vinculan emigración con delincuenc­ia, hasta la considerac­ión que se tiene de ella como una especie de invasión que deja sin trabajo a los nativos, se configuran una serie de prejuicios que ayudan muy poco a la integració­n del emigrante. Se obvia, sin embargo, los aspectos positivos y enriqueced­ores que aportan a la sociedad en la que se integran.

Nuestra reflexión nos ha de llevar a considerar que el emigrar es un derecho fundamenta­l e inalienabl­e de todo hombre, vinculado a la afirmación de su dignidad como persona. Sin que esto signifique que no haya que regular los flujos migratorio­s. Desde la puesta en valor del principio de hospitalid­ad para construir la convivenci­a humana y la paz, el Papa nos propone cuatro “piedras angulares”: acoger, proteger, promover e integrar. (ForumLiber­tas)

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