“Nomás no me vayan a salir criminales de cuello blanco”
El actor que interpreta a Doroteo Arango en el recorrido del Trolley “Chihuahua Bárbaro” les juega una broma a los clérigos que venían de otros lares
“Nomás no me vayan a salir criminales de cuello blanco”, les dijo Francisco Villa a los sacerdotes (algunos con el típico alzacuello, y por eso el comentario), que se acercaron a su mausoleo ubicado en el parque Revolución.
La estampa anterior fue posible gracias a la magia del teatro ya que formó parte de los recorridos que el Trolley Turístico de “Chihuahua Bárbaro” realiza por diferentes partes de la ciudad. Los hombres de Dios formaban parte de los pasajeros que esa tarde coincidieron en el mencionado lugar con el actor Azgard Ramírez, quien interpreta a un Centauro del Norte muy interactivo.
“Me gusta mucho interactuar con la gente que nos visita”, asegura el histrión asignado por las tardes al punto del parque Revolución. “Soy muy bromista, así que generalmente rompo el hielo con un chiste o comentario chusco, pero sin descuidar lo imponente de mi personaje”.
En el caso que se refiere, el comentario fue tomado de buena manera por parte de los clérigos, quienes ya más relajados pudieron disfrutar de una amena “charla con el caudillo” y, atentos, escucharon sus hazañas de la voz de Ramírez.
Se logró de esta manera una escena “históricamente chocante”, pues la consigna popular registra que la relación entre Pancho Villa y los párrocos nunca fue muy amena y, a la contra, en muchas ocasiones llevó a funestos desenlaces de éstos últimos a manos de aquél.
Por eso la foto resulta curiosa, pues difícilmente el personaje real se pararía delante de los representantes de la Iglesia católica para contarles vida y obra, como sí lo hace el actor en una rutina que le lleva de 12 a 15 minutos, dependiendo muchas veces de la química que haga con los visitantes.
En primera persona, Azgard desarrolla un monólogo muy agradable al oído, en el que adereza a su personaje interpretado con datos históricos y un poco fuera de lo común, aunque sí fundamentados, como su polémica ascendencia judío-austriaca. ¿Sería que por eso “no tragaba” a los curas, porque eran parte de “la competencia”?
Relata también la efímera experiencia del general en la silla presidencial, ésa a la que un buen de candidatos aspiran este año, pero que sólo uno (el menos peor, a como se ve la guerra sucia y el desinterés de los votantes) ganará. Mas ésa es otra historia.
“Es como si el mismo Villa les estuviera hablando”, describe Azgard su trabajo bien realizado, y la gráfica no le permite mentir, pues se ven atentos al monólogo civiles y sacerdotes. Tanto, que de seguro a alguno de estos últimos les gustaría tener ese grado de atención durante sus sermones dominicales posteriores al Evangelio.
¿Francisco Villa platicando amenamente con sacerdotes católicos? Se reitera que sólo la magia de Melpómene (la musa del teatro) hizo la estampa posible. Porque si nos atenemos a Clío (la musa de la historia) hay muchos pasajes que están lejos de esta fantasía.
VILLA, EL “COME CURAS”
La relación de Pancho Villa con los sacerdotes va más allá y es mucho más oscura de la estampa del caudillo casándose en San Andrés (hoy Riva Palacio), con Luz Corral en mayo de 1911, que se puede considerar hasta cierto punto “chusca”.
Según Friederich Katz, hubo un pequeño tropiezo en la víspera de la boda, cuando el sacerdote español Juan de Dios Muñoz (quien oficiaría la ceremonia religiosa), le preguntó al novio que si se confesaría.
“Mire, para confesarme necesita usted no menos de ocho días y, como usted ve, está todo arreglado para que la boda sea mañana”, contestó el entonces coronel federal, convenciéndolo de no confesarlo y de efectuar la boda a la que asistieron jefes militares y autoridades civiles.
Bien también le fue al cura de Satevó en marzo de 1913. Era la época en que Villa, al mando de unos cuantos hombres había regresado de su exilio en los Estados Unidos con la intención de derrocar a Huerta y vengar el asesinato de Madero.
De pueblo en pueblo, a fin de reclutar gente y juntar armas y cabalgaduras, llegó a la localidad citada, donde una mujer lo acusaba de haber tenido un hijo con él. Como al caudillo se le hiciera sospechosa la acusación en la que nada tenía que ver, al indagar más sobre el asunto descubrió que la criatura era del sacerdote del lugar, y que éste había instruido a la muchacha sobre la versión.
Según Paco Ignacio Taibo, Villa dejó el destino del párroco en manos del pueblo, quien al final decidió perdonar su vida, a condición de que reconociera y mantuviera al chamaco, y con la advertencia del general de que no volviera a endilgarle chamacos que no eran de él, so pena de muerte.
Al parecer, la relación de quien originalmente se llamó Doroteo Arango se volvió más tormentosa con el paso del tiempo. No se puede pensar en el pueblo de San Pedro de la Cueva, Sonora, sin evocar el fusilamiento, por órdenes de Villa, de los 77 hombres a un costado de la capilla que aún se ubica en la plaza.
Se quedaron las mujeres sin marido, sin hermanos, sin padres, sin hijos, se convirtió en el pueblo de las viudas, un pueblo que por largo tiempo estuvo de luto, pagando caro la osadía de recibir a punta de bala a una facción contraria a sus ideologías.
Antes de la matanza, las mujeres imploraron por perdón, pero no fueron escuchadas. Acudieron al padre del pueblo, Andrés Flores Quesney, quien no pudo negarse y se presentó ante Villa para rogar por la vida de los sanpedreños, pero Villa sólo perdonó a mujeres y niños.
Más tarde, regresaron las mujeres para que volviera el padre Flores a rogarle a Villa por sus esposos y éste al intentar ayudar, perdió la vida de un balazo en la cabeza. No los perdonó y en cambio, para humillar al sacerdote, después de muerto lo mandó pisotear con los caballos.
Un episodio similar relata Enrique Krauze en el tomo cuatro de Biografía del Poder (Francisco Villa, entre el ángel y el fierro). En él se lee que el guerrero, ya convertido en guerrillero y asediado por los norteamericanos luego del ataque a Columbus, acabó con su propia pistola al párroco de Guadalupe y Calvo, quien suplicó por la vida de unos condenados a muerte.
En otra ocasión, cuando Villa tomó Saltillo, al establecerse mandó llamar a los únicos 12 sacerdotes de la entonces Diócesis a una supuesta reunión, que terminó en un secuestro y simulacro de ahorcamiento.
Para dejarles en libertad, Francisco solicitó un millón de pesos, por lo que presurosamente un grupo de seminaristas, comandado por el español Fidel Domínguez, logró reunir 14 mil pesos de plata, los cuales fueron entregados al Centauro del Norte, quien exclamó: “Y dicen los padrecitos que no tenían (dinero)”.
La mala relación entre Doroteo Arango y el Clero ha trascendido los registros históricos. En la telenovela “Senda de gloria” (Televisa, 1989), se trata de la rendición de Villa y su retiro a la hacienda de Canutillo. Existe una escena donde el personaje (interpretado por el extinto Guillermo Gil), dice que convirtió la Iglesia de la propiedad en una troje.
AZGARD RAMÍREZ
INTÉRPRETE DEL CENTAURO DEL NORTE
“Soy muy bromista, así que generalmente rompo el hielo con un chiste o comentario chusco, pero sin descuidar lo imponente de mi personaje”