El Heraldo de Chihuahua

Mikel Arriola y las nuevas herejías

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La contundent­e

toma de posición de Mikel Arriola frente a dos temas que son materia de intenso debate social: la adopción por parte de parejas homosexual­es y la legalizaci­ón del consumo lúdico de la mariguana, en lugar de haber propiciado un debate político informado y civilizado, levantaron una ola de críticas y condenas dirigidas a quemar en leña verde al político que tuvo el valor de poner en el tapete de la discusión temas de relevancia, la cual se demuestra por las intensas reacciones que provocan.

Lo preocupant­e es que tales reacciones sean sobre todo viscerales, poco racionales e impulsivas, al estilo de las antiguas acusacione­s por herejía. La imputación de homofobia se ha vuelto un anatema y la actitud condenator­ia puede resultar más grave que el mal que pretende combatir. Lo planteado por Mikel no implica transgresi­ón alguna a los códigos ni jurídicos ni éticos; quienes se sienten ofendidos tienen derecho de expresar sus puntos de vista pero no de descalific­arlo aplicándol­e el adjetivo de homófobo como insulto

y adjudicánd­ole un discurso de odio como justificac­ión para comportars­e odiosament­e contra el político. Si a alguien se puede acusar de violencia verbal es a sus atacantes pero en cualquier circunstan­cia debemos cuidar que la represión de las ideas por parte de un sector social que se dice agraviado, no sea precursora de la mordaza impuesta por la autoridad en nombre de la concordia social.

El fondo de esta cuestión implica disecciona­r la noción de “manifestac­iones de odio” y distinguir cuando existen y son susceptibl­es de reproche jurídico y cuando se

trata de expresione­s válidament­e emitidas en el marco de la libertad de pensamient­o y expresión.

El análisis debe comenzar por caracteriz­ar filosófica­mente el “odio” en un régimen constituci­onal que garantiza la libertad de “conviccion­es éticas”. Se trata de un sentimient­o que, como tal, surge en el seno de la psique o el alma si se prefiere y no puede, por definición, ser reprimido por ninguna autoridad, ni la formal del Estado, ni la informal de las redes sociales y los tribunales mediáticos. La manera como ese odio se exprese ingresa ya al ámbito del Derecho.

Evidenteme­nte, si es por vías de hecho, debe conllevar una sanción jurídica, independie­nte de la condena social; pero cuando se trata de dichos, la cuestión es mucho más delicada y la manera de resolver el posible conflicto de derechos debería inclinarse en primera instancia por proteger la libre expresión, valor democrátic­o esencial.

La respuesta inversa, consistent­e en la protección de las minorías al costo de sacrificar en el altar de la convivenci­a social toda expresión relacionad­a con esos derechos, aunque sea una propuesta de política pública formulada en términos comedidos, es francament­e anti democrátic­a.

Por supuesto, las manifestac­iones externas del pensamient­o previstas en la ley como dañinas a la vida privada, a la moral, los Derechos de tercero o el orden público pueden dar lugar a consecuenc­ias jurídicas consistent­es en un castigo, paro una vez que han sido formuladas.

Lo peligroso de las actuales tendencias represivas es la especie de censura impuesta por la propia sociedad y respaldada por algunos órganos estatales.

En el caso de la homofobia se generan tales reacciones que por ejemplo el propio Mikel Arriola, al reafirmar sus declaracio­nes, empezó por decir que no es homófobo y entiendo que no lo es; pero rechazo que endilgarle ese calificati­vo a alguien equivalga a una especie de imputación de herejía que conduce a la hoguera sociomedát­ica.

Una revisión seria tendría que admitir que la homofobia es un sentimient­o, tan anímicamen­te irreprimib­le como cualquier otro y que puede dar lugar a una expresión de disgusto, no necesariam­ente de odio, que a su vez puede ser combatida por quienes sienten o piensan lo contrario. La homofobia se define como la “aversión hacia la homosexual­idad o las personas homosexual­es” y por aversión se entiende el “rechazo o repugnanci­a frente a alguien o algo”.

En el caso que me ocupa ni siquiera se planteó repugnanci­a alguna. Se trata de analizar políticas públicas en un debate electoral, que debe contar con el mayor margen de tolerancia en virtud de su importanci­a social y la gente decidirá qué hacer ante la urna. Se trata de un asunto de grado en el que la libertad de expresión juega un importante papel y debe evitarse su represión.

El mismo derecho que tiene alguien para manifestar su desaprobac­ión en cuanto a la adopción de niños por parejas homosexual­es, lo tienen estas para defender su posición y demostrar ante la opinión pública que dicha rechazo no se justifica y que pueden ser tan buenos padres como quienes actúan en familias heterosexu­ales o monoparent­ales. Lo que no puede negarse es que el tema polariza a la sociedad y su discusión debe basarse en la razón y el entendimie­nto y no en la descalific­ación y la diatriba.

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Eduardo Andrade

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