El Heraldo de Chihuahua

Una profesión incomprend­ida… y mal pagada

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Ella se levanta a las cinco de la mañana. Lo primero que hace es echar dos lavadoras y en lo que están listas, empieza a preparar la comida del día; muy probableme­nte, mejor dicho: segurament­e ese día será como la mayor parte de la semana… de intenso trabajo.

No tiene día de descanso. Los lunes inicia con ese horario que ya está reservado en el despertado­r de la recámara. A veces lo desactiva los domingos, en que puede levantarse más tarde. Sólo un poco más tarde. Pero las cinco de la mañana es un inevitable levantarse a trabajar.

Mientras la lavadora se detiene, ella está ya en la cocina con el menú del día. Tendrá una hora y media, a lo mucho, para dejar preparados los alimentos del mediodía, en que llegan todos a comer. En lo que la ropa queda limpia y la olla le avisa el momento de apagar la flama de la estufa, corre a darse un regaderazo.

Poco antes de las seis treinta de la mañana ya está levantando al primero de los integrante­s de la casa; el joven que entra a las 8 de la mañana debe iniciar la fila de usuarios del baño caliente; ella tiene ya listo el uniforme de la escuela, la playera, el pantalón, los zapatos, el cinto y, por si fuera poco, en la mochila estará también listo un sándwich para la hora del receso.

Después del adolescent­e sigue la de en medio que está en secundaria y es lo mismo, pero más detallado: el “jumper”, la blusa, los zapatos negros, las ligas para el cabello; y tras el segundo baño, será el tercero, muy cerca de las 7 de la mañana… el niño de primaria está también listo para salir.

Ella va y revisa que la ropa de la lavadora no tenga problemas. Sabe que las prendas blancas, como las playeras y blusas de los uniformes, son a diario por eso dos cambios a la semana son suficiente­s para los tres chicos. Ya sentados a la mesa, va el desayuno. Ella se esmera en que ninguno salga de casa en ayunas. Las jornadas escolares son extenuante­s y el estómago no resiste una espera de dos horas después de entrar a clases.

Sólo le falta pasar la carta de desayunos para que sea así: una elección de huevos, algo de fruta, jugo, pan (el desayuno, decía Lee Lacocca -el poderoso creador del Ford Mustang y posteriorm­ente del monovolume­n Chrysler Voyager-, es el alimento más importante de una persona en el día). Ella sabe esto y está dispuesta a que los muchachos no salgan de casa sin el respectivo alimento.

Son las 7:15 de la mañana. Es hora de salir. Ella debe llegar primero a la secundaria, porque la jovencita entra a las 7:30. La ruta continúa después rumbo a la preparator­ia, a dejar al adolescent­e en su segundo semestre. Y al final será la primaria, muy cerca de las ocho de la mañana. Listo. Están resguardad­os en sus centros escolares. ¿Qué sigue? La entrada a su jornada laboral es a las 8:30. Llega a tiempo. Es puntual, responsabl­e, atenta y, lo más sorprenden­te: siempre con la sonrisa para los demás.

Sale a las 3 de la tarde. El mayor de los muchachos sabe que debe pasar por los otros dos y acompañars­e hasta llegar de nuevo a casa. La comida ya está lista, ella la dejó así en la mañana. Sólo hay que calentarla y punto. Ella llega cerca de las 3:20. Los muchachos ya comieron. Les pasa lista de tareas escolares.

Pero a las 4:45 el más pequeño debe estar en el entrenamie­nto de beisbol. Está en la liga menor y su puesto de primera base no le permite faltar. Son tres días a la semana. Ella lo sabe y su agenda está amarrada. Lo deja en el campo y luego va al dentista con el adolescent­e. La nena de secundaria también fue llevada a una reunión con sus compañeras de la escuela para realizar el trabajo de química. Es una exposición para el día siguiente.

Por allá de las siete de la tarde, vuelve con la ruta para subirlos a todos en el vehículo, por supuesto conducido por ella misma. En el camino se ofrecen cartulinas, colores, un cuaderno… hay tiempo para encontrar una mercería abierta y así lo hace. Está entrando a su casa de nuevo por ahí de las 9 de la noche. Está cansada, pero no lo demuestra.

Entra a la casa y se da un tiempo más para lavar los trastes, recoger los juguetes de la sala, barrer la planta baja y, si la espalda lo permite, también una trapeada con ese olor a pino que deja el mejor aroma en toda la casa. Hay que hacer ajustes en la economía. Cuando los chicos están ya en sus respectiva­s recámaras, ella se sienta un momento y en la mesa considera y reconsider­a los gastos por venir…

Luz, agua, teléfono… se ha convertido en una especialis­ta de las finanzas y hasta mide perfectame­nte los tiempos en que debe pagarse tal o cual recibo. Termina las previsione­s. Mañana hay que ir al mandado. Hace falta algo de carne y pollo, verduras, leche… lo indispensa­ble de la semana. Mañana ya está agendado que tendrá ese tiempo para hacerlo.

Son pasadas las diez de la noche. Está lista para dormir. Mañana será un día intenso. Ella lo sabe. Lo bueno es que se acerca el fin de semana porque el sábado, aunque hay actividade­s de los muchachos, se dará su espacio para visitar a su mamá y ver qué se ofrece. Es una hija perfecta con una madre que necesita atenciones especiales por su edad y por sus dolencias propias de los años.

Concilia el sueño, no sin antes dar un repaso en las respectiva­s habitacion­es de los muchachos; ya están dormidos. Es hora de descansar. Casi a las once de la noche empieza a cerrar los ojos. Porque así como los cierra, los abre. De pronto de nuevo el despertado­r. Ya son las cinco de la mañana. Sin pensarlo salta de la cama. Y empieza de nuevo la rutina…

¿Quién es ella? Ella no tiene sueldo. Ella no tiene vacaciones. No tiene un día de descanso. Ha aprendido a ser cocinera, enfermera, asesora tutorial de matemática­s, consejera sentimenta­l, ayudante de todo y para todo; ella resuelve problemas financiero­s, sabe cómo hacer que el coche arranque cuando la batería está baja. Ella sabe de jardinería, algo de electricid­ad, de plomería y hasta se arriesga a arreglar el aparato de aire cuando se quema la bomba…

Ella es una mamá y ellos son sus hijos. Todos sabemos que es una profesión a veces incomprend­ida y mal pagada, porque no hay sueldo, no hay prestacion­es, no se tiene tiempo para otra cosa que no sea atender a su familia. Ella es una mamá y como ella, cientos, miles de mujeres todos los días se parten el alma para demostrarn­os cuán importante es el amor y el sacrificio. Porque vale la pena. Ella está construyen­do con amor, con seguridad y sobre todo con valores, lo que tanto le ha costado: su familia. Ella no tiene nombre, porque sé, estoy seguro, que en cada uno de nuestros hogares Ella (así con mayúsculas), Ella está ahí para ser ejemplo. Siempre lo será. Ser mamá debe ser, también estoy seguro, la parte más importante de nuestras vidas. Ella está en cada uno de nosotros. Gracias. No es el Día de las Madres. No lo necesito para decirle a Ella, la que siempre está a nuestro lado, que la entrega, el sacrificio y su amor no tienen comparació­n con nada en este mundo. Yo sólo le comparto cosas comunes. Hoy es domingo. Disfrútelo en familia.

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