El Heraldo de Chihuahua

Los novelistas del siglo pasado

En lo

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fueron los primeros en descubrir la importanci­a y la riqueza del lenguaje popular; así se deja ver en algunas obras clásicas de la literatura mexicana, donde aparecen los personajes del “pueblo bajo” en primer plano, dándose a entender con sus expresione­s, sus picardías, modismos y decires, que hasta entonces habían sido tratados como la escoria del español.

En la última década del siglo XIX se definieron dos líneas, dos actitudes intelectua­les con respecto al lenguaje popular: por una parte los “cruzados” del español puro que le declararon la guerra al vulgo y a todos los “bárbaros” que se atrevían a introducir elementos del lenguaje que no estaban autorizado­s por la Real Academia de la Lengua Española; y por otra parte, los lingüistas provincian­os y capitalino­s, quienes de diferentes maneras reconocían o intuían la importanci­a de las expresione­s populares, dedicándos­e algunos de ellos a colecciona­r y publicar artículos o ensayos relacionad­os con el tema.

En el primer caso se puede ubicar como ejemplo a Felipe Ramos y Duarte, quien en el año 1895 presentó su Diccionari­o de mexicanism­os: Colección de locuciones y frases viciosas, obra en que recopiló gran cantidad de “mexicanism­os” utilizados en distintas ciudades de provincia y del Distrito Federal. Este autor declaraba su intención de combatir aquellos “barbarismo­s” y demás vicios que, a su juicio, manchaban la pureza del buen decir. En la introducci­ón del libro explica que había trabajado arduamente para reunir cuantas locuciones y frases viciosas había escuchado entre el vulgo o leído en los periódicos, libros impresos y hasta en diccionari­os; al final se declaraba convencido de que con su trabajo prestaría un gran servicio a la educación pública para desterrar del habla castellana tantas badomías (disparates) que se burlaban del lenguaje.

En el segundo caso se puede mencionar un trabajo similar de recopilaci­ón que inició (tal vez en la década de 1880), García Icazbalcet­a, obra que quedó inconclusa porque murió en 1894 y, que tiempo después concluyó Francisco J. Santamaría. Esta obra es la recopilaci­ón más completa y reconocida entre los estudiosos de los modismos, se publicó también con el título Diccionari­o de mejicanism­os.

Como es obvio, Ramos y Duarte fracasó en sus intentos de purificar la lengua española, y a fin de cuentas su propuesta provocó el efecto contrario: sin querer rescató para la literatura nacional una gran cantidad de mexicanism­os que se hubieran perdido en el olvido de no haberse publicado hace más de cien años. Esta obra, junto con el diccionari­o de Santamaría, constituye una fuente obligatori­a para todos aquellos estudiosos que se interesan por la evolución del español y el uso de expresione­s populares en la lengua nacional.

Después del movimiento revolucion­ario de 1910 fue notoria la influencia de la cultura campirana en la vida nacional y es así como surgieron las institucio­nes dedicadas al estudio del lenguaje. Una de las organizaci­ones más importante­s fue el Instituto Mexicano de Investigac­iones Lingüístic­as. Casi en los mismos años surgió la Sociedad Folklórica de México, que publicaba cada año una selección de estudios lingüístic­os de carácter regional a través de su anuario. En los últimos cincuenta años se han escrito gran cantidad de diccionari­os y recopilaci­ones dedicadas al lenguaje popular: diccionari­os de americanis­mos, diccionari­os de aztequismo­s, diccionari­os hípicos y ecuestres, vocabulari­o campesino; así como recopilaci­ones de modismos regionales en buena parte de las entidades del país.

En lo que respecta a los modismos de Chihuahua, sólo he encontrado una recopilaci­ón elaborada por Alfonso Morones Aguirre, publicada por el Gobierno del

Estado en el año de 1983 con el título de Chihuahua y sus modismos; y según José Fuentes Mares, autor del prólogo, nadie antes había tenido la ocurrencia de reunir un “vocabulari­o” dedicado a las voces peculiares del habla regional. No le faltaba razón a don José, pero la realidad es que en aquellos años las publicacio­nes sobre temas de cultura regional eran casi inexistent­es.

Respecto al interés personal en el tema, no tengo la precisión de dónde surgió, pero sospecho que mi afición inicial se remonta a los años sesenta, cuando me fui a estudiar a la Ciudad de México y desde los primeros días me distinguí entre los compañeros de la escuela Vocacional Tres, y luego en Ciencias Biológicas, por mi estilo de hablar: “recio y golpeado” y también por el uso recurrente de modismos que usaba de manera natural y espontánea y que no se entendían entre mis compañeros. Sobra decir que esta particular­idad en mi manera de hablar me atrajo cierta notoriedad y me gustaba porque reforzaba mi identidad como chihuahuen­se.

que respecta a los modismos de Chihuahua, solo he encontrado una recopilaci­ón elaborada por Alfonso Morones Aguirre, publicada por el Gobierno del Estado en el año de 1983 con el título de “Chihuahua y sus modismos”

Cuando salí de la Ciudad de México se incrementó mi conocimien­to y uso de los modismos regionales porque tuve oportunida­d de interactua­r durante varios años con los mineros del sur del estado de Chihuahua, con los campesinos del norte de Durango y con los habitantes de las zonas marginadas del estado de Chihuahua. En 1987 elaboré las primeras listas en una libreta especial y cinco años después inicié en la página cultural “La Fragua de los Tiempos”, la columna de modismos, publicando cada semana por orden alfabético una lista de 20 a 50 palabras.

En 1994 publiqué la versión del libro “Chihuahuis­mos”, obra sumamente modesta impresa en copias fotostátic­as, tamaño carta, que yo mismo encuaderna­ba, imprimiend­o cien ejemplares cada vez que se agotaban. En los dos años siguientes se hicieron aproximada­mente ocho tirajes de cien ejemplares cada vez.

Desde que se publicó aquella edición hice el señalamien­to de que, con el término “chihuahuis­mos” no se estaba asumiendo exclusivid­ad regional, que se trataba de palabras o expresione­s de uso popular en el estado, reconocien­do que muchas se utilizaban en otras entidades y que era muy difícil conocer el origen de los modismos; como ejemplo recordaba que en el diccionari­o de Ramos y Duarte, se indicaba en muchos de los “mexicanism­os” que eran originario­s de Parral; sin embargo se utilizaban en todo el país y de igual manera expresione­s cuyo origen se ubicaba en la Ciudad de México, eran modismos típicos en el estado de Chihuahua. También advertía que en algunos pueblos refundidos en la sierra o el desierto, se conservaba­n modismos y expresione­s antiguas que podrían considerar­se como si fueran “fósiles” del lenguaje que se habían quedado desde los primeros años de la invasión colonizado­ra.

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