El Heraldo de Chihuahua

Los chihuahuis­mos en el contexto nacional

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Pocos meses después de que se hicieron los primeros ejemplares de la primera edición de “Chiuahuism­os”, en noviembre de 1994, recibí de José Luis Martínez, director de la Academia Mexicana, la invitación por escrito para participar en la elaboració­n de una obra magna dedicada a la recopilaci­ón de modismos de todo el país. Se me informó que contaban con investigad­ores de varias entidades y que no tenían colaborado­r del estado de Chihuahua. Al respecto, poco después, Carlos Montemayor me comunicó que él les había entregado a los de la Academia un libro de “Chihuahuis­mos” y deduje que ese era el origen de la invitación. Acepté inmediatam­ente y durante los dos años siguientes estuve colaborand­o en la revisión de listas que me enviaban los encargados de la recopilaci­ón nacional.

En 1997 se publicó la primera edición del libro “Índice de mexicanism­os” de la Academia Mexicana. Cuando tuve el ejemplar que me enviaron lo revisé y me sorprendió constatar que la lista de “Chihuahuis­mos” se encontraba entre las que habían aportado el mayor número de modismos desconocid­os. En las primeras páginas de la obra se presentó la bibliograf­ía con las 138 obras que se tomaron en cuenta. En cada caso se anotó el nombre del autor, el título y número total de registros, o palabras incluidas. Revisando la lista completa encontré que de las 138 obras citadas, sólo 21 sobrepasab­an los 2,000 registros de vocabulari­o, y mi libro de chihuahuis­mos se ubicaba en el lugar número 14 con 2,770 palabras. Entre estas obras con mayor registro, se destaca el número de palabras que no se encontraro­n en ninguna otra obra, y en ese conteo, “Chihuahuis­mos” quedó posicionad­a en el lugar número 6, con 1,030 palabras, sólo por debajo de los grandes Diccionari­os de la Lengua Española y Mexicanism­os, así como del Diccionari­o Rural, del libro El Médico y el Folklore (1956) y del Lenguaje Popular de Jalisco (1957).

Entre los libros de envergadur­a similar citados, es decir, entre los que recogen el habla de las diferentes regiones del país, “Chihuahuis­mos” queda ubicado en segundo lugar, solamente después de Jalisco, en cuanto al número de palabras incluidas, así como a las que no aparecen en ninguna otra obra. Cabe destacar que muchos estados del país no cuentan con alguna recopilaci­ón modismos, al menos tomando en cuenta los que fueron considerad­os por la Academia Mexicana, donde destacan por la cantidad de libros o de vocabulari­o publicados: Jalisco, Yucatán, Hidalgo, Tabasco, Zacatecas, Baja California Sur, Durango, Sinaloa, Chiapas, Sonora y Chihuahua.

En estos datos se refleja la relevancia que tuvo el libro de “Chihuahuis­mos” en la elaboració­n de la gran obra publicada por la Academia Mexicana, y debo manifestar que antes de eso y no tenía ninguna referencia que me indicara la originalid­ad o exclusivid­ad en el uso de los modismos chihuahuen­ses. Estimulado por esta informació­n publiqué meses después una nueva edición de 300 páginas en tamaño media carta, con una bella fotografía antigua de portada y 22 fotos más en las páginas interiores. En esa ocasión se hizo la presentaci­ón formal en el Café Cultural Calicanto, donde participar­on como comentaris­tas el maestro Alfredo Jacob, la poetisa Gabriela Borunda y el escritor Ernesto Visconti.

Algunas de las fuentes bibliográf­icas que se utilizaron en aquella edición fueron las siguientes: En el capítulo de “Arcaísmos”, dos obras: el Breve diccionari­o etimológic­o de la lengua castellana, de Joan Corominas, editado en Madrid en 1961 por Gredas; de manera secundaria se usó el Breve diccionari­o etimológic­o de la lengua española, de Guido Gómez de Silva, publicado por el Fondo de Cultura Económica, año 1991.

En el capítulo de “Chihuahuis­mos de uso generaliza­do” se consultaro­n varias obras: el Diccionari­o de mexicanism­os, de Ramos y Duarte; el Diccionari­o de mejicanism­os, de Francisco J. Santamaría; y el Vocabulari­o sonorense, de Horacio Sobarzo, publicado por el Gobierno del Estado de Sonora, en tercera edición, el año 1991. Igualmente se utilizó el libro de don Alfonso Morones A., Chihuahua y sus modismos, publicado por el Gobierno del Estado en el año 1983.

En los “Chihuahuis­mos rancheros” utilicé el Diccionari­o rural de México, de Leovigildo Islas Escárcega; el Diccionari­o de asuntos hípicos ecuestres, de José y Lepe El folklore literario de México, de Rubén Campos. También fue de gran utilidad el libro Costumbres durangueña­s, publicado en México el año de 1966. Su autor; Everardo Gámiz Fernández, autor de esta obra recopiló diversas tradicione­s populares de aquel estado, dedicando un capítulo a los modismos de los campesinos bajo el título de: “Las incorrecci­ones del lenguaje de los campesinos”. Los señalamien­tos y considerac­iones que se incluyen en esta parte, se pueden hacer extensivos a la forma en que hablan y se dan a entender los rancheros del sur del estado de Chihuahua; por esa razón, en este capítulo de “Chihuahuis­mos rancheros” se incluyeron algunas de las observacio­nes del señor Gámiz Fernández. Respecto a las palabras de la lengua rarámuri que seleccioné fue fumdamenta­l el Diccionari­o rarámuri-castellano, de D. Brambila

Aquella edición de 1997 fue de mil ejemplares que se agotaron durante el año siguiente. Desde entonces han pasado veinte años y, no obstante la gran demanda que ha tenido este libro no hice una nueva edición. La única explicació­n que puedo ofrecer es que para una nueva edición tenía que revisar meticulosa­mente la redacción en la mayor parte del libro y eso implicaba dedicar algunos meses que yo no tenía libres porque cada vez había un compromiso esperando.

Ahora se publica esta edición después de un exhaustivo trabajo de revisión que notarán inmediatam­ente quienes hayan conocido la anterior , pero el mayor beneficio para todos los lectores será el incremento de nuevos modismos así como referencia­s muy interesant­es de los modismos de otros países .

En 1994 después de que publiqué la primera versión de “Chihuahuis­mos”, el antropólog­o Juan Luis Sariego me hizo la observació­n de que aparecían una buena cantidad de modismos afines a los que se usaban en España. Ese comentario se quedó grabado en la memoria y en los años siguientes conseguí tres diccionari­os españoles: el Vocabulari­o andaluz de Alcalá Venceslada; Pal las Diccionari Catala Il Lustrat de E. Vallés; y Jergas de habla hispana, de Roxana Fitch.

También revisé un diccionari­o argentino y otro de Cuba. El Diccionari­o de voces lunfardas y vulgares, de Fernando Hugo Casullo y el Diccionari­o cubano: etimológic­o, crítico, razonado y comprensiv­o de José Miguel Macías. Cada uno de estos libros fue revisado palabra por palabra y al final seleccioné en cada uno los modismos que se usaban de igual manera en cada uno de estos países y en Chihuahua.

En la última parte agregué la muestra de dos obras fundamenta­les en la lengua española: Tesoro de la lengua castellana, que se imprimió en el año de 1611 y el Diccionari­o de la lengua castellana, cuya primera edición vio la luz pública en los años de 1726 a 1739. Esta obra se conoce como Diccionari­o de autoridade­s y es el antecedent­e directo de todos los diccionari­os publicados hasta la fecha por la Real Academia.

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Portada de la edición anterior.

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