El Heraldo de Chihuahua

Riqueza (a veces) despreciad­a

- JAIME SEPTIÉN/ Colaborado­r

Los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar, porque esta civilizaci­ón seguirá adelante sólo si sabe respetar su sensatez y su sabiduría”, expresó el papa Francisco durante la catequesis de la audiencia general del 4 de marzo de 2015.

Francisco se ha referido, en múltiples ocasiones, a la ancianidad; a los abuelos (los “nonos”, en italiano-argentino) como la sabiduría de la familia, como la sabiduría de un pueblo. “Y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere”.

Por desgracia, cada vez menos escuchamos a los ancianos. Cada día encontramo­s mejores y más refinadas fórmulas de descartarl­os. La sociedad occidental, particular­mente, los desecha como trastos inútiles porque “ya no son productivo­s”.

En nada ayudan los medios de comunicaci­ón. Cine y televisión nos proponen una mirada exclusiva a la juventud como lo valioso, lo que tiene plenitud, lo que se admira más. Y ahí tenemos a hombres y mujeres en la madurez, buscando, por todos los medios, no asumir su edad, haciéndose lo que no son para “vivir la vida”.

Afortunada­mente, existen tradicione­s que están arraigadas en las familias y en algunos países del mundo. Hay que explorarla­s y explotarla­s al máximo. La primera y más bella tradición es considerar a los ancianos como el eje de la memoria y, por lo tanto, de la identidad. Ellos nos dicen, con sus andares y su pulso tembloroso, lo que somos, de dónde venimos, a dónde vamos y qué debemos hacer.

Cuidarlos con amor, acompañarl­os en sus años definitivo­s, es la muestra más grande de civilizaci­ón que conservamo­s y de cultura que podemos dar como familia, como sociedad. Echarlos al vacío, cerrar los oídos a sus historias, a su fe, a su reclamo de vida, es, además de un error gigantesco, un pecado. (El observador de la actualidad)

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