Siempre he pensado que este
libro será de utilidad para los escritores, pero cuando pienso en el lector común me imagino cómo se van a divertir mirándose en el espejo del uso que le damos a las palabras. He sabido de personas que leen en voz alta ante varios amigos y algunos modismos provocan hilaridad en todo el grupo porque surgen otros ejemplos o comentarios. Ese es mi mejor anhelo, que lo gocen .
La primera edición, del año 1994, fueron 2,700 palabras con definición y ejemplos de uso en la mayoría de los casos. En la segunda edición, de 1997 fueron 3,200. En la nueva edición son 5,300 palabras. En general las descripciones son breves, pero hay casos en que ameritan mayor información. A continuación se presentan dos modismos de descripciones más o menos amplias, como ejemplo:
Recular.- Regresar o echarse pa’trás (porque hay peligro, por precaución o simplemente porque no se pudo seguir avanzando). “¡Venían muy decididos, y a los primeros plomazos todos recularon despavoridos!”. Otra forma de uso más generalizada es simplemente para indicar que se hagan para atrás.
En su libro La División del Norte, el doctor Brondo Whitt ilustró perfectamente el uso de este modismo en la voz del general Francisco Villa, y así lo dejó en las páginas de dicha obra. La anécdota es la siguiente:
El 23 de febrero de 1914 se exhumaron los restos de Abraham González, y se trajeron de Mápula a Chihuahua, a la calle 14 número 206, donde vivían sus familiares. El cortejo que acompañó a los restos de González fue muy grande, y cuando llegaron al domicilio indicado, el general Villa cargaba el ataúd en el hombro junto con otros de sus compañeros. Una gran multitud, deseosa de mirar de cerca al general Villa, se arremolinaba impidiéndole el paso; entonces, desesperado y casi con furia, el héroe del día lanzó una mirada a los curiosos y les gritó con toda su fuerza: “¡Recúlense!”, y como por arte de magia el camino quedó libre.
En la calle 14 permanecieron unas horas, y de ahí fueron llevados al Panteón de la Regla.
Servicio. Los chihuahuenses modosos usan esta expresión, para no sentirse avergonzados cuando se encuentran en un restaurante de categoría y tienen que preguntarle al mesero o a la mesera por el lugar de los retretes, excusados o escusados. “¿Perdone señorita, en dónde está el servicio?”.
Sobre este asunto se puede generar mucha polémica, porque la costumbre también ha impuesto que a los retretes o excusados se les denomine baños, sanitarios, inodoros e incluso mingitorios; pero según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el término preciso es “retrete” o “excusado”, aunque no faltará algún ranchero mal amansado que se refiera a estos lugares simplemente como el meadero o el cagadero; o bien, un descendiente de los pachucos que se refiera al retrete como el tolido (del francés toilette; del inglés toilet).
Como cosa curiosa, en un ejemplar antiguo de la Enciclopedia Sopena de Barcelona, encontramos que los especialistas batallaron mucho para definir en palabras sencillas lo que es un retrete; y si no se cree, léase lo siguiente: “RETRETE: Del latín retractus, lugar común, excusado, cuarto retirado donde se tienen los vasos para exonerar el vientre”. Cualquier persona sencilla diría simplemente que es el lugar para cagar, zurrar o defecar.
ENFOQUE HISTÓRICO. En Chihuahua hubo una expresión popular, que se usó mucho en la primera mitad del siglo XX, cuando empezaron a llegar los inodoros como el último grito de la modernidad entre las familias ricas. Como se sabe, en aquella época la mayor parte de la gente simplemente se iba a la orilla del pueblo, donde ya no había casas, y ahí “hacía sus necesidades”; por eso, cuando los pudientes empezaron a usar los inodoros se decía de ellos “que cagaban en agua”.
Si alguien quiere saber cómo fueron los primeros retretes que instalaron los burgueses chihuahuenses en sus grandes casonas, cuando vayan a Parral no dejen de visitar el Palacio Alvarado; ahí encontrarán un esplendoroso baño de hace 115 años, con su simpática regadera y una enorme tina esmaltada, el gran inodoro de cerámica, muy adornado, y un lavabo de pedestal amplio como una lavadora.
El baño, como la cocina, el comedor y las recámaras, era grandioso, y uno se imagina que cuando algún miembro de la familia acudía a él, debía resultarle muy difícil acomodarse en un espacio tan grande, que provocaba en el sujeto un sentimiento de pequeñez; pero lo peor era el frío en tiempo de invierno, pues aquellos baños enormes no tenían chimenea ni algún tipo de calentón.
ANTROPOLÓGICO. Hasta ahora, nuestros antropólogos han estado ocupados en temas muy serios y nadie ha tenido tiempo para hacer una investigación sobre las grandes modificaciones que trajo el paso de la vida rural a la urbana, en lo referente al uso de los retretes o, para decirlo con más formalidad, el advenimiento de los excusados. Mientras la gente vivía en los ranchos, en los caseríos o en los pueblos, no había problema; lo natural era que en los ranchos se fuera a la orilla y en los pueblos se acondicionaban las letrinas; pero en cualquier caso, los campesinos, como eran muy inteligentes, se acomodaban en la posición anatómica más adecuada, que se conoce como “de aguilita”; es decir, de cuclillas, y no sentados sobre los bordes del excusado, como lo hacemos en la ciudad.
Todavía a mediados del siglo pasado, cuando un niño, un joven, una señorita, señora o señor pasaban a vivir de la zona rural a las ciudades, ya muchas casas tenían inodoro; y por supuesto, también las cantinas, las escuelas, los cines, los salones de baile. En todos los casos en que los baños eran públicos, los conserjes que hacían el aseo sufrían lo indecible, porque lo más común era que los usuarios hicieran fuera de la taza, debido a que no lograban acomodarse en cuclillas, con los pies sobre el borde; y otros, de plano, para no batallar, se hacían sobre el piso. Todo un fenómeno cultural, ¿o no?
Por cierto, en aquellos años las autoridades de la ciudad se encargaban de habilitar las atarjeas y lavaderos públicos para las señoras de escasos recursos, y también los baños en varios puntos estratégicos de la ciudad; esto para todos aquellos que eran sorprendidos por “la necesidad” cuando andaban en la calle; y tanto el uso de las atarjeas como de los baños públicos, el servicio era estrictamente gratuito. Ahora, con la globalización y el neoliberalismo, los méndigos capitalistas nomás andan buscando cualquier pretexto para quitarle el peso a la pobre gente.
Por cierto, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, el “papá” de los neoliberales, se instituyó la práctica de que en las terminales de camiones se cobrara por hacer uso de los baños; y así como en el gobierno de Juárez la Intervención Francesa se identifica con la Guerra de los Pasteles, el de Salinas pasará a la historia como el gobierno en que se le entregaron los recursos nacionales a un grupo de sátrapas capitalistas, y en que se empezó a cobrar por cagar y mear.
Y ya que nos hemos extendido en esta especie de “coprofernalia” regional, vale la pena mencionar que en esto de “exonerar el vientre”, al igual que en muchas cosas, como la gastronomía y el amor, los franceses se pintan solos para hacer bien las cosas; ellos encontraron otra alternativa cuando pasaron de la vida rural a la urbana; además del inodoro, inventaron otro aparatejo poco conocido en estos lares del septentrión mexicano: el bidé (bidet en francés).
¿Qué es el bidé? Es otra taza o inodoro, pero con un aditamento especial para asearse después de que la persona ha concluido sus “necesidades fisiológicas”. Ya sabemos que nuestros antepasados usaban una piedra boludita o un olote para limpiarse, y después el papel periódico debidamente cortado en cuadritos y ensartado en un largo clavo cercano al excusado. Bueno, pues, como decíamos, los franceses inventaron el bidé, que es muy parecido al inodoro, pero que tiene en el fondo un tubito perfectamente dirigido hacia el centro. Cada sujeto tiene que acomodarse un poquito al momento de abrir dos llavecitas que se encuentran en la parte de atrás, y con las cuales se controlan el agua fría y caliente que salen en forma de chorro a presión, y que pega directamente en el fundillo hasta que queda completamente limpio, sin necesidad de gastar y gastar papel sanitario. Nomás imaginemos la diferencia entre este invento y la rudimentaria piedrita de nuestros ancestros… ¡Eso es cultura!