Los valientes no claudican
El movimiento agrario de 1959-1965 que culminó con el asalto al cuartel militar de ciudad Madera, se conectó con la huelga estudiantil de 1968. Las repercusiones que provocaron ambos acontecimientos en el rumbo de la política del país fueron trascendentales, sin embargo hace falta estudiarlos e insertarlos en la historiografía nacional como parte de un mismo proceso.
La lucha agraria en la que participaron miles de campesinos demandando la entrega de la tierra, puso en evidencia la naturaleza verdadera de un gobierno que durante cincuenta años se había mostrado ante el pueblo como fiel salvaguarda de la revolución, simulando que protegía los intereses de los campesinos cuando en realidad protegió los intereses de los latifundistas. El epílogo de esta lucha fue el asalto al cuartel de ciudad Madera, el 23 de septiembre de 1965, donde quedó regada la sangre de un grupo de jóvenes que habían tomado las armas después de luchar con el código agrario en la mano, sin ser escuchados.
Cinco años antes, en 1960, cientos de campesinos habían bajado desde la región de Madera para reclamarle al jefe máximo de la nación que se les negaba la tierra. Era el 20 de noviembre, el presidente Adolfo López Mateos había viajado desde la capital para celebrar en Chihuahua, “la cuna de la revolución” la gesta nacional, al cumplirse los cincuenta años. Minutos después de que el presidente dirigió su discurso ante una multitud de acarreados, los desarrapados de Madera le solicitaron que los escuchara, no les hizo caso, los policías y los soldados los rodearon, pero ellos no se dejaron intimidar. El presidente se subió en el camión oficial, lo siguieron hasta el hotel y cuando se bajaba, prácticamente lo secuestraron. En esas condiciones
se dignó a escucharlos, los dirigentes denunciaron y le demostraron con los documentos en la mano la existencia de varios latifundios que sumaban millones de hectáreas, denunciaron a las autoridades agrarias que no atendían sus solicitudes y al gobierno del estado que no había hecho nada por esclarecer el asesinato del dirigente Francisco Luján. López Mateos escuchó y al final les prometió que iba a enviar una comisión especial para que atendiera todos los casos. Se fue y nunca cumplió sus promesas.
Los campesinos organizados recurrieron a diferentes tácticas de lucha, apegados a la Constitución, al Código Agrario y a otros ordenamientos legales y, en lugar de soluciones recibieron cárcel y golpes una y otra vez, hasta que cansados de eso, los campesinos de vanguardia, los más decididos, empezaron a prepararse militarmente siguiendo el ejemplo de Emiliano Zapata y el Che Guevara.
El 23 de septiembre de 1965, a las 5:45 de la mañana, el grupo armado atacó el cuartel militar de ciudad Madera para hacerse de parque y armamento. Algunos de los sobrevivientes aseguraron que eran más de cien los que se quedaron esperando, era mucha gente la que estaba decidida, pero no tenían armas. Arturo Gámiz estaba convencido que las iban a obtener en el cuartel y a partir de eso el grupo se extendería rápidamente.
A la hora señalada se inició el ataque, en menos de treinta minutos fueron abatidos ocho de los guerrilleros y cinco lograron romper el cerco, remontándose en la sierra donde la gente los ocultó. Todos los que estaban pendientes de esta acción recibieron con tristeza la noticia, la muerte de Arturo y sus compañeros se asumió en el momento como una tremenda derrota, solo con el paso del tiempo se fue comprendiendo la trascendencia que tuvo a nivel nacional y en la vida política del país. Esta acción de ciudad Madera demostró la hipocresía y la demagogia de un gobierno que había monopolizado el poder usufructuando el discurso de la revolución. Los héroes del 23 de septiembre le desprendieron la careta al gobierno de Díaz Ordaz, demostraron que la reforma agraria no se había cumplido con justicia y que el gobierno solo atendía las demandas de los grupos que estaban afiliados al PRI, a través de la CNC y sus líderes corruptos. El sacrificio de estos combatientes puso en evidencia el verdadero rostro del gobierno, respecto al problema de la tierra.
Tres años después los estudiantes de la ciudad de México se lanzaron a una huelga que inicialmente se originó a causa de la represión de la policía y el ejército contra los alumnos de algunas escuelas del Politécnico y de la UNAM.
Entre estas dos instituciones y la Escuela Chapingo; la Universidad Iberoamericana, la Normal y la Nacional de Maestros sumaron más de 400,000 estudiantes y profesores. De este total la mitad correspondía a la Universidad y ciento cincuenta mil del Politécnico. Entre las causas hubo dos que fueron el detonante: Primero, la represión policiaca contra una manifestación pacífica que se celebró el 26 de julio. La segunda causa fue la intervención del ejército que tomó por la fuerza el edificio de una preparatoria de la Universidad ubicada en el centro de la ciudad.
Durante dos meses, de julio a septiembre, los habitantes de la ciudad de México fueron los principales receptores de los esfuerzos estudiantiles, de los mensajes escritos en volantes, de los discursos en los camiones y de las consignas coreadas en las manifestaciones. Lo que había empezado como una respuesta de los estudiantes contra la represión en las escuelas, se convirtió en un gran movimiento popular por la justicia, por la democracia y la libertad.
El 27 de agosto se recogieron los frutos de la intensa campaña de educación política, numerosos contingentes de trabajadores y campesinos se sumaron a la marcha. Al paso de la marcha en las grandes avenidas y en la plaza del zócalo, el pueblo aplaudió y gritó con alegría desde las vallas su simpatía y solidaridad con los estudiantes y sus reclamos democráticos, se calcula que ese día se hermanaron más de medio millón de voluntades entre quienes marchaban y la gente que les hizo valla desde Chapultepec hasta el Zócalo. Pero el apoyo más contundente y significativo se expresó cuatro semanas después, el 23 de septiembre, durante la defensa de las instalaciones del Politécnico. Ese día cientos de jóvenes y adultos, habitantes de las colonias periféricas a las instalaciones del Casco de Santo Tomás, se unieron a los estudiantes y lucharon toda la noche defendiendo las escuelas contra el ataque de los granaderos y los soldados.
No obstante que la razón estaba de parte del estudiantado, el 2 de octubre, al cumplirse dos meses de huelga, los reclamos democráticos fueron aniquilados por la barbarie de un presidente que no encontró –ni buscó– otra vía de “pacificación” más que el uso de las armas. Ese día quedó sepultada la careta democrática del gobierno de Díaz Ordaz y desde entonces siguen pendientes los ideales y las demandas del movimiento, no se han olvidado ni con el paso del tiempo, ni las cubrió la sangre de la masacre. Igual ha sucedido con el sacrificio de los jóvenes del 23 de septiembre de 1965, la bandera de justicia, los ideales que enarbolaron en su causa siguen vigentes.