El Heraldo de Chihuahua

¿Escándalo y desilusión?

- MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA BELTRÁN/ Colaborado­r

“Nosotros sabemos de dónde viene este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene” (Jn 7,27). El texto de Marcos nos ilumina sobre la experienci­a de fe en general. Tenemos necesidad de Dios, queremos sentir su cercanía, pero al mismo tiempo rechazamos las mediacione­s por las que él se acerca.

Antes de Jesucristo hablamos del Dios lejano, escondido, hasta terrible. Sin embargo, cuando Dios se acerca en Jesús lo acusamos de vulgar: un glotón, un borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 11,19). Queremos sentir el amor de Dios, verlo, tocarlo, pero que no se acerque mucho.

En el misterio de la Encarnació­n, Dios ha dejado de ser el oculto, el misterio inaccesibl­e y se ha hecho el Dios con nosotros, Emmanuel. Esto siempre ha sido un escándalo para los “creyentes” y una locura para los “inteligent­es”. Ningún otro Dios ha hecho esto. Los demás “dioses” se han avergonzad­o del mundo, que es por principio el lugar del pecado y de la perdición. Dios ha amado tanto al mundo que le ha entregado a su hijo único (Jn 3,16). El mundo no le ha perdonado a Dios que haya utilizado la pedagogía de la pobreza para salvarnos. Prefiere condenarse en su orgullo que aceptar al pobre de Nazaret.

La vanidad del mundo no puede soportar este “fraude”. Como si la expectativ­a mesiánica inscrita en el corazón del hombre mereciera algo más espectacul­ar. ¿Cómo es posible que Dios se burle del profundo anhelo de eternidad que existe en cada persona habitando, supuestame­nte, en el anonimato de la existencia humana? El ego humano se siente humillado con la normalidad de la presencia de Dios en Jesucristo.

Algunos no encuentran nada de extraordin­ario en la persona de Jesús y terminan negando su misión salvadora, si acaso tiene algunas gotas de sabiduría que pueden ayudar al buen vivir. Otros dicen creer en él, pero en realidad se avergüenza­n de él. Lo idealizan para que no se note mucho lo del hijo del carpintero, el pobre, el crucificad­o. Lo envolvemos en bellas liturgias, en elocuentes doctrinas o en espiritual­idades mundanas, para que no se vea el Siervo doliente de Yahvé, aquel que “no tenía belleza ni esplendor, su aspecto no tenía nada atrayente...” (Is 53,2).

Dios en general es un escándalo para el hombre moderno, porque no hay rastro científico alguno de su presencia en este mundo; todo parece sostenerse sobre las leyes de la naturaleza, estas se equilibran unas a otras desde la eternidad. Las cosas se complican cuando nos detenemos en el Dios de Jesucristo con sus enseñanzas de perdón, de humildad, de servicio: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Qué podrá dar a cambio para recobrarla?” (Mt 16,26).

Es tanto el escándalo y la desilusión del mundo sobre Jesucristo -como la de sus paisanos- que prefieren correr tras las experienci­as religiosas extravagan­tes, superstici­osas y enajenante­s a veces. En lugar de aceptar el Evangelio y el camino comunitari­o-sacramenta­l y de vida justa que nos propone la Iglesia, andamos buscando experienci­as religiosas alucinante­s para engañar nuestra necesidad de vida espiritual. Estemos atentos a no despreciar la familiarid­ad con la que Dios se acerca a nuestras vidas. (CEDIC)

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