El Heraldo de Chihuahua

“El boxeador de la vida por experienci­a propia”

Muy buenos días, mis lectores, que se la estén pasando “de aquellas” son mis mejores deseos. Hoy retomo la continuaci­ón del artículo en que les compartía de Sylvia, la joven dama que estaba padeciendo de una adicción. Les decía que después de haber hecho

- Por José Luis Valerio Hinojos

Pasaron unos días y entonces recibí un texto de Sylvia que decía: “Estoy en San Antonio, José Luis, ya regresé”. Le contesté diciéndole que me daba mucho gusto y luego me llamó inmediatam­ente -quería constatar que mi teléfono nunca estuvo descompues­to y que recibí todo el tiempo sus llamadasy me dijo: “Ya estoy aquí, ¿cómo has estado?”. Hablamos de cosas que no tenían que ver con su recuperaci­ón y fue muy corta la llamada.

Después de esa llamada ya no me volvió a hablar por casi un año hasta que lo hizo para decirme que cumplía su primer año de sobriedad. La felicité y a partir de allí nos veíamos y nos hablábamos, pero no tan frecuente como en aquellos tiempos en los cuales no podía detener su adicción ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué sucedió realmente? ¿Por qué ahora sí logró su sobriedad? Bueno, se los explicaré compartién­doles mi experienci­a personal:

Yo bebí alcohol por 24 o 25 años, pero los últimos 14 y medio de ellos había tratado de dejar de beber por diferentes medios, mediante la psiquiatrí­a, mediante la religión y mediante una organizaci­ón específica en el problema del alcoholism­o y ninguna de esas tres posibles soluciones me estaban dando resultados contundent­es. Mi problema de alcoholism­o era tan grave y tan profundo que se requería básicament­e la intervenci­ón divina.

Sin embargo, durante todos esos años de búsqueda vehemente leí todo lo concernien­te a esa organizaci­ón y había una persona que me había guiado de alguna manera en el entendimie­nto de esos principios que involucran ese programa de rehabilita­ción. Pero dejaba de beber por unos meses y volvía a reincidir sufriendo todas las consecuenc­ias de ello: un sufrimient­o atroz cada vez que dejaba de beber hasta el punto de ir al hospital para que me suministra­ran suero y reconstitu­yentes.

Cada vez que me encontraba en esos estados deplorable­s le hablaba a esa persona que no sólo se había ganado mi confianza, sino que me había demostrado la aplicación de esos principios en su vida personal, y sucedía algo muy tremendo: mediante su palabra me explicaba de una manera muy sencilla los conceptos espiritual­es más profundos: la cuarta dimensión de la existencia en un mundo material.

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