El Heraldo de Chihuahua

Una generación de edición limitada

- Por José Luis García

La broma que una de mis hijas me hizo hace unos días logró arrancarme una verdadera carcajada; aunque ya había escuchado esa expresión varias veces y con distintas personas, esta vez fue o muy especial o muy oportuna… o ambas cosas. Y es que traté de recoger del piso los lentes que se me salieron de la bolsa de la camisa, cuando un sensible crujir de huesos me dobló unos momentos y, sin duda, también el dolor.

Como pude logré incorporar­me, más divertido que adolorido, porque de verdad tardé algunos minutos en ponerme de pie. La más pequeña de mis hijas se apresuró a ayudarme y entonces, también divertida con lo que estaba sucediendo me dijo algo así: “Papaaaaaa… cuídate papaaaaa… ¿qué no ves que ya no hay refaccione­s para ti?”. Y solté una risotada más.

Y es que recordé la vieja camioneta de mi papá, aquella Cheyene de la década de los 60´s (la clásica Chevrolet), que entre semana la usábamos para trabajar y los fines para el paseo familiar; pero en una ocasión, cuando le falló el motor, el mecánico (Nachito) le dio la mala noticia a mi padre: no hay refacción.

No es que la marca se haya descontinu­ado (hasta la fecha sigue y creo que seguirá): el problema es que, para el modelo de camioneta, ya era difícil conseguir piezas, sobre todo si se trataba de ediciones

limitadas; el punto es que mi papá salió del taller con un poco de preocupaci­ón porque estaba en riesgo el vehículo de trabajo y familiar con que contábamos.

Hubo que hacerle algunas adaptacion­es y asunto arreglado. Lo que pasó es que los nuevos modelos habían desplazado (como todo) a los antiguos y poco a poco empezaron a quedar en los talleres, cocheras de las casas o en manos de coleccioni­stas, que sí los hay.

Pero volviendo a la broma de mi hija… cuando me dijo que me cuidara porque para mi modelo no había refaccione­s, lo primero que pensé fue justamente en la edad y, en serio, lo difícil que es la recuperaci­ón de una lesión fuerte. Podemos perder agilidad, destreza, capacidad para determinad­as acciones… lo único que no vamos a perder es el sentido de pertenenci­a: pertenecer a una generación de edición limitada.

“¿Estas hablando en serio?”, me preguntó mi hermano menor, cuando me escuchó decir eso: una generación de edición limitada. Y entonces recordé varios temas con los que vivimos y convivimos en nuestra juventud y adolescenc­ia quienes hoy andamos entre los 50 y los 65 años de edad. Aclaro: no me siento viejo, pero ya no es lo mismo “Los Tres Mosquetero­s que 30 años después”.

¿Y por qué digo que somos una generación de edición limitada? Porque nos tocó vivir una época maravillos­a, llena de adrenalina, pero también de valores; una época cargada de emociones, pero también de respeto hacia nuestros mayores, en especial hacia nuestros padres y nuestros maestros. Somos una generación de edición limitada porque no enseñaron que el sacrificio es el medio para conseguir satisfacto­res.

Hay quienes dicen que para pertenecer a esa generación de edición limitada tuviste que haber vivido cuando menos diez cosas que, si la memoria no me falla, trataré de enlistar a continuaci­ón. Y todo empieza con el “si tuviste…”, “si viviste…”, “si viste…”

Si en vez de teléfono celular tuviste en tu casa ese pesado aparato verde, amarillo o negro con un disco lleno de agujeros y los números estampados en el fondo… ese teléfono tenía un único timbre, el clásico riiiing, riiiing..

Si guardabas silencio cuando tu papá o tu mamá te llamaban la atención por no hacer las tareas de casa, sobre todo los fines de semana; si te quedabas callado al momento de ser amonestado por llegar 20 minutos después de la hora permitida.

Si fuiste a las discotecas a bailar con tu novio o tu novia a las tardeadas en el Robin, La Posada del Rey, el Morelos o La Fuente y te emocionast­e con “El Vecino de Alicia”, “Fiebre de Sábado por la Noche”, o “If You Leave me now” y cantabas a grito abierto “Imagine”, “Town let me down” o “Yesterday”…

Si tuviste que trabajar para poder comprarte tus pantalones de campana, zapatos de plataforma, camisas sicodélica­s, tener un corte de cabello tipo Ringo Star y unos lentes al estilo de John Lennon, tener discos LP de 45 o 72 revolucion­es con todo y consola, o una radiograba­dora.

Si viste Bonanza, La Bruja Maldita, Perdidos en el Espacio, Tierra de Gigantes, Combate, los estrenos cada lunes de El Chavo del Ocho, la Carabina de Ambrosio… si tuviste que compartir el llano con tu madre viento Rina, Corazón Salvaje o Muchacha italiana viene a casarse…

Si tenías colección de cintas (casetes) donde grababas tu propia música del radio, sacaste la grabadora a la calle con tus cuates… si jugaste el bote volado, chinchilag­ua, el burro seguido, la rayuela, la botella, uno membruno, tres rolas y un fly… si pusiste piedras a media calle simulando una portería y jugaste al guanini en el barrio.

Si colecciona­ste muñecas de papel guardadas celosament­e en los libros de la primaria; si tuviste el juego de té más grande de las niñas de la calle donde vivías… si salías a jugar con todo mundo al lazo, trompo, canicas, yoyo, balero… si pusiste monedas en la vía del tren momentos antes de que los aplastara la locomotora…

Si tuviste una bicicleta Banana, un yoyo Duncan, ágatas, pelota de esponja, jugaste al topeca o al parque liga ligazo… si en Navidad estrenaste tenis blancos y abriste una bolsa llena de barrilitos y una naranja.

Si fuiste al matiné al Variedades a ver Chabelo y Pepito contra los Monstruos o te llevaron a pescar mojarritas a la presa Chihuahua… si lograste jugar al Atari, el juego que abrió la ventana a la diversión digital… si inaugurast­e el control remoto de la televisión… si usaste el teléfono celular que pesaba un kilo y medio.

Si fuiste obediente con tus padres y tus mayores, si no respondías con una grosería o un insulto cuando te regañaban… si fuiste a una escuela primaria, secundaria, prepa y universida­d públicas; si usaste brillantin­a y te pusieron alguna vez pomada de la Campana… si te regalaron una foto de la chica o el chico que te gustaba, si en Navidad enviaste una tarjeta postal.

Si tú lograste cruzar por todas esas y más cosas maravillos­as, entonces perteneces a una generación de edición limitada, una generación respetuosa, amorosa, trabajador­a, entregada a las causas nobles… una generación consiente y divertida, una generación de hombres y mujeres decididos y orgullosam­ente sensibles.

Por eso y por mucho más, yo sí creo que existe una generación de edición limitada. Sólo cuento cosas comunes… que tengas un extraordin­ario domingo en compañía de tu familia.

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