Comida para la vida eterna
Uno de los riesgos que corrió Dios al elegir salvarnos por medio de la encarnación de su Hijo, fue el que no fuera reconocido, que no se creyera en Él y que fuera rechazado.
Si bien es cierto que mucha gente creyó en Jesús, también lo es que otros no. Por ejemplo, sus parientes decían que estaba trastornado (Mc 3,21); los maestros de la ley decían que tenía dentro a Belzebú, príncipe de los demonios, con el cual expulsaba a los demonios (Mc 3,22); los gerasenos lo corrieron de su tierra (Mc 5,17); en casa de Jairo, jefe de una sinagoga, la multitud que se encontraba allí se burlaban de él (Mc 5,40); los escribas, fariseos y saduceos lo cuestionaban y le pedían señales con la intención de tenderle trampas (Mc 7,5; 8,11; 12,13.18-23); Pedro lo reprendió (Mc 8,33) y después se avergonzó de Él (Mc 14,6672); Jesús mismo anunció su rechazo (Mc 8,31; 9,31; 10,33). Y efectivamente, la incredulidad y el rechazo se hizo realidad (Mc 11,18.27-28; 12,12; 14,1.10-11.43-50; y bueno, todo el resto del relato de la pasión de Nuestro Señor). “Si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?” (Lc 23,31).
Difícil reconocer en un hombre, Jesús de Nazaret, al que es y existe desde siempre, desde el principio (Jn 1,1; Fil 2,6; Col 1,17), por el que fueron creadas todas las cosas (Jn 1,3; Col 1,16), al que se encarnó para salvarnos (Jn 1,14; Col 1,19-20). Y más difícil reconocerlo en un trozo de pan y un poco de vino eucaristizados.
Pero (y aquí les apuesto lo que quieran, porque está en juego mi destino eterno), si Jesús lo dijo, y sólo porque Jesús lo dijo, así es. Aunque no lo entendamos completamente, como los que lo escucharon de sus propios labios y se preguntaban: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” (Jn 6,52).
En la Eucaristía Jesús es el pan vivo, que ha bajado del Cielo, es decir, que se encarnó o asumió nuestra naturaleza humana, haciéndose uno de nosotros. Ha bajado como alimento que nos da vida, no biológica sino eterna, divina, su misma vida. Así lo insinúa ya desde su nacimiento cuando la Santísima Virgen lo colocó en un pesebre (Lc 2,7), en un comedero. El pan que nos da Jesús es su carne.
Esto es, que el alimento que nos da la vida verdadera es todo lo que aconteció desde la encarnación del Hijo de Dios, pasando por su nacimiento, por su infancia, por su estancia entre nosotros con todas sus enseñanzas y obras, culminando con su pasión, muerte, resurrección y su gloriosa ascensión a donde Él pertenece, y a donde retornó sin despojarse de nuestra naturaleza humana, sino llevando consigo nuestra carne redimida.
Todo esto es lo que nos da vida para siempre. Y que nosotros lo podemos hacer nuestro en forma de alimento en la Eucaristía. La Eucaristía es verdadera comida y bebida de salvación, capaz de levantarnos de la muerte para una vida totalmente nueva, resucitada, gloriosa. Sus efectos comienzan en esta vida temporal y culminan en la vida eterna, en el Reino de Dios. ¿Difícil de creer? Yo no me lo quiero perder. (CEDIC)