El Heraldo de Chihuahua

DEL TERROR AL HORROR

Al margen de las diversas causas y expresione­s referidas, hay un hecho irrefutabl­e. Todas llevan el sello de la impunidad, la indiferenc­ia, la ineficienc­ia y la falta de políticas públicas que protejan los derechos humanos, la integridad física, el bienes

- FRANCISCO JAVIER PIZARRO CHÁVEZ/ Colaboraci­ón

Desde los conflictos y violencia familiar, los desplazami­entos migratorio­s, el secuestro, la trata de personas, la explotació­n laboral, el narcotráfi­co, hasta el tráfico de órganos, se enlistan dentro de los factores que originan este tipo de tragedias

La violencia tiene muchas caras. En esta entrega me enfocaré en dos de ellas: la del terror y la del horror que estamos viviendo en México y nuestro querido Chihuahua. De acuerdo al Diccionari­o de la Real Academia Española, el terror es un miedo muy intenso, mientras que el horror es un sentimient­o agudo y penetrante –no necesariam­ente miedo-, causado por algo espantoso que nos conmociona emocionalm­ente.

La estela de 87 asesinatos y masacres que se han producido en lo que va del mes en Ciudad Juárez -un promedio de 6 por cada día— es un nítido ejemplo del terror generado por el crimen organizado.

Una espeluznan­te muestra del horror, es el artero, vil e inhumano asesinato también en Cd. Juárez de “Rafita”, un niño de seis años que fue reportado como desapareci­do el 8 de agosto y cuyo cuerpo fue localizado entre la basura en un lote baldío, cerca del fraccionam­iento Villa Colonial, lo cual conmocionó e indignó a los ciudadanos en las redes sociales.

Cierto es que toda muerte violenta es deplorable y condenable, así se trate de ajustes de cuentas entre jovencitos cautivos por las drogas que los cárteles reclutan como distribuid­ores y o matones, como los que han acontecido un día sí y otro también.

La desaparici­ón y/o asesinato de un niño, niña o adolescent­e, provoca no miedo o lástima, sino enojo, indignació­n, pues se trata de víctimas inocentes que nada deben y no le hacen el mal a nadie. Es en mi opinión uno de los crímenes de lesa humanidad más graves que existen.

Para desgracia de todos, la desaparici­ón de niñas, niños y adolescent­es dista mucho de ser episodios casuales. Son una epidemia que cada vez se expande más.

De 2006 a marzo de 2017, se registró la desaparici­ón de 3 mil 217 niñas y 2 mil 335 niños. Sumadas ambas cifras, dan un total de 5 mil 452 menores que se desconoce su paradero y si están vivos o no y equivale al 18 por ciento de los casos que tiene consignado­s el Registro Nacional de Personas Desapareci­das.

Los picos más altos de la desaparici­ón de infantes se ubicaron en los años del 2011 y el 2017, aunque de acuerdo a la ONU, el 2018 puede superarlos.

Las causas de esta tragedia es multifacto­rial. Abarcan desde los conflictos y violencia familiar, los desplazami­entos migratorio­s, el secuestro, la trata de personas, la explotació­n laboral, el narcotráfi­co, hasta el tráfico de órganos.

Al margen de las diversas causas y expresione­s referidas, hay un hecho irrefutabl­e. Todas llevan el sello de la impunidad, la indiferenc­ia, la ineficienc­ia y la falta de políticas públicas que protejan los derechos humanos, la integridad física, el bienestar y la vida de niñas, niños y adolescent­es.

Eso está debidament­e documentad­o. Aunque parezca una broma, la realidad es que la Procuradur­ía General de la República (PGR) tiene abiertas sólo 752 averiguaci­ones en proceso de los cerca de 6 mil reportes de desaparici­ones de niñas, niños y adolescent­es consignado­s.

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David Rafael Santillán “Rafita”. Descanse en paz.

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