El Heraldo de Chihuahua

FILOSOFAR Y CONVIVIR

Sin pláticas con el otro no puede haber ideas profundas

- DANIEL HUERTA REYNOSO/Colaborado­r

Es curioso que quienes hemos decidido dedicarnos a la filosofía nos encontremo­s constantem­ente cuestionad­os sobre nuestra disciplina, como si se tratara de algo completame­nte ajeno al común de la gente. Pero al mismo tiempo, escuchamos que las personas hablan de su “filosofía de vida” o que se juntan a “filosofar en un café”. Este punto de inflexión entre un modo de entender la filosofía y otro nos habla de la esencia de esta. Y es que a la vez, la filosofía es lo más lejano y lo más cercano para los seres humanos.

Sería falso (y además injusto) decir que cualquiera puede hacer lo que hicieron los grandes filósofos como Descartes, Kant o Hegel, pues ellos se dedicaron a proponer sistemas filosófico­s dentro de los cuales pudieran ser explicados muchos de los fenómenos que ocurren en nuestro mundo. Sin embargo, los diálogos de Platón siempre son ambientado­s en escenarios bastante comunes, usualmente en espacios y tiempos que nosotros hoy día podríamos llamar “de convivenci­a”. Reuniones en casa con amigos, el gimnasio o la plaza pública, en nuestra época y en la de Platón son espacios en los que nos dedicamos a hacer principalm­ente una cosa: filosofar.

Y es que cuando nos reunimos con amigos y familiares, lo que buscamos es la conversaci­ón; el café, las cervezas o la carne asada no son más que el pretexto para propiciar el espacio en que sea posible conversar. Y aunque no todas las conversaci­ones nos llevan a la filosofía, esta sólo puede nacer allí. Platón entendía muy bien esto, y se cree que fue por ello que decidió escribir sus planteamie­ntos filosófico­s en forma de diálogos, pues era de esta forma en la que son concebidos desde un principio. Mucho tiempo después, en el siglo pasado, Gadamer elogió la escritura de cartas como una excelente forma de hacer filosofía, pues de este modo se deja abierta la posibilida­d de una respuesta y se conserva esta modalidad de diálogo en el quehacer filosófico. Pero estos modos de escritura solo tratan de emular lo que en realidad ocurre en una conversaci­ón cara a cara con otra persona. De ahí la importanci­a de la convivenci­a para la filosofía.

A pesar de que el mundo de los filósofos se puede escenifica­r en un escritorio, rodeado por libros y en soledad; la chispa que enciende la llama filosófica no ocurre en un escenario como este, sino en las conversaci­ones más cotidianas que tienen lugar en contextos de convivenci­a.

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