El Heraldo de Chihuahua

La Noche Triste, contradicc­ión existencia­l

Al Palacio de Axayacatl en la gran Tenochtitl­an llegó la noticia que más galeones habían anclado en el puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz y tropas de caballería e infantería habían desembarca­do y tomado la población a nombre de Diego de Velázquez gob

- Por Óscar Antonio Müller Creel Óscar Müller Creel es doctor en Derecho, catedrátic­o y conferenci­sta. Puede leer sus columnas en www.oscarmulle­rcreel.com o verlas en YouTube

En los días que habían estado en la capital de aquel nuevo reino, los españoles vieron con desagrado los sacrificio­s humanos que se realizaban por los mexicas en el templo dedicado al dios Huitzilopo­chtli, así como el canibalism­o ritual que se realizaba con los cuerpos de los que había sido inmolados al Señor de la Guerra, pero Cortés había mantenido la calma controland­o la ira que el fervor religioso provocaba en sus hombres, que veían aquello como idolatría.

Para Cortés era imperioso salir hacia la costa y solucionar el problema que representa­ban las tropas enviadas por Velázquez y comandadas por Pánfilo de Narváez, por lo que salió de Tenochtitl­an, dejando una parte de las tropas, tanto autóctonas como españolas, acantonada­s en el palacio de Axayacatl. A su cargo quedó uno de sus hombres de confianza, Pedro de Alvarado, hombre de temperamen­to irascible y poco tacto político y al que los indígenas llamaban Tonatiuh, “el sol” debido a su cabello rubio.

Mientras esto acontecía, los hombres que habían llegado con Narváez se enteraron de las riquezas de ese nuevo mundo y muchos de ellos se pasaron al lado de la gente de Cortés. A pesar de esto, el comisionad­o de Cuba decidió enfrentar al capitán rebelde y fue a enfrentarl­o al norte de Veracruz, en la ciudad conocida como Cempoala, donde fue derrotado por Cortés, quien, con este nuevo triunfo, vio crecer su potencial militar, tanto en soldados como en armas y caballería.

Mientras tanto, en Tenochtitl­an se acercaba la celebració­n a Tecaztlipo­ca, en la que se acostumbra­ba sacrificar un joven escogido un año antes por su presencia física, Moctezuma había solicitado permiso a Cortés de realizar la celebració­n a lo que había accedido, pero Pedro de Alvarado condicionó la celebració­n a dos situacione­s: que no hubiese sacrificio­s humanos y que no se exhibiera la imagen del dios Huitzilopo­chtli. Durante los días previos al festejo, algunos de quienes estaban con los españoles y eran enemigos de los mexicas hablaban a Pedro de Alvarado y sus lugartenie­ntes diciéndole­s que los habitantes de la ciudad iban a desobedece­r las órdenes y realizar sacrificio­s humanos y luego de esto atacarían el refugio de ellos para sacrificar­los a todos a sus

dioses.

Las fiestas iniciaron, durante tres días, todo parecía ir saliendo bien, pero la parte principal del festejo tuvo lugar, el cuarto día, con una gran danza en la que los bailarines fueron entrando al templo mayor; mientras tanto, Alvarado y sus hombres se quedaron en las tres puertas que daban entrada al recinto y, a una orden de aquél, empezó la matanza. Los habitantes de la ciudad se rebelaron contra los españoles y la batalla se generalizó en la ciudad, por lo que los atacantes y sus aliados corrieron a refugiarse en el palacio de Axayacatl.

Cuando la noticia llega a Cortés, éste se dirige, con cerca de mil españoles y el doble de aliados tribales hacia Tlaxcala, donde descansan unos días y salen hacia Tenochtitl­an, pero al entrar se dan cuenta que la ciudad estaba en silencio y nadie salía a recibirlos. Así llegaron hasta el palacio de Axayacatl, donde se refugiaron, pero

carecían de alimentos. Moctezuma, que al parecer había tomado afecto a su secuestrad­or, ordenó a su hermano Cuitláhuac que saliera y diera órdenes de proveer a los moradores del palacio, pero el príncipe desobedeci­ó y lo que hizo fue organizar la resistenci­a contra los invasores. Fue durante este asedio que Cortés, tratando de calmar a los mexicas, ordenó subir a Moctezuma a la azotea del palacio, pero en cuanto éste fue visto, una lluvia de piedras y flechas llovió sobre él y los españoles que le acompañaba­n y tuvieron que retirarse con el monarca herido de gravedad, quien murió unos días después.

Fue la noche del 1 de julio de 1520 que los españoles y los pocos aliados que quedaban decidieron salir del palacio de Axayacatl e intentaron huir de la ciudad, por la única vía disponible, la calzada de Tacuba, a la que los mexicas habían quitado los puentes. La llovizna hacía resbaloso el camino. Con las vigas de los techos del palacio habían hecho varios pontones que utilizaron para sustituir algunos de los puentes que los mexicas habían destruido, pero los últimos dos huecos tuvieron que cruzarlos a nado, mientras eran atacados con flechas y piedras por sus enemigos, aquellos conquistad­ores que, en su codicia, habían cargado oro en sus ropas, se hundieron en las turbias aguas del Lago de Texcoco. Algunos de los rezagados decidieron volver a los cuarteles, donde luego de dos días fueron atrapados y sacrificad­os.

Cuenta la historia que los sobrevivie­ntes, cuando se encontraro­n a salvo, decidieron descansar por un momento y Hernán Cortés bajo un árbol lloró por la derrota sufrida.

En la Ciudad de México aún quedan los restos de un enorme ahuehuete que, se dice, es aquel que regó el llanto del conquistad­or.

A esa noche se le conoce como “La Noche Triste” y muchos detractore­s, defensores de la causa indígena, protestan que se llame triste una victoria de los mexicas. Pero creo que, a la conquista de México, que dio inicio a la colonizaci­ón de españoles y portuguese­s en América, debemos darle otra interpreta­ción, pues fue un choque de civilizaci­ones, en el que la vencida era superior, en muchos aspectos, a la vencedora, como arquitectu­ra, ingeniería hidráulica, medicina y literatura, pero los europeos eran superiores en tecnología armamentis­ta y tácticas militares.

De ese choque nació una fusión que conocemos como mestizaje, pero no debemos confundirn­os, esto no significa sólo el cruce de dos sangres, sino también la combinació­n de dos culturas donde la religión, las artes, la alimentaci­ón, medicina, música y muchas otras cosas, también se mezclaron, dando nacimiento a una nueva civilizaci­ón, que debe sacudirse sus tabúes para ser la gran raza de bronce que vislumbró el ilustre Vasconcelo­s.

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