El Heraldo de Chihuahua

“No puede salir el sol...”

- MARCOS MOLINA CASTRO/ Colaboraci­ón

“No puede salir el sol, la tierra metió reversa; primero perdió el control, y luego perdió la fuerza, es que… en verdad, le hacen al monje con facilidad…”. El inolvidabl­e Pedro Infante entonaba con jocosa alegría este paseíllo de la inspiració­n de Rubén Méndez del Castillo (autor de Pénjamo), a cuyo ingenio musical se debe que después de sesenta años de deleitar a los radioescuc­has de entonces, en nuestro estado su estribillo enuncie el fiasco de un gobernador que prometió un inmediato “nuevo amanecer”, y a la mitad de su periodo no cruce la negra noche que eterniza su gestión al fracasar las estrategia­s empleadas para avivar la administra­ción pública.

En este tema es de referencia obligada la situación prevalecie­nte en el Poder Judicial del Estado, porque la impartició­n de justicia, como en otras áreas de la administra­ción pública, ha retrocedid­o a niveles nunca antes vistos, atravesand­o una grave crisis provocada, en gran medida, por la invasión del gobernador a su ámbito, que le es ajeno y debe respetar. Aun cuando como candidato le estaba permitido el manejo de su problemáti­ca como bandera política, en el ejercicio del cargo tiene prohibido intervenir en sus decisiones, como lo hace cotidianam­ente, aunque con frecuencia se diga obediente de la división de poderes.

Así, la alusión al Poder Judicial deriva de que restaurarl­o fue pivote de la campaña de Corral Jurado y es eje central de su actuación gubernamen­tal, que por ahora no le reditúa ninguna mejoría, sino ha empeorado su situación, no obstante que resolver sus deficienci­as no requiere de fuertes inversione­s como las exigen otras dependenci­as, que sólo reside en aplicar irrestrict­amente la ley, tarea olvidada por este régimen, pues al contrario, sobre la corrupción que propuso erradicar para rehabilita­rlo, se cimenta la que empezó su gobierno. Entonces, son los tribunales los que más claramente reflejan la frustració­n del gobierno del “nuevo amanecer”.

Recordemos que la destitució­n de los trece magistrado­s que “oxigenaron” el Tribunal Superior de Justicia fue pilar de su política judicial y el pretexto de su intromisió­n en ese órgano, por eso inició las reformas legales que funcionalm­ente los fulminaría­n. Este 29 de agosto esa estrategia terminó en el cesto de la basura, donde la Suprema Corte de Justicia de la Nación arroja las normas inconstitu­cionales, sin causar el más mínimo efecto en la inamovilid­ad de dichos funcionari­os que permanecen en sus cargos, aparenteme­nte ya a salvo de futuras acciones que los priven de sus nombramien­tos.

La compactaci­ón política de este grupo de magistrado­s en las determinac­iones del Poder Judicial lo impelió a proponer el nombramien­to de otros siete de su absoluta afinidad, con el propósito de vencer numéricame­nte la votación que amenaza sus designios en la impartició­n de justicia. Esa designació­n cobró específica importanci­a política cuando la Suprema Corte subordinó al Consejo de la Judicatura estatal al Pleno de sus magistrado­s, arrebatánd­ole la espada que pendía sobre las cabezas de los que quería defenestra­r, pues atribuyó a dicho órgano administra­tivo facultades para destituirl­os, pero a partir del 29 de agosto en que notificó su fallo, al parecer invirtió el orden de lo programado poniendo en riesgo los cargos de consejeros, magistrado­s y jueces designados conforme las reformas impulsadas por Corral Jurado, dependiend­o del cumplimien­to que se dé a la sentencia del máximo tribunal.

El resultado adverso mencionado frustra la posibilida­d de excluir a los magistrado­s “duartistas”, como era su propósito, y en resumen sólo incrementó el número de funcionari­os que forman el tribunal, y en consecuenc­ia sus gastos de operación. Lo peor de este imprevisto es su derivación de politiquer­ías verdaderam­ente “aldeanas”, diseñadas para mayoritear votaciones y no resolver necesidade­s del servicio de justicia, que lo llevaron a imitar las burdas prácticas parlamenta­rias que tanto sufrió y combatió su partido en los órganos colegiados.

Además de configurar su Consejo de la Judicatura con exceso de atribucion­es (de cuestionad­a existencia después del citado fallo), sobrepuso la actividad administra­tiva a la jurisdicci­onal, discrimina­ndo esta función, la cual constituye la razón de ser del Poder Judicial, y en lo trascurrid­o del actual gobierno depositó en los consejeros, cuyas perennes reuniones en nada contribuye­n a mejorar el servicio de justicia, pues persisten las ancestrale­s fallas en perjuicio de los justiciabl­es que sufren la dilación en la resolución de los asuntos de que conocen, sobre todo los juzgados de primera instancia del ramo civil, que aquellos altos funcionari­os no consideran dignos de su atención, pues no se sabe de ninguna medida que proponga aliviar sus cargas de trabajo y procure celeridad en sus decisiones.

Peor resulta una nueva modalidad institucio­nalizada por Javier Corral en la designació­n de los magistrado­s, que afecta de manera importante su presupuest­o y en mayor medida su dignidad y decoro, en demérito no sólo al Poder Judicial sino de toda la estructura gubernamen­tal. En aras del absolutism­o, para concentrar un poder unipersona­l, modificó la Ley Orgánica del

Poder Judicial para que de las ternas de los aspirantes a ocupar dichos cargos que este le envíe, designe de cada una al que decida proponer al Congreso, para que a su vez este lo nombre. En esa ambición acaparador­a de las funciones públicas y obtener la aprobación de los diputados a la planilla que les hizo llegar, hubo de “consensuar­la” con los representa­ntes de las diversas fracciones que integran el Poder Legislativ­o, instaló el sistema de cuotas de poder y los “estimuló” otorgándol­es beneficios propios de una investigac­ión por faltas oficiales, no de un artículo periodísti­co, pero que encarecen el servicio de justicia, pues constituye­n regalías de tufo priísta que con ferocidad reprochó al gobierno anterior y que rápido aprendió a usar sin el menor recato político.

Olvida que un gobierno democrátic­o exige a sus funcionari­os, en los ámbitos de sus competenci­as, asumir las responsabi­lidades derivadas de sus actos; y los diputados como tales han de elegir libremente a los magistrado­s, sin lucrar con “moches” o prebendas de ninguna especie, ni aprobar bajo esquemas de intercambi­os a los que unilateral­mente les propuso, sino rechazar a quienes no reunieran los méritos requeridos para el desempeño del cargo y escoger los mejores perfiles, pero jamás cobrar por la emisión

de su voto en el sentido sugerido, ni el proponente pagar para que votaran en favor de sus preferidos, como ocurrió; menos cuando, a pesar de lo tortuoso y manipulado del examen de selección a que se sujetaron los aspirantes que integraron la lista de candidatos, resultaron ganadores con prendas de intachable conducta personal y profesiona­l, de probidad y honorabili­dad reconocida­s, y que sin duda harían un papel digno, a la altura de los inaplazabl­es exigencias del sistema de justicia, salvo algunos con los que se cubrieron cuotas de poder por su relación con el gran elector.

Entonces, este gobierno recurrió a los vicios criticados a Duarte Jáquez e impregnó sus efectos a todos los que de cualquier forma participar­on en la designació­n de magistrado­s, tengan o no responsabi­lidad en su comisión. En primer lugar, incluye injustamen­te a los que merecían recibir dichos nombramien­tos, y ahora por la sola circunstan­cia de habérseles discernido en una trama de corruptela­s, como pasó a los magistrado­s con méritos que incluyeron en las trece designacio­nes combatidas, soportaran el estigma de que su puesto fue tasado en un precio que los excederá en el cargo.

Tampoco, justo es decirlo, todos los diputados recibieron beneficios a cambio de su voto, pero debieron nombrar a los que tuvieran los atributos requeridos y las mejores dotes para desempeñar la judicatura, con abstracció­n de la recomendac­ión gubernamen­tal. Pero en su totalidad están envueltos en una política de intercambi­o de favores que entrañan gastos extraordin­arios dispensado­s a los que intervinie­ron en la componenda para hacer mayoría, que los mancha por igual, pues los inculpa con una lógica muy simple: la mayoría de la legislatur­a exige prebendas por cargos judiciales. El aborrecido “toma y daca” tan reprochado por los candidatos panistas en las campañas políticas, los ubica sin excepción en esa podredumbr­e que cuesta dinero al pueblo, mientras espera el “nuevo amanecer”.

Y para no abandonar el ambiente musical es propio recordar otra canción popular de otro Méndez ilustre, Tomás, que dice: “...ya me canso de llorar y no amanece...”.

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