El Heraldo de Chihuahua

Buzón privado

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La corrupción prevalece en cada situación de la vida cotidiana, mucha gente se queja de que existe un ambiente de podredumbr­e en la clase política, sin embargo, ¿qué tan dispuesta está la sociedad a emprender un cambio de cultura, de idiosincra­sia, más allá de quienes gobiernan, del ciudadano?

Cuando observamos una conducta inadecuada, ¿cuál es nuestra reacción? ¿De rechazo, de apoyo o simplement­e de indiferenc­ia? Esa simple respuesta puede ser la clave para que a este país le vaya mejor, porque si bien es cierto que se debe pugnar y exigir a las autoridade­s que sean honestas, que sean eficientes, mientras el ciudadano común no asuma la misma responsabi­lidad, nada va a cambiar.

Faltar al trabajo con mentiras, abusar de un espacio para discapacit­ados, arrojar basura a la calle, pasarse la luz del semáforo en rojo, dar soborno a un oficial para evitar una sanción, forman parte de la cotidianei­dad mal entendida en nuestra sociedad. Al menos para una gran parte.

Exigir implica, además, una gran responsabi­lidad, pues no sólo se debe buscar que los demás hagan bien las cosas, sino empezar por uno mismo y tratar de incidir en los demás, principalm­ente en los hijos, que son reflejo de nuestra conducta.

Este regreso a clases se ha visto alterado porque los casos de abuso escolar o bullying han sido difundidos por la Policía Municipal en sus reportes diarios, no es que nunca se hubieran presentado, es que ahora se da cuenta de ellos.

Ahí se pueden leer casos tristes como el de un niño que amagó a otro con un arma punzocorta­nte para quitarle su dinero, también se informó de un alumno de primaria que nunca fue recogido al salir de clases, así como otros pleitos al interior de los planteles.

A la par, la queja constante por parte de padres de familia, porque resulta que ahora en las escuelas lo más común es que “pierdan” las cosas, a diario llegan los menores sin lápiz, sin colores, sin el dinero para recreo, porque de manera insólita les fueron sustraídos de la mochila.

Puede parecer anticuado, pero no hace más de dos décadas, el que se “perdieran” las cosas en el salón implicaba una investigac­ión que muchas veces terminaba en: “Voy a cerrar los ojos y quiero (el objeto perdido) sobre mi escritorio”; o bien: “De aquí nadie sale hasta que aparezca”.

Los casos de robo eran tratados como tal, como faltas graves, porque un niño debe entender desde etapas tempranas que robar es malo.

Golpear a los demás también exigía una sanción superior, los picapleito­s de la primaria, siempre terminaban expulsados de la institució­n. Hoy no se pueden tratar así los casos, ciertament­e ameritan atención especial, pero nunca habrán de cambiar las cosas si desde casa no hay una verdadera y real intención de mejorar.

Como estos casos podríamos enumerar miles, sólo forma una mínima parte de ese tan anhelado cambio que hoy exigimos con vehemencia en los demás.

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