Fe, sincera o por costumbre
Después de escuchar y meditar durante varios domingos el capítulo 6 de San Juan, el capítulo del Pan de Vida, este domingo retomamos el Evangelio de San Marcos, y nos topamos con que Jesús entra en diálogo con los fariseos quienes quieren discutir con él.
El punto central de esta discusión es el tema de la pureza. Para los fariseos es una “pureza” meramente legal, que se desprende del cumplimiento estricto de la Ley.
Con el paso del tiempo el pueblo de Israel se fue alejando de la razón de ser de la Ley, que era acercar al hombre con Dios, a través de mandatos, preceptos, leyes y rituales que aseguraban tanto una pureza interior manifestada en lo exterior.
Pero los israelitas, y propiamente los judíos en tiempos de Jesús se quedaban solamente con lo exterior. Por eso cumplir con lo exterior como eran las abluciones, purificaciones o lavados era lo más importante y no hacerlo era considerado un escándalo y un pecado.
Jesucristo hace ver a los fariseos y a los escribas, que la tradición de sus mayores se queda en lo exterior. En honrar a Dios sólo con los labios, pero con el corazón lejos de él. Y se aferran a las tradiciones de los hombres. Aquí creo que es conveniente ver y analizar nuestra vida de fe. ¿Nosotros la hemos reducido también sólo a un mero cumplimiento de ritos y mandatos? Nuestra participación en misa o demás sacramentos, ¿es sincera y por fe, o sólo por costumbre y tradición?
Por otra parte, lo que hace impuro al hombre no es lo que viene de fuera al interior, sino lo que sale del corazón hacia fuera. Eso es lo que verdaderamente mancha la vida.
La enseñanza que este pasaje evangélico nos brinda, es que hay que procurar mantener limpio y puro el propio corazón. No por una “pureza” legal y de cumplimiento, sino por una sincera relación con Dios y con los hermanos basada en la verdad, la fe, el amor y la bondad.
Reflexionemos en lo que está en nuestros corazones y los mancha. Recordando las tardes de aseo en el seminario, viene a mi mente los recuerdos de manchas o suciedades que eran difíciles de limpiar o quitar. Manchas aferradas que necesitaban de químicos fuertes para ser eliminadas.
El Señor Jesucristo nos ha dejado el sacramento de la reconciliación para poder así limpiar y purificar nuestro corazón. ¡Acércate a la confesión! Hay que mantenernos en gracia para vivir la verdadera pureza que Dios quiere de nosotros. (CEDIC)