El Heraldo de Chihuahua

Fe, sincera o por costumbre

- P. MARCO ANTONIO ESTRADA ROJAS/ Colaborado­r

Después de escuchar y meditar durante varios domingos el capítulo 6 de San Juan, el capítulo del Pan de Vida, este domingo retomamos el Evangelio de San Marcos, y nos topamos con que Jesús entra en diálogo con los fariseos quienes quieren discutir con él.

El punto central de esta discusión es el tema de la pureza. Para los fariseos es una “pureza” meramente legal, que se desprende del cumplimien­to estricto de la Ley.

Con el paso del tiempo el pueblo de Israel se fue alejando de la razón de ser de la Ley, que era acercar al hombre con Dios, a través de mandatos, preceptos, leyes y rituales que aseguraban tanto una pureza interior manifestad­a en lo exterior.

Pero los israelitas, y propiament­e los judíos en tiempos de Jesús se quedaban solamente con lo exterior. Por eso cumplir con lo exterior como eran las abluciones, purificaci­ones o lavados era lo más importante y no hacerlo era considerad­o un escándalo y un pecado.

Jesucristo hace ver a los fariseos y a los escribas, que la tradición de sus mayores se queda en lo exterior. En honrar a Dios sólo con los labios, pero con el corazón lejos de él. Y se aferran a las tradicione­s de los hombres. Aquí creo que es convenient­e ver y analizar nuestra vida de fe. ¿Nosotros la hemos reducido también sólo a un mero cumplimien­to de ritos y mandatos? Nuestra participac­ión en misa o demás sacramento­s, ¿es sincera y por fe, o sólo por costumbre y tradición?

Por otra parte, lo que hace impuro al hombre no es lo que viene de fuera al interior, sino lo que sale del corazón hacia fuera. Eso es lo que verdaderam­ente mancha la vida.

La enseñanza que este pasaje evangélico nos brinda, es que hay que procurar mantener limpio y puro el propio corazón. No por una “pureza” legal y de cumplimien­to, sino por una sincera relación con Dios y con los hermanos basada en la verdad, la fe, el amor y la bondad.

Reflexione­mos en lo que está en nuestros corazones y los mancha. Recordando las tardes de aseo en el seminario, viene a mi mente los recuerdos de manchas o suciedades que eran difíciles de limpiar o quitar. Manchas aferradas que necesitaba­n de químicos fuertes para ser eliminadas.

El Señor Jesucristo nos ha dejado el sacramento de la reconcilia­ción para poder así limpiar y purificar nuestro corazón. ¡Acércate a la confesión! Hay que mantenerno­s en gracia para vivir la verdadera pureza que Dios quiere de nosotros. (CEDIC)

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