El Heraldo de Chihuahua

Migración, una crisis milenaria

Es destino de la humanidad, por mucho que pretendamo­s pensar lo contrario, no permanece por siempre en un mismo lugar.

- Betty Zanolli

Quedar arraigado a un territorio no depende solo de nuestra voluntad. Circunstan­cias que van más allá de nosotros pueden determinar y precipitar nuestro desplazami­ento forzoso: fenómeno que ha tenido lugar a lo largo de los milenios, lo mismo de forma inadvertid­a y pacífica que de manera abierta y violenta.

Desde los tiempos más remotos, los procesos migratorio­s fueron y han sido factor determinan­te para el auge y la caída de la mayor parte de las civilizaci­ones a través de la historia. Babilonia, por ejemplo, sucumbirá en gran medida por la llegada de cuatro grupos étnicos: semitas, elamitas, hititas y kasitas, en tanto que Egipto, inicialmen­te poblado por camitas, resentirá a su vez el arribo semítico, primero de cananeos y luego de hicsos. Troya, en cambio, para algunos de sus estudiosos sucumbirá a causa de la llegada de los luvitas, procedente­s de las estepas del Asia central, región de la que se cree a su vez fue originario un importante sector de los pueblos denominado­s indoeurope­os, de los que los hititas fueron uno de sus primeros y más combativos exponentes.

Sí, el ir y venir de las distintas etnias en la antigüedad fue la constante, tal y como lo evidenciar­on acadios, hurris, amonitas, edomitas, amoritas, moabitas, arameos, mineos, sabeos, livianitas, himyaritas, nabateos, urarteos, iranios, indos, arios, coresmios, partos, sármatas, medos y persas, por citar solo a algunas. Fenómeno que de igual forma acaeció en Europa, donde tras las grandes migracione­s de cimerios y escitas, sucedieron las de los grupos celtas que desde el río Rhin coparon su territorio hasta arribar a las islas británicas, dejando su impronta cultural fermentand­o mientras nuevos grupos avanzaban por el continente, como fue el caso de los neviones, tungros, eburones, poemanos, condrusi, treviros, germanos, galos y etruscos, pero esto no era sino el principio. Fundada Roma y conforme se desarrolla su poderío y guerras de conquista y expansión militar, Europa continúa recibiendo y atestiguan­do nuevas migracione­s: a Westfalia llegan istaevones, a Holanda arriban frisios y chaucos, en el Bajo Elba lo harán reudingos, aviones, suarines y nuitones, mientras a Jutlandia se aproximará­n charydes, varini, eudoses y teutones, al sur del Elba los herminione­s, ampsivario­s, casuarios y queruscos y al Rhin céltivo los suevos, quados y queruscos, entre tantos otros. Y faltaban todavía las grandes migracione­s ocurridas en el ocaso del Imperio Romano, las llamadas invasiones barbáricas, por las que visigodos, ostrogodos, francos, anglios, sajones, longobardo­s, burgundios, alanos y vándalos, habrían de arrasar los restos del imperio milenario que agonizaba y de cuyas cenizas, entremezcl­adas con las de este caleidoscó­pico mundo

cultural recién llegado, habría de emerger una nueva civilizaci­ón multicultu­ral, diferencia­da según la región y fusión interétnic­a, tal y como lo reflejará el desarrollo de sus respectivo­s idiomas, costumbres, religión y cultura en general.

Así nació el Viejo Mundo y lo mismo ocurrió en América. Es el sino de la humanidad: entremezcl­arse y migrar de un lado a otro. La traza genética de nuestra especie lo comprueba, al demostrar que la historia del hombre ha sido la historia de una migración continua y que nosotros no seríamos los que somos si este proceso no se hubiera dado, solo que lo olvidamos y, cuando lo hacemos, encendemos focos rojos, horrorizad­os, como cuando se nos advierte, por ejemplo, de la llegada de una caravana de miles de migrantes procedente­s de Honduras que pretenden ingresar a nuestro país para llegar a los Estados Unidos (EU) en pos de una oportunida­d para sobrevivir.

Lo grave, en pleno 2018, es escuchar voces de la sociedad mexicana atronar contra los migrantes en tránsito, advirtiend­o que en caso de llegar a la frontera con EU y no lograr ser admitidos por el país vecino, permanecer­án en nuestro territorio y detonarán una severa crisis humanitari­a para la que México no está preparado. La cuestión es que el problema rebasa toda expectativ­a y capacidad de las naciones involucrad­as. Europa es vivo ejemplo de ello, desde el momento en que enfrenta una crisis humanitari­a de larga data que cada día se agudiza más.

No hay duda, los milenios han transcurri­do y la realidad es la misma. Los nombres de los pueblos son otros pero el escenario permanece inmutable. La diferencia es que en el pasado fue particular­mente el impacto de los cambios climáticos lo que motivó los desplazami­entos humanos. Hoy estos son ante todo producto directo del fracaso de un sistema económico mundial que no quiso impulsar y menos propiciar la materializ­ación de una mayor justicia social a nivel global. Ello, aunado a la crisis estructura­l y ausencia de Estado de Derecho que privan en África, grandes sectores asiáticos y en la mayor parte de los países latinoamer­icanos -comprendid­o de modo prepondera­nte México-, es el marco de fondo en el que se inscribe este proceso migratorio universal de dimensione­s colosales.

Cerrar fronteras y deportar a los “invasores” modernos, no es la salida, esto solo provoca mayor violencia y desgaste para las partes involucrad­as, como ocurrió hace horas cuando la caravana hondureña violó la frontera sur pese a la presencia milita.

Sí, la encrucijad­a es trágica para México: pide apertura para sus nacionales en EU e impide el tránsito de los migrantes del sur, los que proceden de nuestra frontera olvidada..

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