DONDE LA LÍNEA SE CONVIERTE EN RÍO
Las políticas migratorias han convertido al suroeste norteamericano en una tierra de criminales y un sembradío de cadáveres
Ese joven médico tenía una
cita relacionada con su profesión en California y se trasladó de Chihuahua a la ciudad de El Paso para tomar un avión. Dado que su internamiento a EU era por tierra, necesitaba obtener de las autoridades migratorias un permiso, por lo que acudió a uno de los cruces fronterizos en El Paso, Texas, donde se llevó una desagradable sorpresa: a pesar de llevar todos sus documentos en orden, el oficial de Migración le exigió presentase un comprobante de su domicilio en México, rehusándose a ver los papeles que llevaba si no le exhibía lo que él exigía; a pesar de que le explicó cuál era el motivo de su viaje y que de no tener el permiso perdería además el costo del avión, el guardia se mostró inflexible y le echó con cajas destempladas.
Al ir saliendo de las oficinas, pensó que tal vez pudiera imprimir alguno de los comprobantes de domicilio que tenía en la memoria de su móvil, por lo que preguntó a otro oficial migratorio dónde podría realizar una impresión, el oficial curioso le preguntó cuál era su urgencia y le explicó lo que había pasado y luego de conocer la actitud de su compañero, le dijo pretendiendo justificar: “Es que este tipo es muy negativo”.
Fue necesario imprimir los documentos y de ahí trasladarse a la oficina migratoria de otro cruce, en ésta el oficial le preguntó sobre cuál era el motivo por lo que viajaba, el lugar donde estaría y le pidió comprobante de sus ingresos en México, luego de tener esa información le autorizó el permiso, sin mayor trámite.
¿Cuál es la explicación -que no justificación- del trato prepotente, desconsiderado y falto de criterio del primer oficial que se negó a escuchar o ver los documentos?
Como habitante de la frontera entre
ambos países, he tenido que solicitar ese permiso en innumerables ocasiones y una de cada dos veces, me he encontrado con oficiales de Migración que tienen esa actitud majadera y prepotente, que muy mal habla sobre los funcionarios públicos de ese país.
Tal vez la explicación a esto se encuentre leyendo el libro de Francisco Cantú, un joven norteamericano de ascendencia mexicana de tercera generación, que decidió unirse a la Patrulla Fronteriza en el sano afán de ayudar a su país a controlar las fronteras. Luego de cuatro años dentro de dicha corporación, prefirió renunciar y se dedicó a estudiar una maestría y, en sus estudios y reflexiones, ha tratado de encontrar la explicación a la transformación que, como ser humano, fue sufriendo en el tiempo que trabajó para esa institución.
Relata las experiencias más fuertes que vivió en su labor como vigilante de la frontera, sus encuentros con los migrantes que trataban de cruzar el desierto inhóspito y los cadáveres de aquellos que no habían logrado sobrevivir, además de lo que sucede en el mundo del tráfico de drogas y de la trata de personas, actividades que son parte del diario vivir en la fron- tera con México.
Describe también las pesadillas que interrumpían constantemente su sueño y en las que situaciones traumáticas vividas en su trabajo se convertían en alucinaciones oníricas que le despertaban con una sensación de terror en su espíritu y un sabor a hiel en su boca.
En sus reflexiones menciona que el haber construido cercas y poner más vigilancia en las ciudades fronterizas no redujo el flujo de indocumentados, sólo lo llevó a lugares más inhóspitos y difíciles y, con eso, también a los agentes de la Patrulla Fronteriza, quienes tienen que vivir experiencias terribles al ver el sufrimiento y muerte de quienes tratan de cruzar los desiertos y las montañas y describe cómo estos agentes se van deshumanizando, al tener que hacerse duros ante ese sufrimiento.
Pero además el llevar el flujo migratorio a aquellos terrenos se llevó también al crimen organizado que ha aprendido a lidiar con la tierra inhóspita y han convertido a las personas en animales de carga para su contrabando y mercancía que manejan con el terror y la extorsión.
Las políticas migratorias han convertido al suroeste norteamericano en una tierra de criminales y un sembradío de cadáveres. Cantú relata las cifras que se presentan en el cada vez más creciente número de personas. Menciona que los migrantes solían cruzar en las ciudades como Nogales o El Paso, pero levantaron cercas y contrataron más agentes pensando que así se acabaría el flujo de personas que no se atreverían a cruzar por montañas o desiertos.
No sucedió como se planeaba, pues el paso de personas se dirigió hacia aquellos lugares y, el incremento del riesgo para cruzar volvió a la migración un negocio para el crimen organizado que utiliza a la gente buena, para trasladar la droga que exige la sedienta adicción de los norteamericanos y los migrantes se han convertido en una mercancía fácil de explotar a través del terror. Esto ha aumentado el flujo de estupefacientes y las casas de seguridad, donde cientos de personas son secuestradas y muertas, cuando sus familiares no pagan el rescate.
El libro por fin concluye, en su tercera parte, explicando cómo vivió el autor, en un amigo, la crueldad del sistema migratorio norteamericano, que llevó a la separación de una familia.
Una noticia se dio esta semana, la Patrulla Fronteriza ha instalado torres visibles desde la distancia, en el desierto de Arizona, para ayudar a los migrantes que tratan de cruzarlo; éstas funcionan con luz solar y contienen un botón y sensores en su base, con los que se puede llamar a los patrulleros, que tardan en llegar aproximadamente una hora. El letrero dice en inglés y en español:
PARA AYUDA OPRIMA EL BOTÓN ROJO LA PATRULLA FRONTERIZA TARDARÁ UNA HORA EN LLEGAR PERMANEZCA AQUÍ
Esto sin duda salvará vidas, y me pregunto si esto es una noble consecuencia del libro de Cantú, un trabajo cuya lectura nos permite conocer más lo que pasa en la frontera de México y EU y la terrible desgracia de una política migratoria que daña a quienes en ella se involucran.