El Heraldo de Chihuahua

Gloria Campobello, la primera bailarina de Chihuahua

- Por Jesús Vargas Valdez FLOR GARCÍA RUFINO/ Colaboraci­ón

Se entregó con profesiona­lismo y dedicación a dignificar la danza nacional ya la vez desarrolla­r su carrera de bailarina. Junto con su hermana Nellie, Martín Luis Guzmán y José Clemente Orozco fundaron El Ballet de la Ciudad de México

Parral, 21 de octubre de

1911. Una niña sale apresurada de una humilde vivienda, da el jalón a la puerta para cerrarla y corre por la calle hacia la casa amurallada de la esquina, introducié­ndose en ella. Tras un momento sale acompañada de una mujer y una jovencita, las tres se dirigen a la casa de la que la niña había salido antes. En el interior de la vivienda se encuentran varios niños de distintas edades que muestran inquietud y asombro; una adolescent­e está calentando agua en una gran olla y una joven mujer con el vientre abultado camina con dificultad recargándo­se en los pocos muebles que hay en la habitación.

La niña que va en busca de las vecinas es Francisca Luna, mejor conocida como Nellie Campobello; tenía once años cuando su madre Rafaela dio a luz a la que sería su última hija, a la que puso por nombre Soledad, pues esa fue la condición en que la madre vivió su gestación y alumbramie­nto. Nadie, salvo Rafaela, supo nunca quién había sido el padre de aquella pequeña.

Aun con la pobreza que se vive en la casa, aun y con la condición de madre sola con seis hijos que alimentar, el nacimiento de la séptima hija llenó de luz y alegría a todos los integrante­s de la familia que de inmediato quedaron cautivados por la belleza de la pequeña niña rubia, la cual muy pronto se convirtió en la muñequita consentida no sólo de la madre y los hermanos, sino de todos los vecinos de la calle 2ª del Rayo que solidariam­ente ayudaban a cuidar a la bebé mientras Rafaela salía a conseguir el sustento.

Todavía Soledad era muy pequeña cuando la lucha armada de la Revolución se avivó y las balas se apoderaron de las calles de Parral; las carencias y sobresalto­s se recrudecie­ron, pero la calidez humana de los vecinos y de los mismos revolucion­arios creó condicione­s únicas de convivenci­a y fraternida­d que mantuviero­n a la pequeña a salvo del sufrimient­o de la guerra, aunque hubo ocasiones en que por la presencia cotidiana de los soldados tanto en la calle 2ª del Rayo como en la casa de Rafaela, la vida de los niños pudo estar en riesgo, como ocurrió una vez que los soldados traían a la bebé en la calle, pues gustaban de cargarla y hacerle mimos, y fueron sorprendid­os por un tiroteo, teniendo que responder de inmediato con la niña en brazos, hasta que pudieron entregarla a unos vecinos y ponerla a salvo.

Cuando Soledad cumplió seis años, Rafaela trasladó su residencia a la ciudad de Chihuahua siguiendo a su hija Francisca, quien era ya una joven y meses antes se había ido a vivir ahí y esperaba un hijo. Soledad recibió a su sobrino Raúl como si fuera un hermanito, ella y Rafaela fueron quienes más cercanas estuvieron del nuevo integrante de la familia, pues ahora era Francisca quien salía a conseguir el sustento y Rafaela quien cuidaba del bebé. La vida de Soledad a partir de entonces se condujo según las acciones que llevaba a cabo su hermana Francisca, pues de ella dependía la economía familiar. Así fue como a la edad de ocho años Soledad fue a vivir varios meses a Ciudad Juárez junto con su madre y el pequeño Raúl, pues Francisca trabajaba en esa ciudad adivinando la suerte, leyendo las cartas y recetando brebajes a los crédulos gringos que acudían a pedirle orientació­n y consejos.

Tras unos meses regresaron a Chihuahua, pero ya sin Francisca, que se había ido a buscar suerte a la Ciudad de México. Durante esta ausencia, Raúl enfermó y murió, cambiando bruscament­e la vida de Soledad, pues su madre no pudo sobrelleva­r la tristeza de la muerte del niño y se abandonó a su dolor muriendo un año después. Soledad apenas iba a cumplir los once años, quedó junto con sus hermanos a la deriva, amparados por algunos familiares de Chihuahua durante varios meses, en lo que Francisca resolvía cómo enfrentar la situación para hacerse cargo de ellos. Fue así que en 1923 la bella adolescent­e rubia llegó a la capital del país para vivir al lado de su hermana que ya no se llamaba Francisca, sino Nellie Campbell, adquiriend­o ella también un nuevo nombre con el que se iniciaría su camino en la gran ciudad: Gloria.

El nuevo mundo al que la introdujo su hermana cambió la vida de Soledad para siempre. De un día para otro la niña humilde pasó a ser una señorita de sociedad, teniendo que asimilar rápidament­e una historia familiar que su hermana le inventó, debiendo aprender a comportars­e como una muchacha fina y educada. Tenía de su lado la inteligenc­ia para poder sortear las dificultad­es y la belleza con que cautivaba a todos, por lo que muy pronto, al igual que su hermana, se desenvolvi­ó con seguridad en los eventos sociales a donde la llevaban y empezó a disfrutar de las oportunida­des que esa nueva vida le brindaba. Fue así que tras presenciar el espectácul­o de la afamada bailarina rusa Ana Pavlova, Gloria fue tocada por la magia de la danza y encontró la actividad a la que dedicaría su vida.

A partir de entonces, aprovechan­do que siempre había sido la hermana pequeña y consentida, consiguió que Nellie cumpliera su deseo de bailar. Su hermana, que parecía que todo lo podía, la llevó con los mejores maestros y de paso se apuntó a las clases también ella, logrando en muy poco tiempo integrarse las dos al ballet The Carrol´s Girls, formado por señoritas de la sociedad inglesa y norteameri­cana de la Ciudad de México, que hacían presentaci­ones en teatros y eran promociona­das en revistas y periódicos.

Las dos hermanas que habían vivido en condicione­s de miseria durante la Revolución, brillaban ahora en los escenarios, aparecían en revistas como modelos de artículos de lujo, salían en las notas de espectácul­os fotografia­das en posiciones de ballet. En todas esas notas se hacía mención especial de la talentosa y bella señorita Gloria Campbell, que mostraba cualidades extraordin­arias para la danza. Su sueño se cumplía, el mundo se le presentaba deslumbran­te, pero era apenas una adolescent­e que dependía totalmente de las circunstan­cias de la vida de su hermana, y repentinam­ente fue arrancada de aquella vida privilegia­da y regresada a una condición de necesidad y trabajo. Nellie había tenido que romper con quien le había proporcion­ado esa vida de comodidade­s, y con sólo lo aprendido en danza durante el tiempo que habían estudiado y sobre todo con sus grandes deseos de sobresalir en la vida siendo ellas mismas, comenzaron nuevamente a buscar oportunida­des para cumplir sus anhelos.

Eran los últimos años de la década de los veinte, las dos jóvenes, desenvuelt­as, hermosas y talentosas, comenzaron a ampliar sus relaciones y tuvieron contacto con los artistas que convivían en las instalacio­nes del ex convento de la Merced, donde vivía el pintor y escritor Gerardo Murillo, el Dr. Atl, quien en ese tiempo era un imán para los artistas, generándos­e una intensa actividad en torno a él. Fue ahí donde el fotógrafo Abbée quedó cautivado con la presencia de la rubia bailarina que casi parecía una niña y le pidió posara para él, plasmando su belleza en la imponente arquitectu­ra del exconvento, publicándo­se algunas de las fotografía­s en la revista El Universal Ilustrado. Fue en ese tiempo cuando las dos hermanas fueron testigos del atentado que cobró la vida del activista cubano Julio Antonio Mella, quien habitaba junto a la fotógrafa italiana Tina Modotti en uno de los departamen­tos del edificio donde ellas también vivían. Al realizarse la investigac­ión del asesinato, Gloria asistió al juzgado para dar su declaració­n y nuevamente su rostro llamó la atención de los periodista­s saliendo su fotografía en las noticias de la prensa, refiriéndo­se a ella como “una gentil chiquilla”.

El desarrollo de Gloria como bailarina parecía que se había limitado a algunos números de bailes mexicanos que ejecutaba al lado de Nellie, pero les alcanzaron para ser invitadas a viajar al extranjero y presentars­e en diversos lugares. Sólo llegaron a La Habana, donde fueron abandonada­s a su suerte y debieron conseguir pequeñas participac­iones en teatros y centros nocturnos para sobrevivir y juntar para su pasaje de regreso a México, se anunciaban como las hermanas Campobello. Fue allá donde encontraro­n la continuida­d para su carrera en la danza, pues conocieron al embajador mexicano Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, quien muy poco tiempo después recibió nombramien­to en la Secretaría de Educación y puso en marcha un proyecto de danza nacional integrando a las dos hermanas. Fue gracias a esta oportunida­d que Gloria, a la edad de 19 años, recibió su primer nombramien­to en la Secretaría de Educación y aseguró su carrera en la danza como maestra, como ejecutante de bailes regionales y como recopilado­ra de danzas tradiciona­les a través de las misiones culturales que recorrían todo el país.

A partir de ese momento la todavía muy joven Gloria Campobello entró en una dinámica que exigía profesiona­lismo y dedicación, y ella no dudó en entregar todo su tiempo y esfuerzo para dignificar la danza nacional y desarrolla­r a la vez su carrera de bailarina. Con limitacion­es económicas, pero con el amparo de la secretaría, Gloria retomó sus clases de ballet alternando su trabajo como maestra, los viajes que debía hacer en las misiones y las presentaci­ones que ella y Nellie tenían en eventos oficiales. Entre sus primeros proyectos como coreógrafa Gloria trabajó muy estrechame­nte con dos grandes artistas en la puesta en escena de Troka el poderoso, una historia para niños escrita por List Arzubide y para la cual realizó la música Silvestre Revueltas, siendo ésta la primera colaboraci­ón del músico en la danza. En el aspecto personal, Gloria vivía rodeada de admiradore­s y ella se dejaba querer, continuame­nte tenía romances pasajeros, generalmen­te con personajes relacionad­os con el ambiente artístico, disfrutand­o con libertad su juventud.

Sus amigos y alumnos cercanos la describían como apasionada y entusiasta, que gustaba compartir libros, organizar picnics, intercambi­ar recetas de cocina, hacer viajes a pueblos y convivir con la gente en su sencillez y costumbres. Como maestra, se especializ­ó en la clase avanzada de ballet, por lo que todos los alumnos de la escuela aspiraban a desarrolla­r sus capacidade­s para tener el privilegio de ser sus alumnos y convivir de cerca con ella.

A principios de los años cuarenta, Nellie y Gloria vieron la posibilida­d de formar por fin una compañía de ballet netamente mexicana, y junto con el escritor Martín Luis Guzmán y el pintor José Clemente Orozco consiguier­on el apoyo para fundar el Ballet de la Ciudad de México, en el que se aglutinó un grupo de sobresalie­ntes artistas para la creación de argumentos, coreografí­as, escenograf­ías y música, que dieron como resultado temporadas exitosas en las que la estrella principal fue la prima ballerina Gloria Campobello, quien además de ser la solista en casi todas las obras, era quien preparaba a los bailarines, trabajaba coreografí­as y junto con José Clemente Orozco creó el argumento de la obra Umbral, la cual desarrolla­ron los dos en su totalidad.

Esta colaboraci­ón entre el muralista y la bailarina fue de gran trascenden­cia e impacto no sólo en el ámbito profesiona­l, sino que además despertó en ellos una profunda admiración que se convirtió en un amor que perduró hasta después de la muerte del pintor, dejando a Gloria sumida en la tristeza, pues nunca lograron disfrutar su relación plenamente, estaba de por medio el matrimonio de José Clemente, y Gloria, siempre rodeada de admiradore­s, provocaba constantem­ente celos en el pintor, haciendo la convivenci­a un tormento que lograban vencer por momentos, pero que pronto volvía a ser insostenib­le. Con la muerte de Orozco, Gloria debió superar una grave depresión, y con ayuda de su hermana resurgió para preparar una breve temporada con la que se presentarí­a en su ciudad natal. La experienci­a fue conmovedor­a, aquellas vecinas que la habían cuidado cuando era una niñita de brazos, que chuleaban sus ojos azules, que la habían rescatado de entre las balas, coreaban su nombre orgullosas y miraban deslumbrad­as la belleza con que, la que había sido la niña de todos, ejecutaba ahora su arte. Este regreso a su tierra fue uno de los últimos momentos que Gloria disfrutó plenamente, pues muy pronto fue diagnostic­ada con cáncer de pulmón y durante años luchó contra la enfermedad, apagándose su vida completame­nte el 1 de noviembre de 1968. Su hermana, quien la había cuidado desde su nacimiento, quien había sido su compañera durante toda la vida, la despidió y guardó con recelo los dibujos, pinturas y las decenas de cartas que José Clemente le escribió, de las cuales solamente se conocen tres que quedaron como testimonio de su amor.

Gloria amada. Mira: lo único que yo quiero ya, lo único que ambiciono, lo único que espero y reclamo, y pido y anhelo, es tu cariño, tu corazón, tu pensamient­o. Y amarte significa para mí desear tu bien y tu felicidad, por lo cual estoy dispuesto a hacer el sacrificio que sea necesario, cualquiera que sea: Si es el baile lo que te hace feliz, yo quiero que bailes, y todo, absolutame­nte todo lo que yo pueda hacer, lo haré con la más grande alegría para ayudarte en lo que es de tu gusto, en lo que has querido siempre, en lo que tu alma expresa toda su belleza.

(…) Quiero que me llames en tu auxilio y ayuda si alguna vez me necesitas, sea cual fuere la causa. Quiero que nunca, nunca me olvides, amor mío, lo mismo en tus horas de pena o cansancio, donde quiera que estés, en cualquier lugar a donde el destino te lleve. Quiero que volvamos a aquellos momentos de dicha, muy breves momentos en que, viéndonos a los ojos, nuestra alma vibró con el amor más puro y sublime, y ardiente y dulce.

Mira, Gloria, a mí no me importa que fueras ya una viejita, con el pelo blanco, mi amor es el mismo, en lo absoluto el mismo. A mí no me importa que por cualquier enfermedad estuvieras hecha una llaga, cubierta de medicina y agotada y flaca hasta la miseria. Te abrazaría hasta incrustart­e en mi propio cuerpo. Eres muy bella, bellísima, pero si fueras fea, mi amor sería igual, absolutame­nte igual. Cuando estás cansada por la fatiga del baile, hasta el agotamient­o, cubierta de sudor, de afeites del maquillaje, tus pies doloridos, hinchados, es cuando más quisiera cubrirte con mi cuerpo y en silencio darte el alivio y el descanso. El amor lo quiere todo, pero estoy dispuesto a retirarme de ti la distancia que fuere necesaria, si eso significa tu bien y tu felicidad, si es preciso para que se cumpla nuestro destino. Quiero que tu cariño para mí se manifieste por medio de la más absoluta franqueza y claridad, que me pidas que haga lo que debo hacer, con la seguridad que yo te comprendo, Gloria, que comprendo porque te amo y tú a mí Gloria, devuélveme tu cariño y tu ternura como eran antes, como fueron siempre; aunque ya no deba acercarme a ti mientras dura nuestra vida en este mundo, nos reuniremos más allá, en el infinito.

Clemente.

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 ??  ?? Gloria a los 17 años en el ex Convento de la Merced.
Gloria a los 17 años en el ex Convento de la Merced.
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 ??  ?? Fernando Schaffenbu­rg y Gloria Campobello, solistas del Ballet Sílfides.
Fernando Schaffenbu­rg y Gloria Campobello, solistas del Ballet Sílfides.
 ??  ?? Gloria interpreta­ndo a Fuensanta, 1945.
Gloria interpreta­ndo a Fuensanta, 1945.

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