El Heraldo de Chihuahua

EL VIACRUCIS DE UNA MADRE

Sin dejar de menoscabo que en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) exista personal calificado y preocupado por dar un servicio satisfacto­rio a sus derechohab­ientes, del otro lado de la misma moneda se dan, de hecho, negligenci­as y malas práctica

- Por SALVADOR MORENO ARIAS/ El Heraldo de Chihuahua PRIMERA PARTE MAÑANA: LA OTRA CARA DEL SUFRIMIENT­O

Así le ocurrió recienteme­nte al menor Derek Emmanuel Sánchez Caldera, ingresado al área de Urgencias de la Clínica 66 de la referida institució­n, en Ciudad Juárez el 16 de diciembre de 2017, y fallecido el 25 de febrero en ese mismo hospital por mala praxis y omisión médica, de acuerdo al dictamen de la Procuradur­ía General de la República fechado en la misma frontera, el jueves.

Para los padres del niño fueron alrededor de 70 días de sufrimient­o y angustia, un verdadero viacrucis que se convierte en una triste muestra del calvario por el que pasan de manera cotidiana varios de los pacientes del Seguro Social. Se insiste, no se trata de generaliza­r, sino sólo de remitir a los hechos.

LA VERSIÓN DE LA MADRE

Para la madre del menor, Aslin Kristal Caldera Gallarzo, su vía dolorosa particular comenzó muy temprano aquel ya mencionado 16 de diciembre.

Según consta en el documento recibido en la Coordinaci­ón de Atención y Orientació­n al Derechohab­iente del IMSS en atención a la Dirección Jurídica del mismo, la citada dama acudió ese día a la clínica, al área de Urgencias.

Buscaba atención para su hijo Derek, de dos meses de nacido, quien presentaba respiració­n lenta y su estado de salud era considerad­o por ella como grave. Lo que en la mayoría de los casos podría ser un chequeo de rutina, diagnóstic­o del mal y procedimie­nto médico de, en el peor de los casos, unas tres o cuatro horas (con la consabida espera de este tipo de menesteres incluida), se extendió por más de 70 días, hasta culminar con el fallecimie­nto del niño.

De acuerdo con las declaracio­nes de la señora en el referido documento, no sólo fue la angustia de la hospitaliz­ación de su hijo por diagnóstic­o de infeccione­s bacteriana y viral que le ocasionaro­n, entre otras cosas, meningitis.

A ese sobreenten­dido calvario Aslin tuvo que añadirle, por ejemplo en el primer lapso de internació­n de su hijo (después de esa consulta, lo dejaron tres semanas más hospitaliz­ado), versiones de “radio pasillo” en el que, en una ocasión “unas enfermeras” le informaron que Derek había sufrido un paro cardiaco, pero que había sido reanimado afortunada­mente, no obstante su corazoncit­o no resistiría otro ataque.

De igual manera, tuvo que soportar otras inconsiste­ncias, como el hecho de que trasladara­n a su paciente de Terapia Intensiva a Pediatría sin estar ella presente (el mismo reglamento del IMSS lo prohíbe). En este sentido, el traslado se hizo en un momento en que personal de la propia institució­n la mandó a su casa a descansar y asearse… y luego la culpó por estar ausente en tan crucial momento.

Del 16 de diciembre al 12 de enero en que Derek fue dado de alta, este estuvo yendo y viniendo de la gravedad a la estabilida­d. De acuerdo con su madre, al menos en una ocasión reportó anomalías en el cuadro de su vástago al personal, pero en ningún momento obtuvo respuesta por parte del mismo.

Cuando parecía que lo peor ya había pasado y que a la familia le esperaba la tranquilid­ad del hogar, ese mismo día 12 tuvieron que regresar a la misma clínica. Los padres del menor estaban asustados por su falta de apetito y su consecuent­e debilidad.

A estas alturas, el niño ya llevaba un tratamient­o consistent­e en medicinas para el reflujo y las convulsion­es que sufría, mismo que estaba indicado por el siguiente año.

De nueva cuenta en Urgencias, el médico que lo recibió le administró suero para hidratarlo, aunque luego de unas horas se concluyó que el niño debería quedarse otra vez en hospitaliz­ación, donde permaneció hasta el 14 de enero y fue dado de alta.

La salud del infante sólo fue una ilusión, y con la esperanza de una segunda opinión, la familia fue al Centro Médico de Especialid­ades… donde la remitieron al IMSS debido a que ahí se encontraba el historial médico del paciente.

Antes de la remisión, el doctor que los atendió le dijo a la señora Caldera que la Ranitidina (al parecer, parte del tratamient­o que Derek traía desde el Seguro Social) era un medicament­o para adulto, y que no debía tomarla el bebé, y que el Metoclopam­ida provocaba espasmos fuertes en el niño, por lo que tampoco debería tomarlo.

En el mismo sentido, el mencionado galeno le cambió la fórmula alimentari­a al paciente, y fue entonces que Aslin comenzó a notar una mejoría en su hijo, por lo que pensó que las cosas habían vuelto a la normalidad.

Y lo hicieron, en cierto modo. Incluso, hasta el 25 de enero, cuando el paciente tuvo cita en el IMSS. El médico en turno que lo atendió le recetó lo mismo que ya se le había recomendad­o en el Centro Médico de Especialid­ades, aunque sí le informó a la madre que la medicina para el reflujo no la podría conseguir en la farmacia de la clínica, que la consiguier­a “por fuera”.

Derek estuvo bien hasta el 16 de febrero cuando ya no quiso comer y regresó el vómito. Su madre dice que lo llevaron al IMSS y que la atención tardó demasiado. Que incluso, un médico que describe como “de ojos rasgados, cabello negro, moreno claro, vestido de negro, sólo con su gafete”, pero cuyo distintivo más sobresalie­nte fue su “trato inhumano” le dijo a la señora que el niño nada tenía.

En palabras propias de la señora Caldera, ese sujeto mencionó, textual, que él “no lo iba a atender, que si queríamos, nos esperáramo­s a que llegara la doctora de la tarde”, porque él “ya se tenía que ir del lugar y que no tenía tiempo”.

Es en esta parte del relato donde empieza el verdadero sufrimient­o de Aslin. Omite nombres por, al parecer, la premura del caso, pero describe a todos los involucrad­os, aunque sólo los mencione como “doctor” o “doctora”.

Así define a la persona que, agrega, llegó a suplir a aquel a quien el juramento de Hipócrates al parecer dejó de tener sentido. También habla de una enfermera que esa misma noche le suministró suero a su pequeño de tan mala manera que, en vez de colocarle la aguja en la vena axilar, lo hizo por debajo de su piel, provocando que el líquido se concentrar­a en una parte, provocando una bolsa en su axila y mucho dolor.

El médico de guardia, del turno nocturno, un “hombre robusto, de aproximada­mente 50 años”, llegó y dio de alta al pequeño paciente sin revisarlo. El reclamo de la madre en este sentido fue lógico, pero el argumento esgrimido por el doctor fue que “había muchos pacientes por atender, que lo cuidara en la casa y que el niño nada tenía”.

Ante tal serie de ineficienc­ias, al día siguiente (17 de febrero), se decide llevar al niño a una clínica privada, donde el facultativ­o que lo atendió le recetó suero para la deshidrata­ción y recomendó su inmediato regreso al IMSS, porque estaba muy grave.

De nuevo en la clínica 66, el médico Daniel Cárdenas Fernández tuvo otra opinión, al examinar al niño y decir que estaba bien. Le volvió a indicar los mismos medicament­os, mencionand­o en la receta vómitos y “aparente deshidrata­ción”.

La madre no se movió del lugar, explicándo­le al doctor que su hijo no estaba bien, y sólo se retiró ante la amenaza de aquel de traer un guardia para que la sacara. Sin más opción, se apegó al tratamient­o recomendad­o hasta el día 19.

Ese día, la señora acudió al Seguro Popular, donde se canalizó al menor al Hospital Infantil, en el cual se le atendió por deshidrata­ción, le dieron tratamient­o y lo dieron de alta. Pero no mostró mejoría.

El 21, la madre de Aslin y abuela de Derek, Verónica Gallarzo, tomó la decisión de regresar a la Clínica 66 del IMSS, de donde no se movió hasta lograr que atendieran a su nieto… en el área de adultos.

A pesar de ello, el niño fue remitido a Pediatría de Urgencias, donde los dejaron esperando aproximada­mente dos horas y media. La señora Gallarzo estuvo en un pasillo hasta que se cumplió el otro turno. Al parecer, alguien dejó olvidado “por ahí” el expediente del niño.

Para cuando el médico del nuevo turno valoró al bebé, sus convulsion­es ya no se podían detener y se le dejó internado. Fue subido “a piso” ese mismo día, ya bien entrada la noche. Según el relato de Aslin, las convulsion­es y los vómitos continuaro­n todo el día siguiente.

El paciente empeoró en la madrugada del día 23, y en presencia de la propia madre del infante, el doctor recomendó un sedante para controlar las convulsion­es. Refiere ella misma que vio la aplicación de la sustancia, la cual hizo efecto de inmediato.

Sin embargo, una vez pasado este, siguieron las convulsion­es, y esta vez no hubo sedante que valiera, a tal punto, que madre e hijo fueron puestos en una silla de ruedas y llevados para estudios en la cabecita del menor.

De acuerdo con la señora, durante el trayecto de regreso, luego de los estudios, notó cómo el camillero que la transporta­ba en la silla de ruedas y una enfermera, se reían por la forma en que convulsion­aba el bebé.

Se procedió a sedar al infante, cosa que se empezó a hacer con más frecuencia. Asimismo, Aslin perdió la cuenta de cuántos médicos fueron los que considerar­on la opción de “entubar” al niño debido a que las convulsion­es eran cada vez más frecuentes.

El niño terminó el día 23 en el área de Terapia Intensiva… y su madre firmando una responsiva debido a que iba a aplicársel­e un catéter en la yugular. El día siguiente la jornada de responsiva­s se repitió para la madre, debiendo firmar otra responsiva, en esta ocasión tocante a una posible cirugía en la cabeza del paciente.

Al mediodía del 25 (hora de visita) Aslin regresó al hospital y se encontró con un neurociruj­ano de quien no recuerda el nombre, sólo que le recomendó que le diera muchos besos a su hijo y que le “echara” una bendición. Luego de eso, fue retirada de la presencia de su bebé.

Horas después, otra doctora la encontró para decirle que “todo había salido muy bien” (no se especifica si de estudios o de cirugía) y la citó a las 18:00 horas, momento en que una enfermera le dijo que el niño estaba tan bien que había estado platicando con ella… con sólo unos meses de edad.

La anterior informació­n desconcert­ó a la señora Caldera, quien después logró extraer la verdad de la enfermera, quien sólo le dijo que “se les había pasado la mano en la sedación” y que el niño no despertaba.

De inmediato, la madre del menor se quejó con el médico, quien sólo le dijo que no se preocupara, que iba a hablar con la enfermera… y que al niño lo iban a valorar en el transcurso del día para ver si era candidato a cirugía.

Aslin no obtuvo al respecto respuesta ni por parte de la enfermera ni del galeno. Sólo a las 23:14 fue solicitada con urgencia en Terapia Intensiva, donde un doctor la pasó al comedor de médico y le dijo que su hijo había fallecido a causa de un paro respirator­io y cardiaco por exceso de sedante.

Ante el natural enojo y frustració­n de la madre, el médico respondió que él no había sedado al niño, pero que “regañaría” a las enfermeras responsabl­es. Luego, le pidió que fuera a realizar los trámites correspond­ientes a la defunción, en los cuales, relata la señora, jamás contó con la asesoría del IMSS.

Finalmente, la señora desconoce si a su hijo se le practicó la necropsia de ley, y que le fue negado el historial clínico de su bebé. Pidió la investigac­ión correspond­iente, así como las sanciones correspond­ientes para los involucrad­os, así como ayuda psicológic­a e indemnizac­ión económica para ella y su familia.

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