¿Fin a las comisiones bancarias?
Desde hace años comenzó a ser cómodo, para las empresas, depositar en una tarjeta los sueldos de sus empleados, o asociados (como les llaman las trasnacionales para darles dignidad, aunque saben que la vida digna se consigue con un buen sueldo).
Hace mucho que los departamentos de Nómina dejaron de llenar sobres con pesos y centavos físicos, pero los bancos no ampliaron sus cajeros, daba tristeza ver cómo, después de la larga jornada de trabajo, los asociados tenían que hacer fila en la calle, a la intemperie, a veces helada, a veces muy traficada, esperando turno en el cajero para obtener efectivo porque eran pocos los establecimientos que aceptaban tarjeta. Y que no se le ocurra necesitar de un baño porque los bancos no tienen baños. ¿Sabe usted, amable lector, lectora, de qué privilegios gozan las instituciones bancarias para no tener servicios sanitarios? Yo no.
La banca en México es un ejemplo de cómo da lo mismo que una empresa sea privada o pública porque no recuerdo los grandes beneficios que hayan ocurrido cuando López Portillo la nacionalizó, luego Salinas de Gortari no pensó en mejorarla sino en privatizarla, y al terminar su sexenio nuestras deudas de casa y carros se triplicaron, yo misma vendí el carro para pagar el crédito con el que lo obtuve y todavía seguí pagando por cinco años más, y a pie. Es por esas caminatas que siempre seré antipriista.
Hoy los morenos proponen eliminar las comisiones por anualidades, transferencias, consultas, saldos mínimos y otras linduras que inventaron los bancos; y yo estoy feliz, aplaudiéndoles, esperando que esos consorcios, dispuestos a llenar de plata las bolsas de los senadores y diputados para cambiar las leyes a su favor, esta vez sean despreciados por nuestros héroes anticorrupción.
¡Ah, la esperanza! De pronto revive, mientras la Bolsa Mexicana de Valores como sensible dama de sociedad se le dobla un tacón y cae, al escuchar estos rumores.
Namasté.