El Heraldo de Chihuahua

Han transcurri­do 365 días del año 2018

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y estamos empezando el recorrido una vez más, doce meses más, otros 365 días con sus cuatro estaciones, con sus días y sus noches… con gente nueva o sin personas que se fueron… cada quién tendrá sus propósitos de año nuevo…

Son los propósitos que usted expresó el lunes por la noche en la reunión familiar, expresione­s que son un asunto serio, tanto, que si hubiéramos tenido la oportunida­d de grabar hace un año, esa misma noche, a todos nuestros amigos y familiares en la cena de año nuevo, veríamos en verdad qué cumplimos o qué dejamos de hacer.

El lunes pasado concluyó el año e inmediatam­ente después, en el primer segundo del martes, inicia uno nuevo. Las reflexione­s son muchas, las publicacio­nes muchas más, pero cada uno de nosotros sabe y no necesita que nos recuerde nadie, qué cumplimos y qué dejamos pendiente.

En la apretada agenda de nuestra vida hay cosas que pudieron haberse quedado en el intento, pero estoy seguro de que, las más, pasaron de propósito a proyecto cumplido; terminamos el año y cada quién habremos de hacer el recuento de lo que empezamos en enero pasado y lo que terminamos el lunes pasado, el último día de 2018.

Hay propósitos de dimensione­s insospecha­das y otros, quizá los más, muy sencillos. Va desde dejar de fumar, hasta iniciar el negocio de tus sueños, con todo lo que implica, riesgos y logros; en la última noche de 2018, pudimos escuchar atentos los deseos de cada integrante de nuestra familia, de nuestros amigos…

Y es que todo propósito implica un sacrificio, o varios, así es de que más vale que los vayamos cumpliendo. La mayor parte de las personas tenemos metas y entre más nos esforcemos por ellas, más pronto llegaríamo­s; casi toda la gente queremos ser mejores en lo que hacemos. La competenci­a es fuerte. Pero creo pertinente mencionar lo que todos buscamos en el día a día: ser mejores personas. Queremos ser los mejores en nuestro trabajo, en nuestra profesión y oficio, pero siempre buscaremos ser mejores personas.

Ser el mejor es un asunto serio. Se trata de prestigio y el prestigio se gana no de la noche a la mañana ni con un propósito de año nuevo. Hay que luchar por ello. Cuando se llega a la meta el premio tiene un sabor único, indescript­ible, personalís­imo. Pero si entre todos hacemos mejor nuestro trabajo, nos irá muy bien como grupo, como sociedad, como nación.

Por eso las empresas insisten en los famosos controles de calidad, porque se trata de un trabajo en grupo para que obtengamos un producto que no tenga errores ni fallas en el funcionami­ento; esa debe ser nuestra sociedad, una maquinaria de calidad, haciendo cada quien lo que nos correspond­a, pero haciéndolo bien, mejor cada día.

Sin embargo a veces, no quiero decir con frecuencia, a veces nos topamos con personas que deciden “casarse” con una máxima: “hacen como que me pagan, hago como que trabajo”, eso es engañar a nuestra propia inteligenc­ia, porque entonces la maquinaria tiene una falla grave y difícil de solucionar. Los controles de calidad en nuestra sociedad no pueden depender de un engrane que contagia de pesimismo a los demás pues corremos el riesgo de detener el ritmo del crecimient­o.

Me parece que, como en un motor, cuando falla una bujía, lo único que se debe hacer es reemplazar­la, de lo contrario nada funcionará normalment­e y el resto de la máquina se irá deterioran­do al grado de detenerse y que el vehículo se quede arrinconad­o en el taller, sin posibilida­des de arreglo simple porque va a necesitar una reparación a fondo.

En esta maquinaria social todos somos importante­s, todos, y cuando uno de nosotros falla, el reemplazo llega de inmediato. Por eso es vital que cada quien hagamos lo mejor de nuestra parte para que el motor no se detenga. En esta época de modernidad y de tecnología de punta, necesitamo­s seres humanos más capacitado­s y mejor entrenados para que la maquinaria se modernice, pero junto con nosotros. Todos tenemos algo que hacer en esta sociedad porque formamos un engranaje conjunto al mismo tiempo. Y tenemos que hacerlo bien. El rol que nos tocó tiene que cumplirse porque la maquinaria no se va a detener cuando nosotros queramos y hacerla funcionar cuando se nos pegue la gana.

El año que inició el martes pasado es de retos y oportunida­des. Será un año difícil si todos lo hacemos difícil y si cada quien está en el lugar que le correspond­e, cumpliendo con la función para la que se empleó, entonces será menos pesada la subida. Que vienen los clásicos aumentos… ¡claro!, aumentos a partir de ya y, como siempre, la famosa cuesta de enero en la que todos sufrimos de alguna manera; que vendrán incremento­s en servicios y productos, pues sí pero eso es cada año, siempre lo ha sido. Lo más grave sería que todos detuviéram­os la maquinaria. Lo tenemos que superar.

Para eso es importante que entendamos a conciencia cuál es nuestra función en la sociedad. Ningún ser humano somos perfectos, pero podemos transforma­r los errores en oportunida­des, por eso he insistido en que cada quien tenemos algo que hacer para cambiar al mundo, porque solos no podemos. Necesitamo­s ayudarnos unos a otros, como cuando requieres de ayuda para cambiarte de casa: jamás podrás cargar el refrigerad­or o la estufa o la sala tú solo. Cuando todos ayudan la carga será menos pesada.

El cambio social es pertinente­mente parecido al cambio de casa: si alguno de nosotros no quiere ayudar, de nada servirá intentar la transforma­ción porque habrá una falla, por mínima que sea y entonces vendrá una descomposi­ción en cascada de la que nos habremos de arrepentir todo el tiempo. Cambiemos para hacer las cosas mejor.

Tú sabes que el trabajo que haces es importante y lo sabemos todos. La gente creemos que nadie aprecia lo que hacemos porque nunca, quizá, nos han dicho que nuestro trabajo es valioso. El reconocimi­ento debe ser personal, íntimo, privado… simplement­e cuando llegues a casa, después de una jornada de intenso trabajo, recorre mentalment­e el día y verás que hiciste cosas muy importante­s: salvaste una vida, cuidaste bien el edificio que te encargan cada noche, enseñaste correctame­nte a tus alumnos lo que son las matemática­s, vendiste una casa a precio justo, construist­e el mejor de los cimientos, creaste la mejor de las obras de arte…

¡Los seres humanos hacemos cosas importante­s! pero nada vale la pena si hoy no hicimos lo que nos correspond­ía. Dejar para mañana las cosas es algo inexistent­e. Hoy es el día, mañana no ha llegado, no existe, no ha ocurrido. Hoy es el momento de transforma­r, de cambiar, de hacer las cosas de mejor manera que ayer.

Se terminó el año 2018 y lo que hiciste se quedó en la historia. Bien o mal ya no se puede cambiar, remediar sí, cambiar no. Ya está hecho, está escrito, está realizado o, en el peor de los casos, está inconcluso, inoperado, desaprovec­hado. Y no hay peor intento que el que no se hace. Sólo hay algo en lo que insistiré hasta el último aliento de mi existencia: nada es posible sin tener en tu vida dos cosas: amor y perdón. Amor para vivir, perdonar para amar.

Y ¿qué queremos cambiar? Cambiar el mundo, transforma­r la esencia, el aroma, el paisaje; si te pones frente a tu ventana, un día, el que quieras, observa cómo pasan las cosas. No podemos ser observador­es nada más. Las cosas tienen que cambiar si no nos gustan. Empecemos bien el año, este 2019 que nos han pintado oscuro y pésimo, depende de nosotros, de todos nosotros, de que sea distinto. Hay mucho qué hacer y cada uno tenemos nuestra propia función. Hagámosla mejor todavía, para que el mundo cambie, pero no a costa de los demás, nunca por encima de los demás, sino junto a los demás.

Ten un buen domingo, pero, por sobre todas las cosas, ten un buen inicio de año. Estimadas, estimados lectores: muchas, muchísimas gracias por leer Las Cosas Comunes a lo largo de 2018. Sé que el año que inició estará bendecido. Pero también depende de nosotros quedarnos quietos o hacer que las cosas ocurran. Yo simplement­e cuento cosas comunes y si me permiten, seguiré escribiend­o cosas comunes en este 2019. Feliz año nuevo, Chihuahua.

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