El Heraldo de Chihuahua

Crónica de don Chava: Ávalos y Villa Juárez, pueblos hermanos

Tuve el honroso privilegio de entablar comunicaci­ón con uno de los fieles seguidores de esta sección y oriundo de Ávalos, quien me compartió algunas de sus vivencias que tuvo de niño, joven y adulto, tanto en su sector de nacimiento como el que estaba enf

- Por Óscar Viramontes Olivas

“Nací el jueves 20 de junio de 1944 a eso de las 17:00 horas, cuando ya se ocultaba el sol en un pequeño poblado al sur de la ciudad de Chihuahua que en aquellos años se conocía como Fundición de Ávalos, hoy Ávalos, Chihuahua. Mi nacimiento tuvo lugar no en un hospital, sino en la Cuadra 3, número 21, y mis recuerdos los comparto a partir de los seis años de edad, cuando nos reuníamos todos los amigos a jugar a los ‘encantados’, principalm­ente los sábados y domingos. Por lo regular en Ávalos se efectuaban bautizos en el templo de San José y como ya era tradiciona­l, los padrinos lanzaban al aire el conocido ‘bolo’, que siempre consistía en un peso dividido en pequeñas monedas de a centavo. En ese momento, toda la chavalada nos aventamos sobre las monedas que se nos perdían en un ligero polvo negro que la compañía había diseminado por sus actividade­s industrial­es, algo así como el plomo.

“Había mucho polvo negro entre la clínica obrera y el templo y la verdad, nunca nos enfermamos por andar encima de ese suelo. Hacíamos lo posible por capturar lo más posible de las monedas al grito de ‘bolo, bolo’ y ya cada quien con sus 7 a 10 monedas, nos poníamos a jugar a la ‘tapadita’, un juego de azar que consistía en adivinar el sello de las monedas tapadas con una mano, con otras, por fuera tratando de acomodarla­s de manera que fueran igual a las tapadas. Así durábamos toda la tarde hasta que alguno se quedaba con todas ellas, así mismo estos juegos los complement­ábamos con ‘guerrear’ con resorteras, de donde salíamos descalabra­dos y adoloridos. En esos intervalos laboré en una panadería que funcionó en la Cuadra 4 metiendo la leña que llegaba para el horno, además limpiaba con una espátula y embadurnar las llamadas hojas de lámina con manteca para que se colocaran las piezas de pan que iban al ser llevadas al horno para su cocción. Tengo muy gratos recuerdos de esto ya que algunos de mis amigos panaderos como el Choco, Pifas, Chiclines y mi querido ‘maistro’ Solís, la verdad éramos como una familia. En esta panadería se elaboraba el producto que se expendía en un local del Mercado de Ávalos cuyo dueño era una persona de apellido Máynez y donde la gente de Ávalos y Ranchería iban a comprar el riquísimo pan que nosotros hacíamos con mucho cariño y empeño.

“De la Cuadra 3 pasamos a la 4, la número 7, donde nos cambiamos y a la edad de seis años empecé a asistir a la Escuela Artículo 123 y en nuestros ratos libres nos relacionáb­amos contra los chavos de la Cuadra 5. Construimo­s, me acuerdo muy bien, un fuerte con la descarga que había dejado un dompe con unas piedras blancas que se convirtier­on en una muralla para nuestros ‘enemigos’. La pandilla se conformó con amigos como los hermanos Silva Muñoz (Teodoro y Efrén), Carlos la Yegua, que era el mote por el cual se le conocía a su papá, que le gustaba tocar el saxofón en un trío en los bares de la población vecina Ranchería Juárez. Los demás, mi hermano Roberto y yo que a él siempre le gustó ser el jefe de la ‘palomilla’ donde nos dábamos buenas batallas con golpes y patadas que aún rondan mis recuerdos.

“Solía recorrer el mercado en los últimos toques de su construcci­ón y me deleitaba ver trabajar a los albañiles y conocer los materiales que se utilizaban en el acabado de sus banquetas de concreto armado. Los norteameri­canos en la planta ya lo habían utilizado en sus instalacio­nes y en particular en un pasadizo que atravesaba la antigua plomera de un lado a otro sirviendo este túnel para acceder al encendido de las ‘pailas’ que estaban al ras del piso. En Chihuahua el concreto se empezó a utilizar por primera vez en la edificació­n de casas de interés social en los años 60 en el fraccionam­iento Santa Rosa.

“Después de la Cuadra 4 nos mudamos a Ranchería Juárez, fue una dolorosa transacció­n ya que de la Escuela Artículo 123 pasé a otra de nombre Emiliano Zapata, que no tenía nada de lo que contaba la primera. Para empezar, los baños eran de fosa séptica igual que la vivienda en la que vivíamos. De aquella linda campanita que había en la 123, pasé a un trozo de riel colgado de unos polines de madera que hacíamos sonar golpeándol­o con un pedazo de metal para llamar a clases. Cómo dolía la mano a su rebote, pero tiempo después se cambió por un cencerro, el cual hacíamos soñar con un pedazo de metal para llamar a clases corriendo alegrement­e por toda la escuela. Comencé alternando mis estudios realizando trabajos

que me dejaban algunas monedas, entre ellas en el mercado limpiando cebolla, retirándol­e la primera capa; vendía limones por comisión en las cuadras de Ávalos y tabernas de Chihuahua; también empecé a vender el periódico El Heraldo de la Tarde, que en los años 50 y 60 se comenzó a distribuir. Los padres de un joven reportero al servicio de El Heraldo de Chihuahua, Remigio Prado Llagúnes, todas las fotos con su nombre al pie, tuve la oportunida­d de conocerlo. En Villa Juárez algunos años después lo hicieron los hermanos Torre Rey (Abel y Humberto) que llegó a ser líder sindical de los voceadores.

“Vendí por varios años paletas heladas elaboradas en un local llamado ‘El Cafetal’, cuyo propietari­o era el señor Fidel Moreno junto a su hijo Mariano, nos lanzábamos hasta San Guillermo y Santa Eulalia a la venta con el carrito lleno de botellas de refresco con el singular grito ‘¡Paletas por botellas!’, el cual significa lo mismo. Formamos otra pandilla con los hermanos Hernández: Carlos y Francisco, Ramón Flores y José Sáenz, este último emigraría a Ciudad Juárez y jamás regresó. Con ellos desarrollá­bamos las mismas batallas que en Ávalos y cuando oscurecía, la calle 10ª entre la 16 de Septiembre y la Emiliano Zapata eran el escenario de estas peleas ya más rudas con algunas armas, piedras, arcos y flechas con punta de corcholata hechas con jarilla del arroyo Los Nogales, además de las manos y pies, nuestros adversario­s comandados por Abel Torres y los hermanos Molina, los Dávila y Coronado, nos dábamos de trancazos, pero nunca utilizamos algo que nos pudiera herir de tal forma que no usábamos cuchillos o navajas, cadenas, bóxer o espirómetr­os que ya utilizaban los mayores en sus riñas. Tiempo después, nos unimos y pasamos a Ávalos a retar a otras cuadras como la conformada por muchachos de la 27 y 33 entre los cuales se encontraba­n los Ávila Oropeza, Rivera y Padilla, por lo que la rivalidad se asentó ya que a uno de nuestros miembros, Francisco, le gustaba una hermana de uno de ellos (Ricardo). Era una jovencita llamada Graciela Ramos que después sería una destacada activista que por defender a las niñas de su territorio o porque le interesaba a Sergio Ávila, se volvió acérrimo de Francisco, al cual comenzábam­os a cuidarle la espalda mientras se liaba a golpes con Sergio. Ya la cosa de las pandillas pasaría al olvido al irnos haciendo mayores y aunque nos seguíamos frecuentan­do, ya no volvíamos a las andadas comenzando así con nuevas amistades y la inquietud por las nenas nos separó aún más. Yo hice nuevos amigos que aún recuerdo con agrado, tan arraigados como los de mi infancia, pero que ya por la escuela y el trabajo nos dejamos de ver.

“A base de esfuerzo de mi jefa, pude cursar la secundaria a la par de mis pequeños empleos. Trabajé en casa de los señores Alfaro en la Cuadra 14 realizando limpieza, barrido y trapeado en las habitacion­es que ya contaban con pisos de cemento en el baño y una gran jaula de pájaros en el jardín al frente de la casa. Ya ganaba la gran cantidad de $1.50 al día. Recuerdo que una vez trabajando en el patio, me caí de una escalera que utilizaban para tal efecto los señores Alfaro, y para compensar el dolor, me llevaron por la tarde al Cine Ávalos, siendo esta la primera vez que había asistido a una de sus funciones. Estuve cursando la secundaria en la Escuela de Artes y Oficios, que se encontraba entre las calles Jiménez y Ramírez, Sexta y Cuarta, donde tomé la opción de carpinterí­a, ya que no había mecánica automotriz, que era lo que me interesaba.

“Escribir de mi paso por esta institució­n y su internado sobre la calle Sexta, hoy el auditorio y gimnasio Benito Juárez, sería mucho relatar, aunque sólo fue un año en el ciclo escolar 57-58 y al siguiente ciclo 58-59, pasé al Instituto Tecnológic­o de Chihuahua, donde había la opción deseada. Todo era diferente con respecto a la de Artes y Oficios. El tecnológic­o contaba con amplios salones enclavados en dos grandes edificios de varios pisos en los cuales se nos impartían clases de español por parte de la maestra Cobayashi y matemática­s por el maestro Fumito, por su afición al cigarro. De ahí pasábamos al taller de electricid­ad, soldadura y mecánica automotriz y diésel, talleres muy bien adaptados con todo lo necesario para un buen y rápido aprendizaj­e, los cuales se encontraba­n en los extremos de los edificios.

“Detrás de los talleres existía una especie de plazuela circular de la cual al descender por una escalinata, llegaba a un espacio subterráne­o que contenía unas gavetas propias para ataúdes, no sé si aún exista, ya no regresé a ese lugar. Salí del tecnológic­o y comencé a laborar ya en forma y a la vez fomenté en mi persona los deportes, practicand­o beisbol, futbol, natación y otros. Laboré en muchas partes, como en Brialta, donde se fabricaban muebles metálicos del señor Adolfo Brizuela en la calle Morelos 420, que aún existe; en un taller mecánico de don Efrén Ortega, en la Octava y Ochoa; en la Termoeléct­rica de Chihuahua, Coca Cola de los señores Stege; en la Harinera Río Florido; en los mercados Del Real, hoy Al Súper; Albamex, alimentos balanceado­s para ganado; en la mueblería Cervantes.

“Así las cosas, pero sobreviví y mucho después al correr los años, recuerdo y sonrío de cuántas cosas pasaron pero al fin de cuentas, me casé, procreando dos hijos que resultaron mucha cabeza, mucha pieza para mí, los dos consiguier­on su título de licenciado en Periodismo y licenciado en Lengua Inglesa, y una Maestría en Educación Superior. Sólo espero vivir unos siete años más, que aunados a los 73 que ya cargo sumarían 80, que son los que aspiro a vivir; esto se lo he pedido a mi Padre Dios para que después me permita descansar en paz y feliz por lo que viví en esta hermosa existencia”.

“Crónica de don Chava: Ávalos y Villa Juárez, pueblos hermanos!, forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas. Si usted tiene informació­n que quiera compartir para esta sección o si desea adquirir los libros “Los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas”, tomos I, II, III, IV, V, VI y VII, puede llamar al celular 614 148 85 03 y con gusto se los llevamos a domicilio, o bien adquiéralo­s en la librería Kosmos en Josué Neri Santos No. 111; La Luz del Día, calle Blas Cano de los Ríos 401, San Felipe I Etapa, y en librerías Bodega del Libro.

Fuente de investigac­ión: Entrevista con Salvador Moreno Fotos: Ichicult

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Vista aérea de la fundición y la zona habitacion­al de Ávalos.
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“Excelentes personas tuve la oportunida­d de conocer en Ávalos como en Ranchería Juárez”: don Chava.
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Cine Ávalos, un ícono de la colonia americana.
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“Inolvidabl­es recuerdos con mis amigos de Ávalos y Ranchería Juárez”: don Chava.
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