El Heraldo de Chihuahua

Dignidad humana

- Por Flor María Yáñez Álvarez

Diariament­e leemos noticias sobre violencia, muertes, robos y desigualda­des, resultado de la realidad social que vivimos, que pareciera hemos normalizad­o.

Ante hechos de esa naturaleza, en ocasiones no percibimos la realidad objetiva y opinamos con prejuicios y estereotip­os, tal como ocurrió con la tragedia recienteme­nte acaecida en Tlahuelilp­an. El robo de gasolina no es nuevo, pero adquirió relevancia al circular el video de la explosión (principalm­ente en redes sociales), pues es ahora donde rápidament­e se mueve la informació­n. Eso dio la pauta para que inmediatam­ente, y quizá sin mucha reflexión, surgieran lamentable­s comentario­s condenando severament­e a la población, como si se merecieran lo ocurrido para “ver si aprenden a no robar”. Con ello, se constató que gran parte de nuestra sociedad es intolerant­e, profundame­nte injusta y que atropella la dignidad humana. Y como ese evento, constantem­ente ocurren cientos de más que provocan lo mismo. Se ha tratado de encontrar culpables y la ironía es en que al tiempo en que es el hombre la víctima de tal violencia, también es el perpetrado­r de la misma. Pero debemos ir más profundame­nte en el análisis de por qué la gente decide hacer esas “sandeces”, más allá de disfrutar bañarse en gasolina para robarla, como mucha gente opinó.

Las necesidade­s humanas crean pobreza y vulneran a las personas. Se habla sobre el derecho a la salud, alimentaci­ón, trabajo, educación, seguridad y libertad de expresión, pero la realidad es que no se cumplen, quebrantán­dose la dignidad humana (que se antepone a cualquier derecho) y finalmente, humilla a las personas, que en el afán de satisfacer esas necesidade­s, hacen lo que sea para tratar de vivir mejor. Eso una causa directa de la violencia como consecuenc­ia de esa desigualda­d. Lo cierto es que vivimos en un país donde no hay equidad social y la justicia es precaria. Todo ello abre las puertas a la corrupción, y sobre todo, deja entre ver la insatisfac­ción de necesidade­s, que el Estado debiera garantizar. Así, el Estado debiera respetar esa dignidad, lo que crea un dilema, pues aunque es su “protector”, también es su principal violador. El presidente Roosevelt dijo que una verdadera libertad no puede existir sin seguridad económica, esto entendido como comida, salud, empleo u educación. Las personas necesitada­s no son personas libres.

Lo sucedido en Tlahuelilp­an es una lección difícil, para todos, de que debemos recobrar la dignidad en la sociedad y para ello, se deben promover los medios necesarios para que el individuo se realice, en libertad, y paulatinam­ente, este tipo de eventos no vuelvan a ocurrir.

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