Rememora bellas experiencias en asilo de ancianos
“Hay infinidad de anécdotas que se pueden contar en nuestro andar por los lugares. Algunas muy tristes, ni hablar, pero otras que, en lo personal, se siente bien vivirlas”, comienza su breve relato Francisco, toda una institución en esta su profesión paralela.
“Recuerdo en especial a una señora durante nuestras visitas al asilo Bocado del Pobre, ya no está ahí, tengo entendido, pero una vez que fuimos, me tocó estar con ella y se alegró con mi visita”, refiere, concediendo que demasiada paga era la sonrisa de la dama.
Añade que, al finalizar su encuentro, ella le pidió de último favor la condujera hasta una imagen de la Virgen de Guadalupe, y nada le costó a Armendáriz empujar la silla de ruedas hasta el otro lado de la habitación.
Cuando llegaron a su destino, él notó que la señora empezó a musitar algo. Pensando que se dirigía a él, se agachó para poder captarla mejor y alcanzó a escuchar que ella pedía muy especialmente por “aquel caballero que la había hecho reír”.
Aunque al principio batalla para recordar alguna, las vivencias se le vienen como cascada, y casi de inmediato recuerda a Carmen, otra dama que supone padecía algún tipo de Alzheimer, porque se olvidaba muy seguido de la plática.
En uno de los instantes de lucidez, ella le dijo que no recordaba nada de su vida, y Franky aprovechó para construirle un pasado, diciéndole que ella había tenido una existencia muy feliz al lado de un militar, e incluso hizo de ella los recuerdos que él tenía de una visita a la Ciudad de México para completar la sonrisa de satisfacción en su rostro.
La dama regresó en esos minutos de cualquier lugar al que su padecimiento la haya llevado, y por un margen de 40 minutos vivió una vida de ensueño, hasta que se volvió a ir al rincón de los olvidos. Empero, la cara tan feliz jamás se le ha olvidado a Armendáriz.
“Ha sido una de las experiencias más bellas en esta labor”, dice, con la voz entrecortada.