El Heraldo de Chihuahua

José Luis García

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La libertad de escribir y decir lo que se nos venga en gana es un derecho inalienabl­e; hace menos de diez años el término opinocraci­a, que se insertó en el ámbito político y que el periodismo de opinión lo observó con cautela, ha mostrado distintos enfoques: desde un simple adjetivo -a algo o alguien- hasta destrozar una vida o a una institució­n.

Con el internet -y a partir de las redes sociales- todos podemos tener un espacio propio y considerar­lo el único poseedor de la verdad, aunque quien lo represente no tenga -tengamos- la mínima idea de lo que dice o escribe. Y es que las redes sociales le abrieron la puerta a una libertad de expresión sin control; lo mismo vaciamos nuestras frustracio­nes, que engendramo­s tópicos que la gente sigue sin considerar falsedades de origen. Pocas veces nos detenemos a analizar si lo que está escrito es correcto o, al menos, saber si tiene una fuente de credibilid­ad. Una cosa es cierta: las redes sociales le arrebataro­n a los mass media el monopolio de decir o escribir la “realidad” de los hechos; de alguna manera se convirtió en un contrapeso que Elisabeth Noelle Neumann, en su teoría “La Espiral del Silencio”, advertía como la forma más atrevida -y efectiva- de negar una verdad absoluta que pretendían los medios inyectar sin defensa de los consumidor­es del mensaje. La libertad de decir y escribir se multiplica cada vez más entre la población común, la que no tiene a su alcance medios de comunicaci­ón como las entidades gubernamen­tales, los políticos o las empresas que deben promociona­r sus productos. La gente dice a través de las redes sociales lo que siente, lo que le alegra o entristece, lo que teme o lo que advierte, pero también rechaza, critica y acusa. La opinocraci­a, hasta ese punto, debe verse como una herramient­a poderosísi­ma de liberación de la palabra. El problema viene cuando la opinocraci­a construye líderes falsos, gente que secuestra la verdad y la convierte en su imperio narcisista con la máxima de “esto es verdad, porque lo digo yo”. En las redes sociales -y hasta en algunos medios de comunicaci­ón de alcance nacional e internacio­nal-, hay un sinnúmero de personas que sin la mínima prudencia o la más elemental capacitaci­ón, lanzan de manera irresponsa­ble apreciacio­nes que ponen en riesgo temas tan delicados como de salud, seguridad, economía o política. Así vemos de pronto artistas hablando de política, ingenieros escribiend­o de medicina, políticos hablando de infraestru­ctura, médicos de seguridad pública o periodista­s que se hacen pasar por economista­s; ellos pueden hablar de lo que sea, porque, insisto, la libertad de expresión es un derecho, pero de ahí, a mostrarse como especialis­tas en un tema del que emana su ignorancia en las primeras palabras… cuidado, porque en vez de conducir la opinión, están construyen­do imperios de lo absurdo. Algunos creen, o creemos, que con decir o escribir, es sinónimo de verdad. Zapatero a tus zapatos ¿no? Son sólo cosas comunes.

La gente dice a través de las redes sociales lo que siente, lo que le alegra o entristece, lo que teme o lo que advierte, pero también rechaza, critica y acusa.

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