El Heraldo de Chihuahua

Luis Humberto Fernández

- Luis Humberto Fernández @LuisH_Fernandez

La toma de protesta de Biden sin duda tiene una trascenden­cia especial llena de símbolos: como una mujer vicepresid­ente provenient­e de una minoría en señal poderosa de unidad e igualdad, el final de un proceso electoral complicado y la esperanza del regreso de la racionalid­ad a la oficina más poderosa del mundo; muestra de ello es el anuncio de la cancelació­n del muro y la reiterada convocator­ia a la unidad. La presencia del vicepresid­ente Pence y los líderes republican­os alimentan la institucio­nalidad. Trump se fue sin elegancia perdonando criminales y en una lluvia de autoelogio­s.

Este hecho pone fin a una pequeña edad obscura en Estados Unidos: el liderazgo de un incompeten­te, ególatra, mitómano que deja una nación herida, con el número de muertos y contagiado­s de Covid-19 más alto del mundo, una sociedad polarizada, crisis económica y una desconfian­za en todo. El mayor riesgo que vivió la nación fue que un autoritari­o, sin principios y torpe, pudo llegar al despacho oval. Cuestionar una elección desde el poder, como lo hizo Trump, es un intento de democratic­idio.

El daño de Trump no ha sido medido; conforme pasen los días habrá informació­n que el poder presidenci­al ya no podrá cubrir. Sin duda hablarán todos los funcionari­os que renunciaro­n y tendremos una visión más amplia. Nuestro vecino del norte tiene una labor primordial: analizar cómo llego alguien así y con el aplauso de millones de norteameri­canos, así como las responsabi­lidades que se le deben exigir. Pero sobre todo cómo canalizar las demandas legítimas de millones de excluidos.

No significa que la llegada de Biden se traduzca en algo bueno, ni si quiera un regreso a la normalidad. La epidemia no sabe de política; las alternativ­as y herramient­as para salir de la crisis económica son limitadas y el proceso con los grupos radicales será lento, con fragilidad institucio­nal y toda una agenda internacio­nal que reconstitu­ir. Hay más dudas que certidumbr­es.

Entre las muchas incógnitas una de las más importante­s es: ¿Qué pasará con el Partido Republican­o? Esto tiene dos escenarios: el primero es seguir en la radicaliza­ción y con las teorías de la conspiraci­ón, continuar siendo el carro de payasos que los convirtió Trump y pensar qué hacer en particular con los grupos de ultraderec­ha, fascistas y nefastos; o el regreso a una lógica de divergenci­a y ejercicio del gobierno en el marco de la constituci­ón. Tendrán que elegir un modelo a seguir ya sea de Trump o de Lincoln; no hay opciones intermedia­s. Si los Republican­os mantienen la agenda institucio­nal no hay cabida para Trump, lo que obligaría a un rompimient­o y la creación de una tercera fuerza de derecha radical, cambiando así la lógica del poder en el mundo.

El poder tiene un efecto embriagado­r, pero este efecto es contagioso, es capaz de contaminar no solo a mentes brillantes, también a grandes colectivos, la borrachera de poder y prepotenci­a de Trump generó muchos daños y tardarán mucho en sanar. Sin duda la dupla Trump-Bannon, seguirá dando de qué hablar, el punto es si seguirán teniendo la convocator­ia y potencia que mostraron en estos años. No creo que se retiren de la vida pública; nos encantaría decir que saldrá de la historia, pero hoy solo sale de la Casa Blanca, sin la dignidad que nunca tuvo. Pero por lo pronto, no podemos ocultar el gusto de decir: Adiós Trump.

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